on el motivo combinado de la extensión del Festival Internacional Cervantino a la ciudad de México y el 80 aniversario del Palacio de Bellas Artes, en días recientes se presentaron en el escenario del añejo recinto tres de los más destacados especialistas contemporáneos en música antigua, obteniendo en todos los casos resultados sonoros de alto nivel.
Allá en el Templo de la Compañía de Guanajuato, el New London Consort bajo el mando de Philipp Pickett (alias El Alquimista) había presentado un atractivo programa de canciones inglesas, articulado alrededor de ideas afines a La tempestad de Shakespeare. Ejecución vocal e instrumental impecable, más un par de bien elegidas pinceladas escénicas, dieron como resultado una deliciosa soirée en la que la música fue bien habitada por su componente teatral implícita. Ya en Bellas Artes, Pickett y sus huestes ofrecieron la música de Henry Purcell para la semiópera La reina de las hadas, delicada partitura llena de técnicas madrigalistas que fue complementada por un trazo escénico de Mauricio García Lozano que, por inesperado, turbó a algunos de los asistentes. La ejecución de la música de Purcell fue realizada con una admirable homogeneidad y disciplina estilística. Me parece que por la diversidad de repertorio y por el espíritu lúdico que le fue aplicado, resultó más satisfactoria la sesión musical en Guanajuato.
Después, sir John Eliot Gardiner se presentó con la formidable Orquesta Revolucionaria y Romántica con un par de programas memorables. Ya los oigo preguntando: ¿Qué tiene de memorable tocar, otra vez, tres sinfonías de Beethoven en Bellas Artes?
Tiene de memorable, ni más ni menos, que estas versiones de Gardiner a la Quinta, Segunda y Octava de Beethoven brillaron con luces nuevas y fascinantes gracias a la combinación del instrumental antiguo con el tamaño moderado de la orquesta y las técnicas históricas de ejecución en las que Gardiner es un reconocido experto. Sin ir más lejos: la colocación misma de la orquesta resultó una eficaz novedad. Como complemento, un par de arias de La condenación de Fausto y el hermoso ciclo Las noches de verano de Berlioz, cantados expertamente por la mezzosoprano Susan Graham. Sobre todo en la delicada y muy bien matizada ejecución del ciclo, fue posible echar categóricamente por tierra la parcial visión que tienen algunos de Berlioz como un artillero sonoro irredento. (Mea culpa, yo he sido uno de ellos). Me parece que hacía muchos años que los vetustos mármoles de Bellas Artes no resonaban con una filigrana tan delicada e iridiscente como la que esa noche urdieron Graham, Gardiner y los romántico-revolucionarios en la interpretación de Ausencia, la cuarta canción de Las noches de verano.
Finalmente, apareció en Palacio el gran William Christie al frente de Les Arts Florissants para ofrecer una selección perfectamente balanceada de arias y duetos del barroco francés, con la impecable actuación de la soprano Elodie Fonnard y el bajo Marc Mauillon (colaborador frecuente de Jordi Savall), quienes además de un desempeño vocal estilísticamente impecable, asumieron y realizaron de manera experta y con envidiable espíritu lúdico las acciones escénicas que convirtieron a este concierto en una velada semioperística. Cinco músicos, dos voces, repertorio impecablemente elegido: resultado, una joya de concierto. ¡Qué deliciosa sorpresa cuando Christie y sus músicos se soltaron cantando para hacer coro a los solistas!
Si a todo esto que aquí he reseñado se añade el hecho de que en el verano estuvo en la ciudad Paul McCreesh para dirigir a la Sinfónica de Minería en un rico programa Gluck-Mozart-Haydn, resulta que este año nos habrán visitado cuatro de los grandes, muy grandes exponentes del quehacer de la música antigua. Y por si fuera poco, este fin de semana está en Bellas Artes otro de ellos, Martin Haselböck, para dirigir el Radamisto de Händel. Pregunta ociosa y llena de nostalgia anticipada: ¿tendremos en el futuro cercano algún otro año tan munífico en excelente música antigua como lo ha sido este 2014? Inshallah.