Lunes 27 de octubre de 2014, p. 29
Río de Janeiro, 26 de octubre.
Hay muchas –y grandes– preguntas sobre el nuevo mandato de Dilma Rousseff como presidenta de Brasil.
Un ejemplo: ¿cuál será su equipo de confianza, quién ocupará cada uno de los puestos considerados claves en su gobierno?
Otro: ¿cuál será la influencia, el peso, del ex presidente Lula da Silva, indiscutiblemente su mentor y principal fiador, y la más sólida figura política de Brasil actualmente?
Y más: ¿cómo logrará, relecta por estrecho margen, reconquistar la confianza del sector privado? ¿Y cómo enfrentará una oposición parlamentar especialmente dura, activa y agresiva?
Al fin y al cabo, ella perdió, y de lejos, en las regiones más ricas del país. En Sao Paulo, por ejemplo, la provincia más desarrollada y poblada del país, Rousseff perdió por 7 millones de votos. Una tremenda derrota: Aécio Neves logró 64 por ciento de los votos en la provincia más industrializada, más rica del país, frente al 36 por ciento de la mandataria. Ya en los estados pobres del noreste, su ventaja ha sido aplastante. Un dato importante: en Minas Gerais, provincia natal de los dos adversarios, Dilma ganó con relativa tranquilidad. E igualmente ganó en Río, provincia clave. Todo eso tendrá peso específico de aquí en adelante.
Son muchas las dudas que pesan sobre corazones y almas brasileñas luego de la victoria de Dilma Rousseff. Para empezar, ¿cuál será su grado de independencia frente a la figura omnipresente de Lula da Silva? Otra: luego de un equipo económico bastante desprestigiado, ¿cómo logrará armar otro, capaz de reconquistar la perdida confianza del mercado financiero? Y otra más: ¿cómo establecer una política de incentivo a la recuperación industrial que pueda convencer a los industriales de que es la correcta y eficaz?
Entre Dilma Rousseff y el PT hay más distancia de lo que permiten suponer las aparencias. En primer lugar, el PT es un partido con muchas corrientes internas, pero a la vez muy adepto al asambleísmo. Es decir: en asambleas se vota y se decide, y luego –más o menos– se cumple lo decidido.
Rousseff es pez que no integra ese acuario. Es centralizadora, autoritaria, tiene voz propia y se rodea de un grupo muy restricto de su confianza absoluta. Tiene, por supuesto, inmenso respeto por Lula, pero ese sentimiento no se extiende automáticamente al resto del partido. El diálogo ni siempre fluye de manera natural.
Parte sustancial de los problemas que enfrentó en su primera presidencia se deben, según allegados más íntimos de Dilma, a la influencia de las corrientes del partido que impusieron, o forzaron, la presencia de determinados nombres en puestos claves de la administración.
Relecta, Rousseff tratará de armar su propio equipo. Lula seguirá siendo, claro está, una sombra permanente y determinante. Pero ella tratará de escapar de las mañas y artimañas internas del PT.
Tiene nombres de confianza, y con tránsito libre entre las diferentes corrientes internas del PT. Miguel Rosseto es uno; Jacques Wagner, que gobernó Baií por dos mandatos seguidos y logró, de manera sorpresiva, elegir al sucesor, es otro. Pero hay nombres tradicionales del PT, como Aloisio Mercadante, que conquistaron las gracias de Dilma con la misma velocidad con que conquistaban el rechazo de Lula y su poderoso grupo.
Nadie tiene ninguna ilusión en Brasil: los próximos cuatro años serán especialmente difíciles, principalmente por la cuestión económica.
Pero la mayoría –pequeña, es verdad– del electorado optó por la continuidad, por mantener los programas verdaderamente revolucionarios del PT, que integraron el mapa social brasileño unos 50 millones de personas. Gente que nunca tuvo futuro, y que ahora por lo menos tiene una garantía, muy concreta, de futuro.
Serán años duros y difíciles. Como duros y difíciles fueron los años antes de que el PT llegase al poder.
Brasil hizo su elección. Y optó por el desafío de continuar, en lugar de la propuesta agresivamente neoliberal de retroceder.