espués de 50 días de bombardeos israelíes sobre Gaza, que arrojaron un saldo preliminar de 2 mil 100 palestinos muertos (entre ellos, más de 500 niños) y daños materiales aún incuantificables, el gobierno de Israel y Hamas, el grupo que ejerce el control de la franja, dieron a conocer la concreción de un alto al fuego de largo plazo
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Ayer, al comentar el hecho, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dijo que Hamas fue duramente golpeado y no obtuvo ninguna de sus demandas para firmar el alto el fuego
; calificó de éxito la operación Borde Protector; señaló que la organización islámica no había sufrido tal derrota desde su fundación
y advirtió que, en caso de que se reinicien los lanzamientos de misiles palestinos hacia territorio israelí, nuestra respuesta será aún más dura
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Las afirmaciones de Netanyahu resultan cuando menos cuestionables: en efecto, Hamas podrá no haber conseguido la construcción de un aeropuerto en Gaza y la liberación de prisioneros palestinos, pero el hecho de que haya sobrevivido al más reciente intento de Israel por exterminarla dista mucho de ser la peor derrota posible, como afirmó Netanyahu. En cambio, queda claro que la gran derrotada durante la reciente agresión israelí a Gaza fue la población palestina de esa cárcel al aire libre, cuyas múltiples bajas humanas y materiales agravan un panorama de por sí marcado por la miseria, el desempleo, el hacinamiento, la falta de servicios más elementales, que persistirá a pesar del alto el fuego.
Es claro, por otra parte, que los 50 días que duró el más reciente bombardeo a Gaza y a sus habitantes representaron una derrota moral y política para Tel Aviv, que volvió a evidenciarse ante el mundo como un régimen que recurre al terrorismo, que atropella la legalidad internacional y los principios y valores humanos básicos,y que no reconoce más ley que la de la fuerza. Particularmente significativas resultaron, durante estas semanas, las muestras de rechazo hacia la conducta de Israel por parte de comunidades judías de todo el mundo, lo que puso en evidencia que el añejo conflicto de Medio Oriente no es producto de diferencias de índole confesional ni cultural, sino resultado de la proyección regional de una potencia militar que ha perdido toda noción de ética.
Por su parte, en contraste con el repudio al régimen israelí expresado por amplios sectores de la sociedad civil en todo el mundo, las potencias internacionales y los organismos multinacionales quedaron exhibidos de nueva cuenta como cómplices de la barbarie, por participación o por omisión, en la medida en que se negaron a adoptar medidas severas para contener la atrocidad cometida por Israel: es paradójico que mientras gobiernos como Estados Unidos y organismos como la ONU se escandalizan por las acciones cometidas por el llamado Estado Islámico, al cual acusan de crímenes de lesa humanidad, no hayan hecho otro tanto frente a los atropellos de Tel Aviv contra los pobladores inermes de Gaza.
Finalmente, tras las siete semanas que duró el infierno desencadenado por los gobernantes israelíes sobre los palestinos atrapados en Gaza, ha quedado claro, por enésima vez, que el poderío militar del Estado israelí puede causar un sufrimiento humano de proporciones monstruosas y una enorme devastación material, pero no puede poner fin al añejo conflicto en Medio Oriente, y que Tel Aviv ni siquiera puede lograr, por la vía del aplastamiento bélico, la seguridad de los habitantes de Israel. Por el contrario, además de evidenciarse como un régimen violatorio de las consideraciones humanitarias más elementales, el encabezado por Netanyahu refrenda su falta de contención y de lucidez para entender que cada nuevo ataque sobre ese territrio conlleva la siembra de nuevos factores de rencor, exasperación y odio que nutrirán la base social y las filas de combatientes de Hamas.