uando no estoy leyendo con un programa propio de lecturas, el que suelo armar alrededor del trabajo que yo misma esté escribiendo, atiendo con mejor disposición las que otros me sugieren al pasar, lo que ha sido el caso en estos últimos meses. Un libro me ha llevado a otro y otro a otro, y yo me he dejado llevar, con la buena fortuna de que en ocasiones llega a diseñarse una armonía tan particular entre todas esas lecturas casuales en las que me veo inmersa que no es raro que piense que, ya que no me las programé yo misma, alguien las programó por mí y particularmente para mí. No me pregunto quién. Ni tampoco me imagino a ninguna fuerza ajena pero atenta que se preocupara tanto por mí que se encargara de socorrerme con un plan de lecturas armonioso y en potencia fructífero, que evitara mi dispersión y que me orientara a concentrarme y alcanzar alguna conclusión que, por más prescindible que resultara, justificara mi lectura. Lo que además puedo añadir, es que este sistema asistemático
, pero profundamente eficaz, revive cada tanto mi confianza en –¿en qué diré?– ¿En la vida? Pues sí; repetiré que la programación astral en mis lecturas reaviva mi confianza en la vida.
Así, la autobiografía de Oliver Sacks me llevó a conocer a Victoria Sweet y leer su Hotel de Dios, como podría titularse su libro en español, y que, como concepto, se origina en el Hôtel-Dieu de la Francia Medieval, que representaba un hospicio/hospital para los pobres y desasistidos. Aparte de que Hotel de Dios recoge dos décadas de experiencia de la autora en el último hospital de este tipo que hubo en Estados Unidos, precisamente en San Francisco, a finales del siglo XX, recupera para el presente la historia de Hildegarda de Bingen, la abadesa benedictina alemana (1098-1179) famosa por sus escritos, tanto místicos como médicos y músicos. Y lo que Sweet encuentra concisamente en su búsqueda de Hildegarda es nada menos que el espíritu que la guíe como médica del siglo XX. A través de la medicina primitiva que practicó Hildegarda, a muy grandes rasgos Sweet aprendió que la voluntad de ocuparse y preocuparse por el enfermo logra quizás lo básico por su salud y su bienestar. Ante el enfermo, Sweet se preguntaba qué habría hecho Hildegarda para curarlo. Y procedía como habría procedido Hildegarda: primero, enterarse del enfermo, revisarlo y conocerlo lo más directa y atentamente posible, desde todos los indicios posibles, para aproximarse lo más certeramente que sea capaz de hacer al conocimiento, el diagnóstico y la curación del enfermo. Hildegarda recurrió al estudio y las posibilidades de los medicamentos extraídos de las plantas.
Paralelamente a la autobiografía de Oliver Sacks, en estos días leí una recopilación póstuma de diversos escritos de Grace Paley que, para su editor, configuran una especie de autobiografía de la autora, Tal como imaginé, según podría titularse en español. Y lo oportuno para mí de este libro hoy es que me llevó a Trabajo como un jardinero, de Joan Miró. Qué conmovedor y bello relato, que resultó de una plática que sostuvo con Yvon Taillandier el 25 de noviembre de 1958 y que bien hace las veces de autobiografía. El título, su principio de vida como artista. Para Miró, las telas son el jardín; como pintor, él es el jardinero que las cultiva.
Al mismo tiempo, llegó por fin a mis manos, en formato impreso, la primera edición de Estados Unidos (1994) del primer volumen de la autobiografía de Doris Lessing, lectura largamente anhelada que, aparte de prepararme para leer el segundo volumen, estableció para mí de manera conmovedora y más que ilustrativa lo que fue para la autora despertar al mundo del siglo XX tanto como escritora que como mujer y ciudadana, que pasó de la infancia a la maternidad, de lectora a escritora, de la conciencia del colonialismo (y la segregación racial) a la decepción del comunismo.
A la vez, el 11 de julio de 2015 se publicó el esperado verdadero primer libro de Harper Lee, anterior a Matar a un ruiseñor (publicado el 11 de julio de 1960). Con título bíblico que a falta de la cita exacta traduzco como Fórjate un guardián, aparte de emocionarme literariamente y hacerme reír, me ha mostrado la pureza de la conciencia social de la autora, detonada por la segregación racial del sur de Estados Unidos, donde nació y creció, en alguien que se define como daltónico de nacimiento.