Se impone a Neves con 51.64% de votos
Lunes 27 de octubre de 2014, p. 29
Río de Janeiro, 26 de octubre.
Tres puntos, es decir, alrededor de tres millones de votos, aseguraron a Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), el derecho a permanecer cuatro años más como presidenta de Brasil, mayor población y mayor economía de América Latina, y una de las ocho mayores del mundo.
Es el resultado más apretado logrado por el PT desde la elección de Luiz Inacio Lula da Silva en 2002. La candidata petista obtuvo 54 millones 500 mil 287 votos, que equivalen a 51.64 por ciento, frente a los 51 millones 41 mil 146 sufragios, 48.36 por ciento, que cosechó su rival Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
No obstante, es suficiente para asegurar al PT el derecho –decidido de forma soberana por las urnas– a cumplir 16 años en la presidencia de Brasil.
Alrededor de las nueve de la noche, horario de Río, el país se enfrentó a un retrato claro e indiscutible: estuvo definitivamente dividido en dos a raíz de las elecciones de este año. Y dividido no sólo geográfica, sino también socialmente. Las regiones más pobres del país votaron masivamente por Dilma Rousseff. Las más ricas y desarrolladas, por el neoliberal Aécio Neves.
Y así, la petista tendrá, no sólo de enero en adelante (cuando empieza su segundo mandato consecutivo), sino a partir de hoy mismo, que empezar a armar un nuevo gobierno, que enfrentará un cuadro complejo y difícil. Para complicar aún más el escenario, el nuevo Congreso tendrá mayoría conservadora, especialmente en la Cámara de Diputados, lo que seguramente dificultará las negociaciones entre Ejecutivo y Legislativo.
Es verdad que la alianza del PT mantuvo la mayoría en el Congreso, tanto en Diputados como en el Senado. Pero igualmente es verdad que el mayor de los partidos aliados, el PMDB, se confirmó en estas elecciones mucho más como una federación de intereses personales y, en el mejor de los casos, regionales, que como partido con una línea política e ideológica consistente. A ejemplo del país, el PMDB se dividió en la campaña: mitad apoyó a Aécio, mitad a Dilma. Ahora, habrá que ver cuál será el precio pedido por el PMDB para mantenerse como aliado o pasarse a la oposición.
Más allá del espectro político, hay otro punto a ser observado: el abstencionismo rompió marcas históricas. Eso, de acuerdo con analistas independientes, revela un gran desencanto de parte importante del electorado con relación a la política, a los partidos, a los políticos y, claro, al gobierno nacional.
Rousseff ganó la mitad y poco más del electorado reafirmó su confianza en el proyecto de país llevado adelante por el PT, desde Lula da Silva (2003-2010) y ahora con la mandataria relecta. Pero lo que hay en el horizonte es un escenario confuso. El cuadro económico es difícil, hay que reconquistar la confianza de inversionistas, organizar las cuentas públicas sin que el ajuste fiscal signifique sacrificar programas que contribuyeron, de manera decisiva, para cambiar el mapa social brasileño.
Además, mientras no se cambie el sistema político, las alianzas significan un precio altísimo a cambio de la tan mencionada gobernabilidad. No hay prácticamente ningún punto de coincidencia programática e ideológica entre Rousseff, el PT y los aliados, de la misma forma que dentro de su mismo partido la presidenta relecta enfrenta diferencias significativas. Dilma tuvo sus orígenes en la militancia armada contra la dictadura. Recuperada la democracia, fue militante del PDT de Leonal Brizola, en su época uno de los mayores líderes de la izquierda brasileña. Entró al PT hace 14 años, y, contrariando expectativas de corrientes poderosas del partido, fue impulsada por Lula da Silva para sucederlo. Su primer gobierno ha sido difícil, muchas veces confuso, especialmente por su errática política económica, pero logró mantener, e incluso ampliar, los programas sociales implantados por Lula.
Son muchos los desafíos que enfrentará en su nuevo gobierno, y ahora con una novedad: una oposición dura, firme, sólida y agresiva. Porque la verdad es que ni Lula ni ella enfrentaron en el ámbito de la política una oposición verdadera y contundente.
Lo que enfrentaron ha sido una oposición diseñada y llevada a cabo por los grandes conglomerados de comunicación, dispuestos a cualquier desvío y desprecio por los hechos con tal de fustigar, de manera inclemente, al gobierno. Ahora, Roussef tendrá que hacer frente a otra oposición: la parlamentaria. El mismo PSDB, de Aécio Neves, eligió para el Senado un equipo altamente capacitado para hacer de la vida de cualquier gobernante un infierno. En la Cámara de Diputados, un detalle será preocupante para el nuevo mandato de Rousseff: la votación formidable lograda por políticos radicalmente conservadores. Basta con ver que, en Sao Paulo, el diputado nacional más votado es un presentador de televisión dispuesto a cualquier cosa con tal de oponerse al aborto, al derecho de las minorías y a cualquier cosa que huela a progreso. En Río, el más votado ha sido un militar retirado que defiende la dictadura y dice que prefiere tener un hijo muerto que un hijo homosexual.
Ayer por la noche, en su discurso como presidenta relecta, Dilma Rousseff mencionó una serie de compromisos. El principal: una reforma política de fondo, precisamente para que en el futuro ningún mandatario tenga que someterse a lo que ella se sometió en su primer mandato y seguramente seguirá enfrentando en el segundo.
Luego de una campaña extremamente agresiva entre ambas partes, convocó al diálogo. Admitió que es larga y ardua la tarea que le espera. Aseguró que se mantendrán los programas de inclusión social llevados a cabo desde el gobierno de su antecesor, Lula da Silva.
En su discurso admitió que hoy se siente mucho más fuerte, más madura y más serena para enfrentar los desafíos, que son muchos.
Ha sido una campaña difícil, dura, agresiva. El discurso de Dilma Rousseff ha sido emotivo, sincero, de compromiso.
Ahora, a ver qué logra. A ver qué le dejan hacer. Si dependiera solamente de Dilma y de su generación, seguramente sería mucho.
A ver.