a hemos mencionado que muchos lugares, igual que las personas, tienen una vocación definida, que casi siempre se acaba manifestando. Es el caso del predio que se encuentra en la que actualmente es la esquina de las calles de Allende y Donceles. Hace siglos ahí se encontraba una pequeña plaza donde se instalaba un popular baratillo. Se le conocía como Plaza del Factor.
En este lugar, Manuel Cornejo estableció una carpa para obrillas populares, cuyo costo de entrada era un modesto tlaco
. Su excelente ubicación y bajo precio la hacían muy exitosa. En 1851 el empresario teatral Francisco Arbeu, adquirió el predio para construir un nuevo teatro, al cual bautizó con el nombre de Iturbide, en honor del consumador de la Independencia, que en esa época todavía gozaba de cierta popularidad. Lo realizó el ingeniero Santiago Méndez entre 1851 y 1856. Se inauguró con un elegante baile de máscaras. Curiosamente la primera obra que se representó fue ¿Y para qué?, cuyo autor, Pantaleón Tovar, fue luego diputado y cronista parlamentario.
En 1872, la Cámara de Diputados, que se encontraba en Palacio Nacional, padeció un incendió, por lo que se solicitó autorización al Ayuntamiento para ocupar el Teatro Iturbide, que tuvo que cerrarse ante la inestabilidad política del país y se encontraba en desuso desde 1857.
Rápidamente se habilitó para la toma de protesta de Sebastián Lerdo de Tejada como presidente de México. A partir de esa fecha, con diversas adaptaciones, aquí funcionó la Cámara de Diputados hasta 1909, en que fue prácticamente destruido por un incendio. Ya se había iniciado la construcción de un magno palacio legislativo, muy parecido al Capitolio de Estados Unidos y la obra no avanzaba. Finalmente, al inició de la Revolución se suspendieron los trabajos. Lo único que se conservó fue el domo, que es el actual Monumento a la Revolución.
Ante la dilación se convocó a un concurso para reconstruir el viejo Teatro Iturbide, con el compromiso de concluir la obra en un año, para que se pudiera inaugurar dentro de las fiestas del Centenario; el pago consistía en 30 mil pesos oro, con la condición de que si no se concluía en ese lapso, no se liquidaba el trabajo.
El concurso –y el oro– lo ganó el joven arquitecto Mauricio M. Campos, quien levantó una estructura de fierro y acero de Monterrey y la cubrió de cantera dorada. El único elemento extranjero fue el remate escultórico del frontispicio, que se realizó en Europa. Esto marcó gran diferencia con el resto de las grandes obras arquitectónicas del porfiriato, que las llevaron a cabo arquitectos extranjeros y en ocasiones con materiales de otros países, como el mármol italiano que cubre el Palacio de Bellas Artes.
Desde esa fecha hasta 1982, cuando se mudó al nuevo recinto de San Lázaro, ahí funcionó la Cámara de Diputados. Al crearse la Asamblea de Representantes de la ciudad de México, actual Asamblea Legislativa, ocupó el elegante edificio. La fachada principal está dispuesta en diagonal y la adornan seis columnas jónicas, pareadas las de los extremos. El frontón triangular que descansa sobre un friso, luce figuras con túnicas que evocan la arquitectura clásica.
En el interior, un amplío vestíbulo permite el acceso al sobrio salón de sesiones en forma de media luna, cuyo lujo son las curules labradas en fina madera, con el águila del Escudo Nacional. Aquí sesionan los asambleístas y fiel a su vocación teatral se siguen representando sainetes, dramas, comedias y farsas.
Y vámonos a comer a un estreno; en 5 de Mayo 10 A, donde por décadas estuvo el Héritage, se acaba de inaugurar 5M, con una novedosa decoración contemporánea y buena comida mexicana. Comenzamos botaneando con unos tacos de camarón con poblano, que acompañaron el excelente mezcal de la casa. Seguimos con un caldo Xóchitl y filete de res en mole de Xico. Otros pidieron el robalo a la talla y las albóndigas en chipotle. Todos quedamos contentos y compartimos de postre la Delicia de trufa de chocolate.