uanajuato, Gto. ¡Tanto que mirar y escuchar en el reciente Cervantino! ¡Tan poco espacio para comentarlo! Voy al grano, pues. El grupo Capella Guanajuatensis, especializado en música antigua, dio un bien logrado recital centrado en las figuras de Cervantes y Shakespeare. El repertorio, una bien balanceada confrontación entre ingleses y españoles. En esta esquina, Byrd, Dowland y Purcell. En esta otra, Cabezón, Ortiz y Victoria. Tres momentos destacados de esta sesión musical: una juguetona ejecución de la deliciosa Recercada segunda de Diego Ortiz, y las interpretaciones de la soprano Nadia Ortega, especializada en estos repertorios, a la canción Come again de John Dowland y a la elegíaca Plainte-Chaconne de la música de Henry Purcell para La reina de las hadas, que mucho tiene (en su concepción y en esta ejecución) del espíritu que habita el famoso Lamento de la notable ópera Dido y Eneas del propio Purcell.
Todo ello, en el Museo Iconográfico del Quijote, que esa noche recibió a un grupo estudioso y bien preparado, a cuyo trabajo estilístico le quedan algunas aristas importantes por pulir y refinar.
El ensamble instrumental mexicano Pasatono Orquesta, conformado por una rica combinación de instrumentos indígenas, mestizos y occidentales, se presentó en el Templo de la Compañía con una oferta muy apetecible: revivir la dotación y el espíritu de la famosa (aunque fugaz) Orquesta Mexicana creada en 1933 por Carlos Chávez, y que desapareció después de un único concierto ofrecido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En este formato, Pasatono Orquesta ofreció música de Valente Cortázar (Lejos de Cosoltepec) a ritmo de marcha y con tintes de pasodoble; una pieza de Luis Sandi (El venado, variaciones sobre un tema yaqui) de perfiles cien por ciento indigenistas a pesar de la presencia de algunos instrumentos europeos; una suite bailable y festiva de Rubén Luengas (Jarabe Ka’nu); una sugerente versión del Chapultepec (u Obertura Republicana) de Carlos Chávez, devolviendo a su raíces las tres piezas emblemáticas (marcha, vals, canción revolucionaria) que la conforman; el estreno de una obra de encargo de Enrico Chapela (Danza de un poeta y el viento), pieza breve, compacta, lúcida, de espíritu luminoso, con atención precisa a los colores instrumentales del singular ensamble, y con una rica variedad de esquemas rítmicos; los Cantos de México de Chávez, partitura que comparte algunos rasgos con otra obra suya, Xochipilli, y en la que el compositor combina los gestos de su pensamiento musical más abstracto con las referencias audibles a un estilo más popular, presente sobre todo hacia las últimas páginas de la pieza. Lo sabroso de esta sesión musical deja abierta la pregunta múltiple: ¿qué se puede rescatar, adaptar o encargar para esta peculiar agrupación orquestal mexicana?
Y en el Teatro Juárez, mi primera oportunidad de escuchar a la Orquesta Sinfónica de Yucatán, conducida por su titular Juan Carlos Lomónaco en un sobrio programa dedicado íntegramente a Sergei Rajmaninov. Una sesión musical en la que tuve una experiencia literalmente inaudita: presencié la ejecución de un concierto romántico tardío para piano (el Tercero del compositor ruso, que tiene como principal virtud que no es el multi-repetido Segundo) en la que pude escuchar de la primera a la última notas de la parte solista. Quizá ayudó un poco la acústica del Teatro Juárez, y la OSY no es de tamaño monumental. Pero lo principal fue la actuación como solista del pianista ruso Alexei Volodin, quien tocó este complejo y robusto concierto de Rajmaninov con una energía sorprendente y al parecer inagotable, en el mejor espíritu del virtuoso romántico, sin caer por ello en el feo vicio de la golpiza al piano. En varios episodios del Tercero de Rachmaninov, la potencia del piano de Volodin llegó a cubrir por entero la sonoridad de la Sinfónica de Yucatán, que después del intermedio hizo una correcta interpretación de la Segunda sinfonía de Rachmaninov, logrando algunos apreciables destellos épicos en el Allegro molto que hace aquí las funciones de un scherzo.