anuscrito anónimo de Tlatelolco:
En los caminos yacen dardos rotos;/ los cabellos están esparcidos./ Destechadas están las casas,/ enrojecidos tienen sus muros./ Gusanos pululaban por calles y plazas,/ y están las paredes manchadas de sesos./ Rojas están las aguas cual si las hubieran teñido,/ y si las bebemos, eran agua de salitre./ Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad,/ y nos quedaba por herencia una red de agujeros./ En los escudos estuvo nuestro resguardo,/ pero los escudos no detienen la desolación,/ hemos masticado grama salitrosa,/ pedazos de adobe, lagartijas, ratones/ y tierra hecha polvo y aun los gusanos.
Versión de Ángel Garibay
El trauma que la conquista de México imprimió al indígena fue tan intenso que aún perdura inelaborable. El indígena perdió lengua, religión, costumbres, propiedades y acabó de esclavo, y si esto no es traumático, quién sabe qué lo sea. Apoyada por Carlos V, la conquista de México se distinguió por la brutalidad de los conquistadores. Al mando de Hernán Cortés, cuya historia parece fábula y la vida novela. Considerado un héroe en su patria, es en cambio un guerrero cruel, entre los crueles. Desembarca y prende fuego a sus naves y coloca a los expedicionarios en situación de vencer o morir. Salvo la llamada Noche triste
en que mueren 400 españoles, a los pocos días y en salvaje revancha gana la batalla de Otumba y el rey lo halaga con todo tipo de escudos y tierras.
Mi maestro Santiago Ramírez, estudioso del trauma de la conquista, cita al gran poeta español Luis Cernuda, quien dueño de una insuperable maestría, dominio de la forma, da ese toque de desgana o desilusión y pleno de significado sicológico que expresa el mismo trauma de la conquista, desde su exilio en México. Visión contraria a la de los conquistadores.
“Con sus hijos, a veces, otras solo; vendiendo algo que parece no importarle o sin pretexto para su presencia inmóvil; descalzo y en cuclillas sobre el polvo, el sombrero de paja escondiendo los ojos, donde acaso pudiera adivinarse lo que siente y lo que piensa, mírale.
“Cayeron los amos antiguos. Vencidos a su vez fueron los conquistadores. Se abatieron y se olvidaron las revoluciones. Él sigue siendo el que era; idéntico a sí mismo, deja cerrarse, sobre la agitación superficial del mundo, la haz del igual del tiempo.
“Es el hombre al que los otros pueblos llaman no civilizado. Cuánto pueden aprender de él. Ahí está. Es más que un hombre: es una decisión frente al mundo ¿Mejor? ¿Peor? Quién sabe. Tú, al menos, confiesas no saberlo. Pero allá en tus entrañas le comprendes.
“Mírale, tú que te creíste poeta, y tocas ahora en lo que paran tareas, ambiciones y creencias. A él, que nada posee, nada desea, algo más hondo le sostiene; algo que hace siglos postula tácitamente. Lástima que el azar no te hiciera nacer uno entre los suyos.
Demasiado sería pedir su descuido ante la pobreza, su indiferencia ante la desdicha, su asentamiento ante la muerte. Pero gracias, Señor, por haberlo creado y salvado, gracias por dejarnos ver todavía alguien para quien Tu mundo no es una feria demente ni un carnaval estúpido.
Citado a su vez por Santiago Ramírez, Pérez Martínez afirma que la norma espectral del indígena modela al conquistador. Si éste subyuga el cuerpo de los hombres de la tribu sucumbe a su espíritu. Cuando las ideas entran en conflicto se afirma la claridad de ese destino. Cortés y Cuauhtémoc se animan y reanudan su batalla secular. El cuerpo de Cortés caído en sedas y desgracias. Cuauhtémoc vuelto cenizas en la selva forma nuestra epopeya. Hombres de dos mundos en nosotros se concilian y luchan. Tal es nuestra estirpe. Y a tal linaje tal escudo.
¿Y los estudiantes de Ayotzinapa? ¿Dónde?