Opinión
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Ayotzinapa: con V de Vendetta
E

n cada marcha para exigir la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, cientos de jóvenes participan cubriendo su rostro con estilizadas máscaras blancas con sonrisa, bigote y barba puntiaguda. La careta reproduce la utilizada por el revolucionario inglés del siglo XVII Guido Fawkes. Los hackers de Anonymous la han hecho célebre en muchos países.

En un claro ejemplo de cómo la realidad imita al arte, el uso de este antifaz tiene origen en la película V de Vendetta (o V de Venganza en Hispanoamérica), elaborada a partir de una historieta gráfica del mismo nombre y con la inspiración de otro filme memorable: La batalla de Argel. En ella, V, un audaz activista solitario –que en el cómic se inspira en el revolucionario británico Guido Fawkes (1570-1606)– se propone combatir contra el gobierno fascista de Gran Bretaña.

Adoptada por muchos movimientos antisistémicos, la máscara se ha convertido en un icono de la cultura de los indignados, en un símbolo que representa la rebelión frente a un poder despótico y la avaricia corporativa. Quien la usa oculta su identidad en ella al tiempo que rubrica su pertenencia a un colectivo.

En un momento central de la película V anuncia al pueblo londinense: Si ven lo mismo que yo, si sienten lo mismo, y si quieren buscar lo mismo que yo, les pido que se paren junto a mí en un año afuera del Parlamento y juntos les daremos un 5 de noviembre que nunca jamás se olvidará. La película finaliza con una escena en la que la multitud desarmada, ataviada con la careta, marcha un 5 de noviembre con la intención de destruir el Parlamento.

Mañana, 5 de noviembre, cientos de miles de personas se manifestarán prácticamente en todo el país. No van a destruir Parlamento alguno, van a exigir justicia. Como lo han hecho en el pasado, según dan cuenta las notas de Emir Olivares, muchas llevarán la máscara de Guido Fawkes, otros palestinas y muchas más el rostro descubierto. Cargarán las fotos de los 43 normalistas de Ayotzinapa detenidos y desaparecidos por la policía. Con la llama de la indignación y de la rabia dentro de sí, como el pueblo de V de Vendetta, harán una demostración que jamás se olvidará y que cimbrará los cimientos de los poderes.

En la hora de la tragedia de Ayotzinapa, el tiempo se le agota al presidente Enrique Peña Nieto. Escondido, la autoridad se le escabulle como agua a través de los dedos de las manos. Carente de estrategia para enfrentar la tragedia, limitado a maniobrar para evitar que la justicia internacional caiga sobre el Estado, busca detener las manecillas del reloj a la espera de un milagro, y ve cómo esa V está cada vez más cerca de Los Pinos.

Cada movimiento que hace parece revertírsele. Cuando se filtró en la prensa nacional información para asociar a los normalistas rurales con cárteles de la droga, familiares y estudiantes se levantaron de la mesa de negociación con la PGR y la Secretaría de Gobernación y demandaron una conversación directa con el mandatario. Días después, las autoridades tuvieron que declarar que no existen reportes que liguen a los alumnos con grupos criminales.

En Guerrero hay un gobernador que no gobierna, un mandatario que no manda, una autoridad desautorizada por los ciudadanos. Como narró Arturo Cano, nada más tomar posesión, Rogelio Ortega Martínez pidió liberar la Autopista del Sol, bloqueada por más de ocho horas. Nadie le hizo caso. El 29 de octubre, 33 días después de los hechos, no pudo entrar a la reunión que, en la residencia oficial, Peña Nieto sostuvo con los padres de familia de los estudiantes desaparecidos y los normalistas, porque éstos no lo reconocen.

En plena crisis de seguridad, y como si Guerrero no fuera un estado soberano, ni siquiera pudo nombrar al titular de la Procuraduría de Justicia del Estado y al secretario de Seguridad Pública de la entidad. Le corresponde a la Federación, dijo a manera de explicación.

Y como si fuera un simple funcionario universitario y no el jefe del Ejecutivo, confesó: Mi vida depende y está en manos del Estado. Es el Estado el que debe garantizarme mi seguridad.

Las declaraciones de Rogelio Ortega son de pena ajena. En El Universal describe al ex gobernador Ángel Aguirre, responsable de la masacre, como seductor, coqueto, carismático, de apapacho, de sonrisa fácil, bohemio, declamador, excelente orador: ¡un tanque de la política! Y para que no quede duda de sus compromisos, exclamó: ¡Con los amigos, en las duras y en las maduras!

La entrevista que le hizo Adela Micha no tiene desperdicio (http://goo.gl/Z7ItbZ ). Con la mayor irresponsabilidad, sin evidencia alguna, jugando irresponsablemente con los sentimientos de los padres, Rogelio Ortega asegura que hay indicios de que los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa tienen una alta posibilidad de que pudieran estar vivos. Ojalá sea cierto, pero a él no le corresponde decir algo así, sin aportar más pruebas que lo que le dijeron.

En la película V de Vendetta se advierte: Las palabras dan significado a las cosas y, para los que escuchan, anuncian la verdad. La verdad es que algo anda muy mal en este país, ¿no? Crueldad e injusticia, intolerancia y opresión. Este 5 de noviembre, después de ganarse el derecho de admisión a la historia, de abolir el elogio al no compromiso, de derrotar al marketing político, los jóvenes harán de este día una fecha para no sólo para recordar, una fecha para nombrar la crueldad, la justicia, la intolerancia y la represión.

Twitter: @lhan55