Opinión
Ver día anteriorLunes 28 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Será posible?
L

a ciudad de San Francisco, situada en el norte de California, se ha distinguido a lo largo de su historia como una de las más liberales de Estados Unidos. A principios del siglo pasado una huelga de estibadores fue la semilla para crear el poderoso sindicato del ramo; la ciudad fue sede de la creación de la ONU, en 1945; fue el epicentro de las más dramáticas protestas en contra de la guerra de Vietnam y su secuela, el movimiento hippie proclamando amor y paz; fue abanderada del movimiento gay que se volcó a las calles para protestar por el asesinato del concejal Harvey Milk, icono y promotor de la igualdad de derechos para la comunidad homosexual, y del alcalde George Mosconi, quien también pagó con su vida por su decidido apoyo al movimiento gay; la protección a los sin casa, ( homeless) dándoles alojamiento y alimento es una muestra de su compromiso con los derechos humanos; hace 30 años sus habitantes la declararon ciudad santuario, cuyo significado práctico es la negativa a cooperar con las autoridades federales en el arresto de indocumentados.

Más recientemente, al lado de la ciudad gemela de Oakland, fue uno de los campos de batalla de mayores proporciones del movimiento del 99 por ciento contra el uno por ciento en su lucha contra la desigualdad.

Por ello no fue extraño que la junta de supervisores de la ciudad acordara dar refugio a un buen número de los menores detenidos en albergues federales que han intentado reunirse con sus padres en Estados Unidos. Fue preocupante, sin embargo, que el alcalde rechazara la petición del Departamento de Servicios Sociales y Humanos de brindarles alojamiento, argumentando que la ciudad no tiene espacio para albergar a miles de niños en San Francisco, en donde las rentas son muy altas y la oferta de vivienda es escasa.

Lo extraño es que hace sólo unos meses concedió la exención de impuestos a un puñado de compañías de Internet, que no obstante sus millonarios ingresos, condicionaron abrir su sede en San Francisco a la obtención de dicha exención. En última instancia, la exención se concretó a costa de los ingresos y servicios que presta la ciudad.

Ese hecho se agrega a otro igualmente preocupante: el paulatino desplazamiento de los residentes que le han dado su carácter. Barrios como La Misión, sede de la cultura y el arte de la comunidad latina, están perdiendo rápidamente su idiosincrasia debido a la inflación y especulación producida por los altos ingresos de los técnicos contratados por esas mismas compañías. El incremento en las rentas ha ocasionado que los pobladores originales de esos barrios los abandonen, ante la incapacidad del gobierno de la ciudad para protegerlos.

El fenómeno no es privativo de San Francisco, lo mismo ocurre en otras urbes en las que la vivienda se ha convertido en un artículo de lujo. Pero en la ciudad, famosa por su Golden Gate y sus Cable Cars, algo más se pudiera estar perdiendo: la tradición liberal que movió a Mark Twain, a Howard Fast y Dashell Hamet, entre otros, a solazarse en ella y recrearla en algunos de sus más celebrados escritos.