l unánime rechazo de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba) a la orden ejecutiva del presidente Obama contra Venezuela, evidencia el grave error de cálculo de la Casa Blanca al adoptar esta agresiva, arbitraria e infundada
decisión.
Así la calificó el presidente cubano, Raúl Castro, en su discurso ante la cumbre extraordinaria de la Alba celebrada en Caracas el 17 de marzo, tres días después de la reunión de cancilleres de Unasur.
Ambas agrupaciones pidieron a Obama en términos inequívocos la derogación de su orden ejecutiva, una manifestación de rechazo explícito sin precedente de gran parte de América Latina y el Caribe (ALC) a una agresión de Washington contra la región. A este respecto, el trascendental discurso del mandatario cubano contextualizó diáfanamente el momento que viven ALC: “Hoy Venezuela no está sola, ni nuestra región es la misma de hace 20 años. No toleraremos que se vulnere la soberanía o se quebrante impunemente la paz en la región.
Como hemos afirmado, las amenazas contra la paz y la estabilidad en Venezuela representan también amenazas contra la estabilidad y la paz regionales”.
Si alguien pensaba que Cuba, por haber iniciado el camino hacia el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos iba a callar ante un atropello como el que se está llevando a cabo contra la hermana Venezuela o a arriar una sola de sus banderas se equivocó. He aquí la posición de la isla revolucionaria, de nuevo en boca de Raúl: “Estados Unidos debería entender de una vez que es imposible seducir o comprar a Cuba ni intimidar a Venezuela. Nuestra unidad es indestructible.
Tampoco cederemos ni un ápice en la defensa de la soberanía e independencia, ni toleraremos ningún tipo de injerencia, ni condicionamiento en nuestros asuntos internos. No cejaremos en la defensa de las causas justas en Nuestra América y en el mundo, ni dejaremos nunca solos a nuestros hermanos de lucha. Hemos venido aquí a cerrar filas con Venezuela y con la Alba y a ratificar que los principios no son negociables”.
Esta es la Cuba digna de siempre, con la que Obama tendrá que lidiar dentro de unos días en la persona de Raúl Castro cuando ambos se encuentren frente a frente en la Cumbre de las Américas de Panamá. Fue una decisión inteligente del mandatario estadunidense iniciar el proceso hacia el restablecimiento de relaciones con Cuba y flexibilizar ligeramente el bloqueo ante la proximidad de la cumbre pues la participación de La Habana y el levantamiento de la medida de fuerza había sido un clamor general en la anterior cita de Cartagena. Allí el rechazo a la política de Estados Unidos fue tal que no hubo siquiera declaración final.
Esa decisión le habría permitido a Obama no llegar a la reunión de presidentes con las manos vacías después de dos mandatos en que América Latina y el Caribe no vieron por ninguna parte el nuevo comienzo
en su política hacia la región, que prometió acabado de llegar a la presidencia, en la cumbre de Trinidad y Tobago. Pero pensar que podía llevarse a cabo el acercamiento a Cuba afirmando constantemente que lo que cambia son sus procedimientos pero no su objetivo –desestabilizador, se entiende–, agredir a la vez a Venezuela y desestabilizar a Argentina y Brasil sin que la isla levantara su voz solidaria y condenara al imperialismo por su nombre era no conocer de qué madera está hecha la dirección revolucionaria cubana.
El error cometido por la Casa Blanca colocará al presidente de Estados Unidos en una posición muy complicada en la cumbre. No sólo todo hace pensar que no habrá logrado para entonces restablecer relaciones con Cuba ni abrir una embajada en La Habana como es su cara aspiración. Tendrá además que escuchar una lluvia de censuras por su actitud intervencionista y antidemocrática en Venezuela, donde Washington es el jefe de la contrarrevolución y llega al colmo de asignar partidas presupuestarias a la oposición golpista.
Si Estados Unidos tuviera por una vez la humildad de admitir su arrogancia y los errores a que lo conduce puede perfectamente solucionar el diferendo con Venezuela mediante el diálogo. Pese a la gravedad de la agresión en marcha el presidente Nicolás Maduro le ha tendido la mano para solucionar las diferencias mediante el diálogo.
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