ace unos años estaba sentado en un balcón de la sierra purépecha de Michoacán cuando un viejo campesino de Angahuan se me acercó para conversar conmigo sobre la pasión de sus pueblos. Su voz me recordó a la de Joseph Brodsky cuando en No vendrá el diluvio tras nosotros escribió que: No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj,/ que además ignora el caminar en círculo.
Mientras nos guarecíamos de la lluvia en un tejabán del bosque, don Salvador se quitó el sombrero y comencé a escuchar sus historias. Cuando los días de un año se vienen todos arrevesados, me contó, aumenta ese dolorcito en el estómago que anuncia los pesares. Desde que los siglos se cuentan, los hombres y mujeres de todos los parajes de la sierra saben que cuando la urdimbre que tienen con el bosque y con los campos de labor comienza a luírse, deben enseguida zurcirla. Y para eso no les sirve el algodón o la lana. El hilo del que echan mano es el de las costumbres hechas religión. Con ellas retejen enseguida su destino.
Si las lluvias ya de plano los abandonaron sacan a San Isidro para que le hable al tiempo. Lo llevan en procesión por las parcelas y le sacan también como acompañantes a San Miguel y a todos los santos para que le ayuden con sus palabras y sus gestos. A todos les cuelgan sus mazorcas. Los ponen en la ladera para que desde allí dominen los campos de los valles y les cantan una misa. Unos dicen que es casualidad pero casi siempre, despuecito de la presentación del vino, comienzan las gotas a caer. Toda la gente de los pueblos sale a empaparse.
Aunque existen muchas ocasiones en las que el año ya se les viene muy enfermo. Es cuando después de la sequía caen las heladas. O cuando se aferran las plagas a las siembras. Y allí están todos luche y luche con los males. Como a lo largo del camino del tiempo que parece eternidad ya se han ido conociendo, las comunidades de la sierra sacan entonces un recurso ancestral para urdir todas las tramas.
Caminan en peregrinación por el bosque y bailan en sus claros para ir recogiendo las palmas que días después, en las fiestas, adornarán a la Virgen. Las muchachas que son palmeras, todas muy jóvenes, se bañan y rocían de agua como símbolo de la pureza que ellas tienen al agavillar y engarzar las palmas. Todos en comunidad, en especial los niños y los más jóvenes, aprovechan para ir reconociendo los parajes y para que el bosque recuerde sus pasos, sus voces y sus cantos y, así, nunca los desconozca. Al regresar del peregrinar por sus tierras todos aprovechan para levantar nuevos altares a la Virgen, creándolos repletos de fruta fresca para que ella no se olvide y, con claridad, recuerde que eso es lo que en los hogares se espera. Pareciera como si en fervorosa oración se escucharan los versos de Carlos Pellicer cuando dice: “Abril que en Nazaret cipreses toca,/ imán de cantos en su boca tiene./ Ya está el día moreno. Su alma viene/ toda en las luces que le da su boca./… Cuando la Virgen a la fuente viene, un lucero en sus hombros se coloca./… Canta y enmudece. Canta y mira/ a la Virgen que vuelve y que suspira/ y a las primeras sombras resplandece.”
Si nada de eso les resulta, los hombres y mujeres de los pueblos comienzan a reunirse en pequeñas conversaciones que, en murmullos, se hacen sociales, que corren por el viento de los valles y, entre todos, se comienza a pensar que el mal no está en el campo o en el cerro. Sacan entonces sus coronas de espinas de tejocote y sus fuetes de pita de maguey torcido y, tocados como reyes humildes, parten en procesión sacando también a la imagen del Santo Cristo de la iglesia y le elevan plegarias por las calles. Como en una enorme noria, este peregrinar llega en un viernes anterior al Viernes Santo para mostrar al universo que nunca olvidan su pasión.
Don Salvador se queda callado y yo recuerdo a Antonio Tabucchi cuando en La línea del horizonte nos expresa que “solo Dios conoce todas las combinaciones de la vida, pero sólo a nosotros corresponde elegir nuestra combinación entre todas las posibles… sólo a nosotros.” El viejo campesino purépecha subraya sus palabras cuando me transmite que es por las costumbres de todo ese tejido que pueden vivir de sus campos en valles y laderas. Así, me dice, le pueden arrebatar la vida a sus tierras y a sus bosques. Es esa su escritura. Con todas esas letras leen su mundo. Así, con su pasión a flor de piel, envuelven el alma comunal y traen el pasado del tiempo para que les haga compañía en cada uno de sus días. Por eso nos invita a saber el alfabeto de todas sus creencias.
Twitter: @cesar_moheno