on pocas horas de diferencia fallecieron ayer el novelista alemán Günter Grass, premio Nobel de Literatura (1999), y el escritor uruguayo Eduardo Galeano, intérprete por excelencia del sentir latinoamericano y colaborador y amigo de este diario desde su fundación. Dos días antes, en París, había muerto François Maspero, novelista, periodista, escritor y editor que realizó una contribución fundamental a la difusión en Francia y en Europa de la literatura y el pensamiento político de América Latina y del Tercer Mundo, desde César Vallejo hasta el Che Guevara, pasando por Frantz Fanon, Nazim Hikmet y Yannis Ritsos. Las letras y el pensamiento social están de luto.
Además de narrador prolífico y agudo, Grass fue un crítico implacable del orden establecido en el viejo continente y particularmente en su país, Alemania, tras la caída del Tercer Reich y el fin de la Segunda Guerra Mundial. En su Danzig natal (hoy Gdansk, Polonia) vivió en carne propia los horrores de esa conflagración y cargó toda su vida el pecado de haber participado en ella, en la juventud, como recluta de las unidades de élite SS. A diferencia de otras figuras destacadas que sirvieron en las filas del nazismo, como el fallecido secretario general de la ONU y presidente austriaco Kurt Waldheim (quien ocultó siempre el dato) o el ex pontífice Joseph Ratzinger (quien procuró trivializarlo), Grass tuvo el valor de hacerlo público. Por lo demás, el novelista fallecido ayer mantuvo en todo momento una honestidad literaria e intelectual que lo situó como una conciencia incómoda para Alemania y para Europa occidental y lo colocó en no pocas ocasiones en el centro de la polémica y en el blanco de diatribas y descalificaciones. Su narrativa, en la que destaca la trilogía El tambor de hojalata, El gato y el ratón y Años de perro, lo hizo acreedor al máximo galardón literario del mundo.
Eduardo Galeano se inició en el periodismo como editor de la legendaria revista Marcha, de Montevideo, y de allí pasó a trabajos de largo aliento en los que combinó el ensayo, el reportaje y la poesía. El primero fue Guatemala, país ocupado (1967) y en 1971 publicó su obra más conocida: Las venas abiertas de América Latina, libro que ha ejercido una influencia determinante en la conformación de la identidad y la conciencia social de nuestros países. Posteriormente vendrían La canción de nosotros, Días y noches de amor y de guerra, Memoria del fuego, El fútbol a sol y sombra y Patas arriba: Escuela del mundo al revés, entre otros libros que dejaron una huella ética, poética y política imborrable en millones de lectores. Sin asumir una militancia partidista específica, Galeano fue un aliado internacionalista imprescindible de las gestas sociales más relevantes de la región –desde la revolución cubana hasta la bolivariana– y fue un crítico tan precoz como inflexible del modelo neoliberal que tantos estragos ha causado en el subcontinente y en el mundo. Si alguien ha asumido a Latinoamérica como nacionalidad, y a las causas de los de abajo como brújula de su quehacer intelectual, ese es Galeano.
Para La Jornada el adiós a Galeano resulta especialmente doloroso porque estuvo al lado del diario desde su fundación y no escatimó su palabra de aliento ni su pluma comprometida para aportar a estas páginas un pensamiento sustancial vertido en ese estilo tan suyo que era a la vez tierno y lapidario.
Los tres recientemente fallecidos, Maspero, Grass y Galeano, fueron figuras fundamentales de su tiempo, que es el nuestro, y los une la determinación de apartarse de corrientes hegemónicas de pensamiento para buscar y retratar el otro lado de la vida, que es donde están situados los condenados de la tierra, los de abajo, los disidentes, los marginados; es decir, la mayoría de la humanidad.