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Siete años de crisis y de mala suerte
E

n 2001 Alan Greenspan explicó los factores que según él habían permitido a Estados Unidos sortear los peligros de la inflación, volatilidad y crisis desde 1970. Para el entonces presidente de la Reserva federal, los factores clave fueron la política monetaria y, además, ¡la buena suerte! Lo de la política monetaria es debatible pero, sin lugar a dudas, parece que la buena suerte se acabó hace mucho.

Han pasado siete años desde que se dejaron sentir los primeros síntomas de la crisis económica y financiera global. Siete años de mala suerte. Tal pareciera que se hubiera roto el espejo de ilusiones del neoliberalismo y que se hubieran abatido sobre la economía global siete años de maldiciones.

Las perspectivas para la economía global no son buenas, aunque muchos quisieran ver todo tipo de signos alentadores en indicadores diversos. El principal evento que inclina a pensar en ‘cosas buenas’ es la terminación del programa de compra de activos de la Reserva federal, el famoso plan QE de flexibilización cuantitativa. El anuncio se hizo la semana pasada.

El programa arrancó en 2008 y para el mes de septiembre pasado la Fed ya había adquirido 4.5 millones de millones de dólares en activos del sistema bancario. El programa QE fue de utilidad a los bancos y aunque tuvo un impacto en la economía real al mantener bajas las tasas de interés, el QE no sirvió como catalizador del crecimiento.

Desde que llegó a instalarse como presidente de la Reserva federal, Janet Yellen anunció que el QE se mantendría mientras los signos del mercado laboral así lo requirieran. Hoy la tasa de desempleo abierto es de 5.8 por ciento y eso la hace políticamente más presentable, lo que permite cerrar el programa de compra de activos sin sonrojarse.

En realidad, una parte de la reducción del desempleo se debe a que muchos han abandonado la búsqueda de un trabajo remunerado y por eso ya no cuentan como desempleados. Además, un porcentaje significativo de personas ocupadas sólo tiene empleos de medio tiempo. Cuando se incluyen estos factores en las estadísticas laborales, el resultado en el mercado laboral deja de ser satisfactorio.

Por esta razón, Narayana Kocherlakota, presidente de la Reserva Federal de Minneápolis, manifestó su desacuerdo con la decisión de la Fed diciendo que el banco central debió haber continuado su programa de compras de activos o, por lo menos, haber condicionado su manejo de la tasa de interés a la evolución de las perspectivas inflacionarias. Según Kocherlakota esto es necesario para incentivar la demanda y colocar mayor presión sobre los precios. Así, la Fed habría enviado una señal de que está decidida a empujar la inflación hasta el nivel de 2 por ciento.

Lo anterior reconoce que la economía de Estados Unidos todavía se encuentra en una situación complicada de deflación. La razón es que todos los agentes siguen tratando de reducir sus pasivos. Los hogares, por ejemplo, buscan a toda costa reducir el sobrendeudamiento en hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos de estudiantes, autos y hasta los tristemente célebres home equity loans, préstamos sobre la apreciación de bienes inmuebles. Como los salarios reales siguen estancados, el desapalancamiento se mantiene.

El proceso deflacionario aumenta el peso de la deuda en términos reales (es lo contrario del proceso de evaporación de deudas a través de la inflación). Ese aumento de la carga de la deuda conlleva una contracción de la demanda agregada. En el pasado, ésta creció a base de impulsos crediticios y burbujas y hoy esa fuente de crecimiento ya no funciona como antes. En síntesis, la demanda agregada no está repuntando como uno podría pensar al leer la prensa internacional de negocios.

En Europa se dice que las medidas adoptadas por el Banco Central Europeo (BCE) bajo la dirección de Mario Draghi son similares a la QE de la Fed. Pero la realidad es que la postura de Alemania sigue dominando el enfoque del BCE y hace que su acción sea todavía muy tímida (el BCE ha comprado activos por apenas unos 2 mil 500 millones de dólares).

Hoy seguimos en una depresión global. Estados Unidos no es la historia de recuperación que se quiere proyectar. Europa sigue entrampada en la crisis agravada por los programas de austeridad. Por su parte, China sigue albergando la burbuja crediticia más grande del mundo. Si sigue sin reventar es por la capacidad de los bancos para ocultar cifras y porque los inversionistas chinos carecen de otras opciones para optimizar su cartera de inversiones. Esa es una de las razones por las cuales los agentes chinos compran hoy grandes cantidades de oro y por la que siguen adquiriendo derivados financieros de muy dudosa calidad. Por cierto, esos derivados encuentran su camino de regreso al mercado de bienes raíces y retroalimentan el crecimiento de la burbuja que algún día tendrá que estallar.

Las dificultades que experimenta la economía global conducen a una pregunta de dimensiones históricas: ¿es viable el capitalismo dominado por el capital financiero?

Twitter: @anadaloficial