Amar, beber y cantar
L
a vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan
(La Bruyère). En su última película Amar, beber y cantar, filmada poco antes de su muerte a los 91 años, el prolífico realizador Alain Resnais (Hiroshima, mi amor; 1958; La vida es una novela, 1983), se permite grandes libertades formales en su adaptación fílmica de una obra teatral del británico Alan Ayckbourn. Años antes había llevado su teatro a la pantalla en Smoking/No smoking y Asuntos privados en lugares públicos, con resultados espléndidos. Esta vez respeta la ubicación de la obra original (Relatively speaking, 1956), ambientando la trama en Yorkshire, Inglaterra, aun cuando todos sus personajes hablan francés; tiene como personaje central a un comediante, George Riley, de quien se anuncia la muerte próxima, pero a quien nunca se ve en la pantalla.
Los decorados, inspirados en la novela gráfica (de la que Resnais era gran consumidor), son abiertamente artificiales y contrastan una estilización de dibujos en acuarela con rejillas burdamente dibujadas como telón de fondo cuando los personajes hablan a cuadro. Como en su película anterior, Ustedes aún no han visto nada, el director mantiene a sus actores atentos a la suerte y peripecias de un gran personaje ausente. Todo a la manera de una maliciosa estrategia de suspenso, como una buena y última broma entre amigos, o la planificada ceremonia de adiós donde cine y teatro se confunden para deleite de antiguos compañeros de ruta, y viejos y nuevos espectadores.
Seis personajes en busca de un seductor. En su traviesa condición de hedonista enfermo terminal, el siempre invisible comediante George Riley se permite el lujo de trastornar la estabilidad emocional de tres parejas conyugales. Los maridos se desesperan ante la perspectiva de ver a cada una de las esposas salir de viaje a las Canarias con un futuro agonizante en plena forma. La comedia de enredos, con toques de Feydau y Labiche, asume así con enorme desparpajo los temas del engaño marital, la resignación forzada, la vanidad del deseo crepuscular y finalmente la muerte. El tema de la muerte, visto aquí a leguas de su tratamiento dramático en Providencia (Resnais, 1976), y también como su contrapunto exacto.
Amar, beber y cantar tiene nexos argumentales con la comedia exitosa ¿Y si viviéramos todos juntos? (Robelin, 2011), pero se distingue de ella por su libertad formal, que para unos es exasperante, deliciosa para otros, vivificante en todo caso en el cineasta nonagenario. Un vuelco maestro del cine al teatro de bulevar, con música de Strauss (Vals del emperador–vino, mujeres y canto), y regreso obligado a los temas recurrentes en toda una carrera: las delicias y pesares del amor, la memoria como enorme depósito de la moral y la cultura, y la muerte que (casi) siempre tiene la última palabra.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. Funciones a las 15:30 y 20:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1