l miércoles pasado estuve presente en un diálogo que Philippe Olé-Laprune condujo con Jean-Marie Gustave Le Clézio. El acto tuvo lugar en la Feria Internacional del Libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monterrey, y si referir la experiencia no pretendiera registrar algo más que una simple o quizás hasta vanidosa entrada en mi diario personal, estas líneas aquí habrían cumplido su función. Sin embargo lo que me anima a desarrollarlas es que el suceso fue tan aleccionador para mí que quisiera que lo fuera también para el lector, el lector que sepa aplicar a su situación particular lo que yo he aplicado a la mía.
En 2008, cuando conocí la noticia de que Le Clézio había ganado el Premio Nobel de Literatura, aparte de saber que se trataba de un autor francés que, por no sé qué intereses, estaba muy relacionado con México, y particularmente con Michoacán, empezaré por confesar que yo no lo había leído y que ni siquiera tenía una noción clara de su edad ni una imagen de su aspecto. Pero por fortuna en esos momentos me encontraba muy bien dispuesta a aprovechar la ocasión para enterarme lo más ampliamente posible de quién era el ganador y de qué talante tenía. Así que apenas empezó a conocerse el acontecimiento me senté ante el televisor y presté toda mi atención para seguir el reportaje sin perder detalle. O, mejor dicho, con la suficiente curiosidad para advertir algún dato especial que a mí me hiciera verdaderamente memorables los hechos.
Porque a medida que pasa el tiempo, y a medida que se alerta más mi conciencia y se diversifica, va siendo más difícil que yo celebre nada solamente por celebrarlo, y ya que estamos hablando de premios, y de este premio en particular, va siendo más difícil que yo celebre un Premio Nobel de Literatura sólo porque se trata de un Premio Nobel de Literatura; con mayor razón si el premio se refiere a un escritor, y con mayor razón todavía si se refiere a un escritor francés. No escondo, aun cuando al hacerlo de paso a mi vez revele otro prejuicio (diferente, pero prejuicio al fin), que cuando se lo han dado a una escritora espontáneamente me he alegrado más, y con mayor razón cuando la escritora ha sido estadounidense negra, o sudafricana blanca, o centroeuropea judía o, sencillamente, ¡canadiense! De modo que se entenderá mi estado de ánimo a lo mucho ecuánime, si no es que de plano suspicaz, cuando me enteré de que en aquella oportunidad le notificaran el Premio Nobel de Literatura a Le Clézio. Pero, también lo dije, por fortuna me encontraba en buena disposición para encontrar un motivo que a mí me hiciera celebrable el Nobel a Le Clézio, y casi diré, no sólo a pesar de que yo no lo hubiera leído, sino a pesar de que él fuera escritor y a pesar de que fuera francés.
Estuve a punto de darme por vencida ante mis mejores intenciones de apertura, de abolición absoluta absolutamente de todo prejuicio, cuando el lugar al que, una vez notificado, Le Clézio acudió para enfrentar a los medios de comunicación internacionales no se limitó a ser en París sino, ¡Ay!, nada menos que en los salones de la editorial Gallimard. ¡Bueno!, pensé; no es suficiente que Le Clézio sea escritor y francés; sino que, encima, tenía que ser autor de Gallimard.
Sin embargo, mi sensación de total cortedad se recuperó un poco cuando vi que, aunque de camisa y saco, Le Clézio se presentaba a semejante ocasión sin corbata. Sin embargo, lo que positivamente me convenció de que Le Clézio era un ganador del Premio Nobel de Literatura memorable, celebrable y hasta entrañable para mí, aun cuando todavía no lo hubiera yo leído, fue que llegó ahí, a los salones de la editorial Gallimard, en París, no nada más sin corbata, sino ¡de Crocs!
¡Cómo gocé el hecho! ¡No cabía en mí!
De modo que, tras asistir al diálogo de Philippe Olé-Laprune y Jean-Marie Gustave Le Clézio, y verificar lo celebrable que este autor se ha convertido para mí; tras haber intercambiado dos palabras con él y haber estrechado su mano en un petit comité gracias a nuestro sensacional anfitrión, el doctor Celso José Garza, me he sentado a leer a Le Clézio. Y me ha encantado. Lo cual me hace exclamar ¡de lo que me habría perdido si no me hubiera animado a derribar los prejuicios que me impedían conocer a este Premio Nobel de Literatura, escritor, francés, autor de Gallimard, Jean-Marie Gustave Le Clézio!