o deja de ser gracioso que el encuentro de presidentes del hemisferio que ocurrió en Panamá hace tres días haya dado pie a historias tan contrastadas como las que se pudo ver, escuchar y leer en los medios de derecha y las que uno pudo colegir de los videos sin editar y de la consignación puntual y fáctica de lo allí sucedido. Como en la película Rashÿmon, de Akira Kurosawa, una misma serie de interacciones da lugar a relatos diversos y hasta contrapuestos.
Notas, artículos y editoriales del llamado mainstream mediático vieron en la reunión una clara victoria de Estados Unidos, de Barack Obama concretamente: hablaron de un regreso
de Washington a la escena continental, de una Casa Blanca triunfante ante La Habana (porque pudo colgarse el crédito histórico de la normalización de relaciones como un trofeo) y ante Caracas (porque Obama aflojó la presión pero no dio marcha atrás en su declaratoria de Venezuela como amenaza grave e inusual
a la seguridad nacional estadunidense) de una superpotencia que ha recuperado la iniciativa en su patio trasero. No lo dicen así sino de manera tangencial: Obama ha logrado inaugurar una nueva era
en las maltrechas relaciones con sus vecinos del sur y ha dejado atrás la historia de conflictos y desencuentros que se remonta a medio siglo, en el caso de Cuba, o a tres o cuatro lustros, por lo que hace a la mayoría de las naciones sudamericanas. Bravo. En contraste –prosigue el relato–, los presidentes del campo latinoamericano (léase Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil, principalmente) exhibieron una vieja y cansada retórica ideológica
sin grandes recursos argumentales y, para colmo, acudieron al encuentro panameño abrumados por la caída de las materias primas en los mercados internacionales, por el agotamiento del ciclo de crecimiento económico de hace unos años y por el desgaste del poder, expresado sobre todo en escándalos de corrupción.
Así se ve, desde el aparato mediático dominante y hegemónico, lo ocurrido en Panamá este fin de semana. Pero si uno acude a YouTube y se toma la molestia de observar los discursos de los ahí reunidos se encontrará con una realidad diametralmente opuesta: de entrada, Obama pronunció un discurso a la defensiva, mantuvo en todo momento el ceño adusto y, lo que es peor, su conocida habilidad oratoria se quedó en Washington. Parecía un hombre que se refugia en un eficientismo impaciente porque sueña con la jubilación y proyectaba en todo momento su necesidad de salir del paso. Salió, en efecto, y abandonó la reunión en forma prematura porque, como lo definió él mismo, no quería escuchar más clases de historia
. En todo caso, el gobierno que tuvo que formular propósitos de enmienda fue el de Washington, no el de La Habana.
En cambio, lo que se mira en las vibrantes intervenciones de Cristina Fernández de Kirchner, Rafael Correa y Nicolás Maduro –y, en menor medida, de Tabaré Vázquez, conocido por su estilo moderado, y de Evo Morales, quien tampoco tuvo una jornada oratoria particularmente buena– es un consenso en defensa de la autodeterminación de las naciones del subcontinente y un acuerdo básico acerca de la necesidad de avanzar en el deslinde con respecto del modelo neoliberal. La alocución de Raúl Castro fue caso aparte porque era la primera ocasión en que su país era admitido en esos cónclaves y no iba a romper lanzas con Washington cuando apenas se está impulsando el proceso de normalización de relaciones. Otro caso especial era el de Juan Manuel Santos, involucrado en el decisivo proceso de paz con las organizaciones guerrilleras de su país y quien, sin dejar de ser un conservador y de derecha, exhibió visión de Estado.
Los latinoamericanos hicieron ver al estadunidense como un hombre aislado e incómodo y, desde luego, no estuvieron dispuestos a renunciar a los reclamos históricos. No había, de hecho, razones para hacerlo porque en este hemisferio la historia y el presente se funden en un continuo que arranca con las invasiones y el saqueo territorial contra México y desemboca en el hostil decreto antivenezolano emitido apenas el mes pasado por la Casa Blanca; que va de los tratados colonialistas impuestos a Cuba en los albores de su vida independiente a un embargo económico que persiste, y sobre cuya pronta terminación no hay certeza alguna.
Las excepciones más notables fueron las del presidente anfitrión, un señor de cuyo nombre nadie quiere acordarse, que dedicó un tercio del tiempo de su anodina intervención a saludar a las socialités locales invitadas al encuentro y que no dijo nada importante salvo, tal vez, una referencia a Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado hace siete lustros por un régimen dictatorial que contaba con el respaldo y el financiamiento de Estados Unidos; y la de Peña Nieto, quien viajó hasta Panamá a hacer un poco de demagogia sobre la lucha contra la desigualdad, a formular el autoelogio de sus alicaídas reformas estructurales y a platicarles al resto de los gobernantes el episodio, en versión Wikipedia, del congreso al que Bolívar convocó en Panamá, asunto que sus escuchas de seguro conocían mejor que él.
Hasta aquí, dos relatos posibles del encuentro continental del fin de semana. Desde luego, cada quien puede construirse el suyo propio. Una manera fácil de ocumentarse para tal efecto es ir a YouTube y teclear en el campo de búsqueda el nombre de un gobernante y luego Cumbre de las Américas, y así se puede disponer de la colección completa de las intervenciones más significativas.
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