eiterémoslo. Un sistema eléctrico concentrado en un combustible es extremadamente débil. Incluso si se trata –como se argumenta con una buena dosis de demagogia– del gas natural, del barato
gas natural que la revolución
del gas de lutitas –la del controvertido y dañino fracking– está dejando. La tesis no es mía. La postulan decenas de empresas eléctricas del mundo. Hay, por ejemplo, a este respecto y en estos momentos, un debate académico muy intenso en Estados Unidos. Diversos argumentos se agrupan para mostrar severos inconvenientes de poner todos los huevos en la misma canasta
. 1) Es cierto que la abundancia de gas natural derivada de la revolución del shale
ha conducido sus precios a la baja. Incluso con un rompimiento histórico de sus cotizaciones con las del crudo, por cierto y por lo pronto, sólo en Estados Unidos y, consecuentemente, en México. No obstante –y por diversas razones– no es seguro que esta tendencia se ratifique para el largo plazo, al menos de ocho a 10 años en adelante. ¿Qué pasará con el gas natural en Europa? ¿Y qué en Corea y en Japón? Y no me refiero a los momentos de elevación estacional importante de las cotizaciones, que pueden causar problemas muy importantes a los consumidores, entre ellos –sin duda– las plantas de generación eléctrica.
Sí, las elevaciones estacionales o coyunturales que pueden implicar alzas importantes en los precios de un fluido eléctrico obtenido en el mercado mayorista de electricidad. Y no sólo por razones del clima, sino por problemas de transporte del combustible. Por todo esto es un riesgo muy grande, centrar buena parte de la expansión eléctrica en el gas natural, máxime si –lo diré una vez más– no hay plena seguridad de disponibilidad interna; 2) se ha difundido correctamente –pero no de manera completa– que el gas natural es menos contaminante que el combustóleo, el diesel, el carbón. Cierto.
Los datos oficiales del Panel Intergubernamental de Cambio Climático –recogidos inicialmente de manera correcta, pero luego tergiversados por el Congreso de la Unión en los cálculos del Impuesto al Carbono de la miscelánea fiscal de 2014– indican promedios de 56.1 toneladas de CO2 equivalente por unidad (Terajulio) para el caso del gas natural y de 77.4, 74.1, 94.6 toneladas de CO2 equivalente, respectivamente para combustóleo, diesel y carbón bituminoso (por cierto 91.7 toneladas de CO2 equivalente para desechos municipales que desean explotar los municipios).
Esto significa que la producción de un kilovatio-hora en centrales a gas natural se emite la mitad de CO2 equivalente, es decir un promedio de 393 gramos de CO2 equivalente en ciclos combinados de eficiencias que rondan 50 por ciento. En buen romance significa que un cumplimiento estricto de políticas ambientales –por cierto más difícil en un entorno de mercado eléctrico mayorista– obligará a instalar equipos de secuestro y captura de CO2. Y no sólo en plantas de combustóleo, carbón, coque y otros combustibles altamente contaminantes, sino aun en las de gas natural. Y si esto es así, aun manteniendo el diferencial de costo de producción de electricidad de las plantas a gas natural que, evidentemente, también requieren equipos de secuestro y captura, la disminución de precios de electricidad imaginada y publicitada inicialmente, no podrá ser tan grande como se estimó, si no se consideró –como parece ser por la misma publicidad que se difunde– la necesidad de instalar equipos de protección al ambiente; 3) un aspecto más y muy delicado a considerar en el caso del gas natural y que se menciona ampliamente en el debate sobre la excesiva concentración de las compañías eléctricas estadunidenses en él, es el de su entrega.
A diferencia del combustóleo o del carbón, por ejemplo, se envía a las plantas justo a tiempo (just in time). Así, cualquier falla de envío se traduce en cortes de la generación a gas y su sustitución –en el momento– por fuentes disponibles, probablemente más caras en el mercado mayorista; 4) un cuarto elemento de discusión sobre esta canasta de generación eléctrica no diversificada se ilustra con la presentación de lo que se denomina exacerbada competencia que puede darse en un mercado mayorista. Se presentan muchos generadores a gas natural que compiten entre sí. Y se orientan a bajar costos para ser despachados
(en nuestro caso y ahora sí por el recién creado organismo público descentralizado llamado Centro Nacional de Control de Energía, el Cenace), antes que otros. Pues bien, una forma de bajar costos es –precisamente– el de disminuir al máximo los cargos por transporte de gas, lo que supone contratar tarifas más baratas de transporte. ¿Cuáles? Algunas interrumpibles, lo que –sin duda– también representa un riesgo enorme de suspensión del proceso de generación y de encarecimiento o eventual suspensión del suministro eléctrico.
Bueno, pero para no concentrar el análisis de riesgos en el gas natural, es necesario tratar los problemas de las fuentes renovables de generación –solar y eólica, entre ellas– donde los problemas de ocupación superficial o invasión de tierras ejidales o comunales sólo será uno de ellos, tanto en el caso eléctrico como en el de la explotación de crudo y de gas natural, convencional o de lutitas. Todo esto para ilustrar que el nuevo mundo feliz
que se anuncia no es tal.
El asunto es mucho más complejo que la lamentable caricatura que se ofrece en los medios. Y obliga a una vigilancia y a una organización social más pero más rigurosa y atenta que antes. Mucho más. Por eso –justamente– es necesario concentrar esfuerzos en identificar los riesgos que en el caso eléctrico y también en el de los hidrocarburos será necesario cuidar. Entre ellos –y a reserva de retornar a él en algún momento– el de la generación y apropiación de excedentes petroleros (no todos renta petrolera, por cierto) en un entorno de contratos de licencia
a privados, con costos de producción muy probablemente crecientes, como bien documenta el brillante compañero investigador Fabio Barbosa de la UNAM. Y –ahora sí– costos manipulados por los productores frente al fisco y los organismos reguladores. Exageradamente, incluso. De veras. Ya lo veremos. Sin duda.