na de las razones por las cuales Guillermo del Toro renunció a la realización de El Hobbit fue el tiempo que le llevaría dedicarse a un solo proyecto. El inquieto director mexicano ha demostrado en tiempos recientes su hiperactividad: no sólo ha producido la teleserie The Strain, sino que ha dirigido tres episodios de ella, al tiempo que ha acabado de filmar el largometraje Crimson Peak, y ya prepara la segunda parte de Titanes del Pacífico (sin contar las otras instancias en que funge como productor).
Según se sabe, The Strain surgió primero como una idea para un programa de televisión, que se convirtió en una trilogía de novelas coescritas con Chuck Hogan. (Aquí la trilogía se editó bajo el título de Oscuridad, mientras que The Strain se llamó Nocturna). El domingo pasado se estrenó en Estados Unidos, por el canal de cable FX, el primer episodio, Night Zero, realizado por el propio Del Toro (seguramente también pasará en México, con cierto retraso, en algún canal de cable).
Aunque es difícil juzgar toda una serie a partir de su primer episodio –sería como hacerlo con una película basándonos en los primeros 10 minutos–, The Strain promete ser un intrigante híbrido entre el horror gótico y el género de moda, el de los procedimientos policiacos/científicos. Eso se aprecia desde su punto de arranque: un vuelo comercial tan desafortunado que podría pertenecer a Malaysia Airlines. El avión, proveniente de Berlín, aterriza en el aeropuerto de Nueva York sin mostrar signo alguno de vida humana.
Toca a Ephraim Goodweather (Corey Stoll, casi irreconocible con una peluca), atribulado director de la CDC (el Centro de Control de Enfermedades), entrar con su asistente Nora Martínez (la argentina Mía Maestro) al mortecino avión y comprobar que sólo cuatro pasajeros han logrado mantenerse con vida. Al mismo tiempo, el prestamista judío Abraham Setrakian (David Bradley) tiene un mal presentimiento y se dispone avisar a las autoridades sobre el peligro inminente.
Al clima maligno bien establecido por Del Toro y su fotógrafo, el peruano Checco Varese, colabora otro personaje, el siniestro alemán Thomas Eichorst (Richard Sammel), al servicio del no menos siniestro millonario Eldritch Palmer (Jonathan Hyde), quien ambiciona la vida eterna. (Esos personajes evocan, desde luego, la relación entre Ángel de la Guardia y su padre en Cronos, la opera prima del realizador.)
Después de que los investigadores descubren un enorme ataúd lleno de tierra y que las víctimas han sido desangradas, resulta evidente que estamos ante otra encarnación del vampiro como monstruo. Sólo que en esta ocasión, la forma de contagio no es a través de la tradicional mordida, sino mediante unas repugnantes y muy móviles lombrices que se introducen por la piel. Ese detalle le da a la amenaza carácter de pandemia.
Del Toro reitera los elementos que han conformado su estilo. Hay una vena de humor negro circulando por las acciones –una secuencia violenta en una morgue es acompañada por la alegre tonada de Sweet Caroline, de Neil Diamond, y no podía faltar la presencia de una niña (Isabel Nélisse), en este caso una de las infectadas que, por su aspecto de inocencia corrompida, resulta de lo más inquietante. Y el vampiro mismo no podía ser un convencional conde transilvano, sino un ente monstruoso oculto bajo un manto, como La Parca misma.
La prueba de la efectividad de ese programa piloto es la impaciencia con la que uno espera los siguientes episodios. Como no leí la trilogía de la Oscuridad, todo lo que provenga de la imaginación de Del Toro, será una sorpresa.
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