os resultados de las elecciones presidenciales de julio de 1994 fueron una gran decepción para muchos que creyeron que en los seis años anteriores las oposiciones se habían ganado un espacio en el sistema político, lo cual era un buen augurio para quienes esperaban la derrota del PRI. La maduración del PAN como oposición relevante y la fundación del PRD nos hicieron creer que la alternancia estaba al alcance de la mano. Además, la aparición del EZLN en enero de ese año y el asesinato del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, en marzo, se sumaban a las muchas razones que sostenían la hipótesis de que el otrora partido hegemónico iba de salida. Sin embargo, contra toda expectativa, el candidato priísta, Ernesto Zedillo, ganó las elecciones con un porcentaje superior a 48 por ciento. Una victoria que unos meses antes parecía impensable. Entonces, muchos señalaron con el dedo a los votantes por el PRI, los calificaron de ignorantes, tontos, traidores o miserables. Un grupo de distinguidos intelectuales y periodistas se dijo avergonzado de este voto.
Más allá de la desmesurada arrogancia de estos críticos, el voto por el PRI podía ser visto como la acción de mayorías equivocadas que no sabían calcular los costos de su voto. No obstante, y como siempre, las verdaderas consecuencias de una decisión política, en este caso el sufragio, no se conocieron sino a posteriori, esto es, al término del mandato zedillista. La verdad es que no fueron catastróficas sino para los priístas que en 2000 se vieron obligados a aceptar su derrota y entregar el poder al primer presidente proveniente de un partido de oposición, Vicente Fox. Desde el punto de vista de la transición democrática la decisión de votar por Zedillo resultó acertada. En cambio, al término del sexenio foxista sólo podíamos pensar que las mayorías se habían equivocado al votar por un candidato que le quedó cortísimo al cambio político que esperábamos. ¿Se equivocaron, o simplemente no pudieron anticipar lo que Fox haría –o no haría– en el gobierno?
La verdad es que los riesgos de elegir a un representante inadecuado están siempre presentes en el voto. Es decir, en realidad la incertidumbre propia de los procesos de elección democrática es más amplia que la que plantea la competencia por el poder. Cada vez es más frecuente en todo el mundo que, una vez elegido, el gobernante resulte inferior al candidato que fue; la incertidumbre sólo desaparece después de que gobernó. Cuando en 2012 las mayorías votaron por los candidatos del PRI, su preferencia se interpretó como el deseo de llevar de nuevo al gobierno la competencia que ese partido había mostrado en el pasado para administrar el país. Hartas de la incapacidad de los panistas para entregar buenos resultados en la economía y en la seguridad, las mayorías creyeron que recurrían a la experiencia para sacar adelante al país. Hicieron a un lado los malos recuerdos, creyeron que reducían el margen de error, tomaron como referente el récord de los presidentes panistas y votaron por el PRI, probablemente convencidas de que podían prever con más tino el comportamiento de un viejo más o menos conocido.
Lamentablemente, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha demostrado que la capacidad de errar del electorado –o de simulación del candidato– sigue siendo importante, a pesar de que estamos en un entorno democrático que tendría que proporcionarnos más elementos de información para decidir por quién vamos a votar. Planteo este tema de las mayorías equivocadas, aunque no es fácil, porque puede entenderse como una reivindicación del fraude. Al menos ese era uno de los argumentos de los viejos, más viejos priístas para justificar arrebatarle el voto a los electores: Si los dejamos votar como les dé la gana, nos encontraríamos a Cantinflas en la Presidencia de la República
, dijo alguna vez uno de ellos. Por fortuna, no estamos como antes, porque ahora, como en todo sistema democrático, tenemos correctivos, pues eso son las cámaras legislativas y el Poder Judicial.
Más que subrayar las dificultades del electorado para prever la capacidad de gobierno de sus elegidos, quiero enfatizar la importancia del voto informado. Por ejemplo, el próximo 7 de junio hay que tener presentes las declaraciones del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien con toda naturalidad nos ha anunciado más recortes del presupuesto federal, y por muchos años ( La Jornada, 22/4/15), Según él, tenemos que ajustarnos a una nueva realidad
, probablemente le habla a los altos funcionarios que han vivido una realidad diferente a los demás, que hemos vivido con recortes presupuestales desde hace décadas.
No está en Videgaray la búsqueda del voto popular. Sin embargo, tendríamos que agradecerle que nos ayude a tomar una decisión informada el próximo 7 de junio con el anuncio de que el recorte del gasto será permanente
. Su declaración ha dejado bien claro que la política del gobierno priísta en los años por venir será de mayor austeridad. Esta decisión nos atañe a todos, y si el PRI logra la mayoría en el Congreso, ya sabemos lo que les espera a las instituciones públicas de educación, de salud, de seguridad y de administración de justicia, que son sometidas a dolorosos y costosos recortes que a corto plazo agudizan el deterioro de los salarios, por ejemplo, de médicos, policías, juzgadores y maestros, o que afectan programas de largo plazo, digamos, la contratación de jóvenes investigadores, la construcción o el mantenimiento de escuelas, hospitales y cárceles. Peor todavía, sus declaraciones nos remiten de manera inevitable a las fotografías de la revista Hola en las que apareció la esposa del presidente Peña Nieto como si fuera la señora de Donald Trump, y no la primera dama de un país que tiene que apretarse el cinturón, aunque no sea Chanel.