os representantes de los cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas –China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia–, Alemania e Irán llegaron ayer en Lausana a un acuerdo para limitar el programa de desarrollo nuclear del último de esos países a fines pacíficos, colocarlo bajo la fiscalización internacional y eliminar, en contraparte, el embargo económico imperante contra la república islámica. Se trata, por ahora, de un documento no vinculante que habrá de ser desarrollado en el curso de los próximos tres meses hasta lograr un convenio detallado que deberá ser ratificado por los siete signatarios, no hay certeza de que tal objetivo podrá ser concretado y está por verse que el Legislativo de Estados Unidos no obstaculice su aprobación final. Sin embargo, lo que se acordó ayer en la ciudad suiza es más de lo que esperaban los gobiernos participantes en las pláticas y representa un paso en la dirección del desarme, la estabilidad regional y la paz.
El memorando determina que Irán reducirá paulatinamente su posesión de uranio enriquecido de las 10 toneladas que actualmente tiene a 300 kilos –los cuales serán concentrados en una sola planta y puestos bajo supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), junto con las centrifugadoras y otros instrumentos de enriquecimiento del mineral–, que el resto será diluido o llevado al extranjero y que la planta de desarrollo nuclear de Fordo será convertida en un centro de investigación científico y tecnológico; Estados Unidos y la Unión Europea, por su parte, se comprometen a dejar sin efecto las sanciones económicas impuestas a Teherán en cuanto la AIEA verifique el cumplimiento de las condiciones y plazos. Ambas partes, asimismo, se comprometen a promover la colaboración internacional en energía atómica civil y seguridad nuclear.
El convenio tiene la virtud de reducir las tensiones en la zona del Golfo Pérsico, ya plagada de ellas, de eliminar a corto plazo los pretextos de Washington para emprender una agresión militar en contra de la república islámica, y de aportar un factor de estabilidad que la convulsionada región requiere de manera urgente.
Es claro que uno de los elementos de contexto que han impulsado la firma de este acuerdo previo es el surgimiento y la expansión del Estado islámico, que es un enemigo común a Teherán, Washington, Moscú y Bruselas, que constituye una amenaza para ambas partes y que representa un desafío a los intereses occidentales mucho menos imaginario que el programa nuclear iraní.
Es pertinente recordar que la vía de paz firmada ayer en Lausana deja dos perdedores que harán cuanto esté a su alcance para obstaculizar su desarrollo y concreción.
Por una parte, el gobierno israelí, encabezado por Benjamin Netanyahu, se queda solo en el empeño por atizar las diferencias entre Irán y Occidente, y por lograr que Europa y Estados Unidos emprendieran una agresión contra Teherán con el pretexto de la proliferación nuclear. La derrota para Netanyahu resulta más dramática si se recuerda que éste se empleó a fondo, y más allá de las reglas básicas de la convivencia entre gobiernos, para azuzar a la derecha estadunidense en contra del acuerdo.
El otro gran derrotado es el sector de la industria armamentista de Estados Unidos, el cual ve disiparse las oportunidades de negocio que se le habrían presentado en caso de que la tensión prebélica en el Golfo Pérsico se hubiese disparado hasta una confrontación abierta.
Es lógico suponer que en las próximas semanas ambos conjuntarán esfuerzos de cabildeo en el Capitolio –para lo cual cuentan con poderosos recursos y equipos humanos– a fin de lograr un veto legislativo al acuerdo de Lausana. Cabe esperar que tales maquinaciones no logren el propósito de descarrillar el alentador proceso de negociación.