l congreso de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica me llevó a Islandia en agosto de 2014. Geológicamente Islandia se formó hace solamente unos 12 millones de años, con volcanes cubiertos por glaciares, con una historia marcada por erupciones. La colonización humana de Islandia se dio hace mil 100 años, por navegantes noruegos que eran campesinos y se organizaron sin reyes durante algunos siglos, con su famoso parlamento, Althing, que se reunía en los veranos. Pocos de esos campesinos y pescadores, convertidos en vikingos, se lanzaban al mar aprovechando su habilidad en capturar la energía del viento en embarcaciones bastante grandes. Llegaron hasta Sicilia y Constantinopla regresando a casa con su botín, y llegaron hasta Groenlandia y Vinland (en América), donde se establecieron durante corto tiempo. Los relatos orales de sus hazañas en un estilo directo y vivo, las Sagas, pervivían en mil 200, cuando fueron escritos, al igual que un libro con los repartimientos de tierras desde el año 870 (Landnámabók). Los nombres de las fincas rurales actuales se encuentran ya en ese libro.
Islandia se convirtió al cristianismo, se reintegró a la corona noruega, perdió la mitad de la población cuando la peste negra llegó ya en el siglo X y, siguió la reforma luterana. Sufrió también fuertes procesos de erosión del suelo, como explicó Jared Diamond. Fue después posesión de Dinamarca, alcanzó la autonomía en 1918 y la independencia en 1944. Situada justo bajo el círculo polar ártico, Islandia tiene algo más de 300 mil habitantes en unos 100 mil kilómetros cuadrados, una muy baja densidad de población.
Fue ocupada por británicos y estadunidenses durante la Segunda Guerra Mundial (cuando los alemanes pusieron en Noruega el gobierno de Quisling). Islandia perteneció a la OTAN. No fue un Estado neutral en la guerra fría, pero al acabar ésta se quedó por voluntad propia y por geopolítica mundial sin lucrativas bases militares estadunidenses. Una visión pro estadunidense había sido convertir la isla en la base de portaviones Islandia
, con 10 por ciento de la población activa dedicada a esa industria
.
El gran debate económico y ecológico que continúa hoy día ha sido sobre la potencialidad hidroeléctrica (y geotérmica) de Islandia, y su aprovechamiento industrial. En el congreso escuchamos a Andri Snaer Magnason, autor de Tierra soñada: un manual de autoayuda para una nación asustada, que ha vendido 20 mil ejemplares en islandés y está traducido a otros idiomas. Su tema principal es el debate entre tradicionalistas
y modernos
sobre qué hacer con la economía islandesa, que en realidad no tiene mayores problemas con sus recursos pesqueros exportables, su ganadería de ovejas y vacas en grandes pastizales, y su población con alto nivel de educación y comprobadamente capaz de innovar en diseño industrial. El debate entre tradicionalistas y modernos existe desde hace décadas, en él ya participó Halldór Laxness, premio Nobel de literatura de 1955.
Los economistas neoliberales y los ingenieros de la industria eléctrica no han sido en realidad muy modernos, sino que tienen una idea fija: aprovechar la energía hidroeléctrica a costa de inundar lugares de belleza única y gran valor ambiental en la alta montaña, para aumentar la potencia instalada hasta un nivel de 30 o 40 kilovatios por persona (10 o más veces más de lo que se requiere para el actual consumo doméstico e industrial). Y eso no con el propósito, por ejemplo, de disponer de transporte privado y público movido únicamente por electricidad, sino de multiplicar el número de fábricas de Alcoa y otras multinacionales del aluminio. Esta es una industria que traga electricidad. Islandia no tiene minería de bauxita, la materia prima sería importada de Brasil y otros lugares.
El libro Tierra soñada habla también de los costos sociales y ambientales de la minería de la bauxita en Brasil y otros países exportadores. En el congreso de economía ecológica estaba también Samarendra Das, coautor del libro Out of the earth: East India adivasis and the aluminium cartel (2010) sobre las luchas por la bauxita en el estado de Odisha, en la India. Él ha visitado Islandia desde hace años para explicar los daños que hace la minería de bauxita, la materia prima del aluminio.
Magnason recordó las promesas de la industria del aluminio, los sacrificios de valiosos paisajes en Karahnjúkar, en Thjorsarver, para construir hidroeléctricas para el aluminio, algunos ya realizados y otros interrumpidos, y el papel que esos planes tuvieron en la locura financiera de Islandia antes de 2008. Sobre la garantía ilusoria de la prosperidad exportadora que traería el aluminio, la banca islandesa buscó enormes préstamos de fondos de inversión extranjeros, prometiendo intereses que no pudieron pagar. Hubo una gran bancarrota en 2008-9. Islandia renunció a pagar muchas de esas deudas. Cambió radicalmente el gobierno en una dirección ecologista, aunque en elecciones parlamentarias posteriores el poder regresó más o menos a los mismos que habían mandado antes, y la industria del aluminio no está vencida. El excelente libro de Andri Snaer Magnason explica todo esto combinando la poesía con los teravatios.