El jazzista cierra su gira por México; viajará a Venezuela para festejar 40 años del Sistema
Lunes 9 de marzo de 2015, p. a11
Al terminar su gira mexicana, anoche, en el Palacio de Bellas Artes, Wynton Marsalis, al frente de la Jazz at Lincoln Center Orchestra, vuela a Venezuela, donde el viernes se unirá a la Orquesta de la Juventud Bolivariana, dirigida por Gustavo Dudamel, en otro momento culminante de su gira por Latinoamérica.
En el teatro Teresa Carreño de Caracas compartirá el don de la música con niños y jóvenes venezolanos, en celebración de los 40 años del Sistema, como se conoce de manera familiar a esa gran revolución que inició José Antonio Abreu, economista, músico y sabio que hizo despertar en Europa, Estados Unidos y buena parte de México lo que estaba dormido: la certeza de que la música salva, restablece el tejido social, la dignidad de las personas, su bienestar humano.
La orquesta de 15 solistas estadunidenses ejecutó anoche en Bellas Artes un repertorio distinto al del sábado, cuando estuvieron presentes los ingredientes constantes de su repertorio: los clásicos revisitados, nuevas composiciones, de la autoría de algunos de los integrantes del trabuco y muchas ideas vertidas en escena. También, humor, mucho buen humor. Bromas musicales a granel.
Los tutti orquestales resonaron en el palacio de marmomerengue para delirio y delicia y deleite derretido de quienes desde el patio de butacas, balcones y otras alturas, podíamos seguir puntualmente el compás con el pie, pues el dominio técnico de estos músicos está más allá de lo que sigue: la inspiración amorosa que hace nacer sonidos nuevos, insólitos, inimaginables, como cuando Wynton saca mariposas del pabellón de su trompeta dorada y en medio del revoloteo juguetea sonidos parecidos a cuando alguien ríe a morir y de pronto jala aire, ululando, como si le faltara el oxígeno.
O cuando en el par de piezas de regalo armó cuarteto y se agregó, como en una crónica de Julio Cortázar, un quinto elemento con saxofón, que apareció en escena como si anduviese perdido en los laberintos de las piernas del escenario y se encontrara, azar de solfas, a su amigo Wynton quien lo invitó a sentarse y levantar el vuelo. Hicieron añicos los conceptos conocidos hasta ahora de la medición del tempo.
Baterista arma un solo de baquetas contra el borde de los tambores y a ese sonido de bambú contesta Pianista con embrujos dominicanos a lo Michel Camilo y baila sobre el taburete mientras Wynton, el hombre-orquesta, se carcajea como niño sacadieces y saca de su instrumento risas, efluvios, carcajadas.
Ya para entonces la lógica sinfónica de la orquesta, el prodigio de técnica de embocadura de Marsalis, los coros de trompetas en unísono con saxofones, el canto coral de los músicos, cual en pleno plenilunio en Nueva Orleans, habían completado la lección: lo que estos músicos vinieron a mostrar a México es la manera como han contribuido a la evolución de la música.
Porque nada es igual desde que Wynton Marsalis y la Jazz at Lincoln Center Orchestra hicieron sus prodigios en Bellas Artes.
Todo es mejor ahora. Más bello, más sonante, más constante, más sonoro. Hoy la música es todavía más bella.
Gracias a Wynton Marsalis.