oronto, 3 de septiembre.
Como ya es tradicional, el primer lunes de septiembre es el Día del Trabajo tanto en Canadá como en Estados Unidos. Y ese día de asueto marca también el inicio el jueves siguiente del Festival de Cine Internacional de Toronto (abreviado TIFF, para los angloparlantes).
Según se sabe, la prematura temporada otoñal
marca la estrecha rivalidad entre festivales. Venecia es el más prestigiado (y el más caro, también); Montreal es el otro festival canadiense (con escasa cobertura internacional); Telluride es el festival boutique, con exclusividad de club privado, y Toronto es el que reconcilia el arte y el comercio, lo frívolo y lo trascendente en un paquete muy atractivo –y práctico– que resulta irresistible tanto para el público de la ciudad como para el profesional de la industria. (Luego es el turno de San Sebastián, en la penosa situación de escoger entre las sobras que han dejado los demás. Y a finales del mes, el festival de Nueva York con una selección pequeña, pero muy importante para sus habitantes cultos.)
Ese embotellamiento provoca que los programadores de cada festival se den figurativamente de codazos para ganar la primicia de lo que se considera lo mejor. Ya que Toronto no es competitivo –salvo en su sección canadiense– puede darse el lujo de repetir títulos de festivales anteriores. Sin embargo, es muy celoso a la hora de presentar un estreno para Norteamérica. Es decir, ve con malos ojos que Telluride se reserve algunos de los títulos más llamativos y le coma el mandado del estreno continental.
Para disuadir a los productores de hacer el doble juego, Toronto ha establecido una nueva regla: cualquier película que se estrene antes en Norteamérica –o sea, Telluride– no será exhibida en la ciudad canadiense dentro de los primeros cuatro días del festival, cuando se concentra el mayor número de asistentes e invitados. (Según reportó el New York Times, la directiva de Telluride lo tomó como una agresión. Cosa rara, viniendo de un festival tan amigable como lo es Toronto).
Una película en disputa fue nada menos que Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), el quinto largometraje de Alejandro González Iñárritu.
Seleccionada para inaugurar Venecia, elogiada por la prensa y candidateada a algún premio importante, Birdman ya se exhibió también en Telluride… y cerrará el festival de Nueva York. Pero no se exhibirá en Toronto, lo cual es una pérdida. En cambio, la que sí será un estreno mundial en el TIFF es Khalil Gibran’s The Prophet, la coproducción animada de Estados Unidos, Canadá, Francia y Líbano, con varios directores, en la cual Salma Hayek-Pinault funge como productora (y voz de doblaje).
Pero hablando ya de cine mexicano, este año la participación se redujo a dos títulos: Los años de Fierro, documental de Santiago Esteinou (ya visto en el festival de Guadalajara), y Dólares de arena, de la pareja formada por Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas (una coproducción con Argentina y la República Dominicana). Sorprende, por ejemplo, que no se haya escogido Los güeros, de Alonso Ruizpalacios, o Navajazo, de Ricardo Silva, que han sido premiados en festivales de prestigio. El cine argentino tiene siete selecciones, tal vez en compensación a su ausencia del año pasado. Por otro lado, Chile está presente con dos películas, mientras Brasil, Colombia, Cuba y Perú con una sola.
Para seguir con los números, el total de largometrajes a ser proyectados este año en el TIFF es de 285 (tres menos que el año pasado). De ellos, 15 son latinoamericanos. Y, para que vean cómo están las cosas, 41 son franceses, sin contar las coproducciones.
Twitter: @walyder