Este espectacular avistamiento vive su máximo esplendor durante julio y agosto
Una tradición entre los pobladores de Nanacamilpa, contemplar que se vuelven como constelaciones, que parpadean como fuegos
Es su santuario y dominan toda la visión
Sábado 19 de julio de 2014, p. 8
Nanacamilpa, Tlax.
En su casa, en su bosque, una luciérnaga se prende. Un brillo en el sendero es la señal para iniciar decenas de destellos. Efímeros chispazos de una luz fría contrasta con el verde de los pinos y oyamel que anuncian un paisaje único y diferente. Son las ocho y media de la noche y nos advierten: disfruten, porque esto sólo dura 30 minutos
. Es el romance de unos bichos que emiten luz, familiares de los escarabajos y una de las 2 mil especies que existen de Lampyridae. A esta la llamaremos Tlaxclalteca Luccium.
A esta especie le gusta volar y danzar a tan baja distancia de la hojarasca, que en su rutina invaden el espacio de nuestra visión como si un cielo estrellado se hubiera venido abajo o, mejor aún, como si uno estuviera en medio del espacio sideral.
Muy cerca de Nanacamilpa, bosque ubicado a 2 mil 800 metros de altura, subiendo hacia el ejido de San José –donde 710 de sus miembros y familias cuidan el bosque, lo explotan y viven de sus maderas–, se encuentra Villas del Bosque Santa Clara, una amplia extensión de 200 hectáreas. Ahí el abogado y ahora empresario Javier Flores invirtió en construir 11 cabañas y un amplio restaurante, en medio de un paraje rodeado de enormes árboles.
Cuando formó este conjunto no sabía del fenómeno natural, que ocurre una vez al año y se da durante todo el mes de julio y la primera semana de agosto. Fue por los ejidatarios, que lo descubrió. Los abuelos y padres de ellos los llevaban por las noches a verlo. En poco menos de una hora, las luciérnagas, en un rito de apareamiento, iluminan como centellas el bosque. Ahora es el principal atractivo de verano y con el apoyo de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) se ha desarrollado un programa de mantenimiento y prevención, que ha hecho de este espolón de la Sierra Nevada, en el noroeste de Tlaxcala, un espectáculo natural, comparable si acaso, con un sueño o una buena página de literatura de ficción.
Centellas en el bosque
Hace 50 años entraban al bosque los niños guiados por sus padres para atraparlas. Para estos cazadores de luciérnagas se volvía una misión casi imposible, pues el indicador de su presencia desaparecía al instante. Cuando llegaban al bicho y lo atrapaban, dejaba un rastro en las manos o en la ropa que iluminaba. Ese era el reto y la diversión, nos cuen- ta Felipe Pineda, del Consejo de Vigilancia de dicho ejido. Pero no sé mucho más
, lamenta mientras juega con un hongo rojo que ha recogido, uno los tantos que existen en la zona y que sus mujeres preparan en un amplio comal para la comida que nos ofrecen. Este es muy toxico, afirma, pero el ajo es un sensor, si al cocinar los hongos se pone negro, es que hay alguno que es venenoso. Oiga, ¿y no será alucinógeno?
, pregunto. “Pues a lo mejor –responde–, pero no podrá recordarlo”. Ríe. “Pero ya verá que ni hace falta –agrega–: hoy en la noche verá a las luciérnagas”. Don Felipe tiene una pensión de 3 mil pesos mensuales y recibe otro tanto más al año por la venta de madera del ejido.
19 horas
Son las 19 horas. Caminar por los senderos del bosque agobia, y el corazón late al doble. Nos falta oxígeno, aparentemente, en medio del bosque húmedo. Es la altura y sin duda la emoción. Se acerca la hora del final del día. Un guía nos conduce. ¿Alguna leyenda?, ninguna, por fortuna. ¿Recomendación?, silencio, nada que ilumine, y cuando se indique, se regresa. En el bosque, por la noche, no se ve nada y se pierde la orientación. Son las 20 horas.
Un alto en la vereda. Una oración sencilla para pedir permiso al entrar y regresar con bien. Haydée, Rosario, José y David, nuestros anfitriones, sólo atinan a decir: disfruten. Caminamos. Son las 20:15 horas.
El ocaso. Sin viento. Sin aves. Cruje la hojarasca al caminar. Una ardilla vuela (¿ardillas?). Al fondo un túnel de ramas como inicio de remolino. Y zaz, un brillo. Y zaz, tres brillos. Y zaz, más cerca. Volteas a la derecha, y son 10 chispazos. Todavía hay luz del día. Y zaz, a la izquierda 40 destellos... tal vez. Y en cinco minutos más, oscurece. Y zaz... decenas. Son las 20:30 horas.
20:30
Un fulgor que se desvanece y regresa se convierte en constelaciones efímeras. A no ser porque sabes que estás parado en el suelo, se pierde la dimensión de un espacio invadido ahora por miles de luciérnagas volando. Se pegan en la piel, juegan en diferentes dimensiones, imposible enfocarlas, arrebatan el aliento, se convierten en estelas, que parpadean como fuegos por instantes, con brillos ¿azules, amarillos, blancos? Y de repente prenden más, y más. Zig zag. Zig zag. Alumbran, parpadean. Asaltan, ocupan, entran y dominan toda la visión. Arriba y abajo. No zumban, no agreden. No es posible, pero ahí están ahora por millones, en un bosque inmenso. Son las 20:45 horas.
21:00
Un ligero viento sopla. Oscuridad total. Al ver al cielo, si acaso, se contempla el contorno de los pinos. Leve brisa y goteo de lluvia. Al fondo, aullidos de coyotes. En los labios pega una luciérnaga y no llega a entrar en la boca. Hay que cerrarla, hay que enfocar. Hay que abrir la pupila, para que se queden ahí fijas, porque todas se van. Un sonoro estallido anuncia tormenta. Se ilumina ahora el cielo por un relámpago. Y ahora otro. El cielo esta encapotado. Y cuando uno cree que esta tormenta es la señal para el retiro, el guía refuerza este pensamiento con su voz: las luciérnagas se lucen
. Y si es cierto que se aparean, el festín alcanza su máximo esplendor. Más truenos en el cielo, más aullidos de coyotes, más viento, más lluvia. Más destellos y reflejos. Más luciérnagas en la noche brillando en instantes. Es su Santuario. Son las 21 horas.
Mejor nos regresamos, se está haciendo tarde
, dice el guía. El camino no se ve. Las luciérnagas no se apagan, pero como nosotros, se cubren, imagino. Mojados y excitados, caminamos. Silencio. Disfrutamos. Los anfitriones nos reciben en un amplio comedor y sirven una cena. Son los trabajadores de la Comisión Nacional Forestal, brigadistas y cocineras de Villas del Bosque. Sirven escamoles, tacos de gusano de maguey con salsa, sopa de hongo, chilmole, elotes. Sin habla los comensales, beben y escuchan las canciones preparadas para la ocasión. Son las 22 horas.
00:05
A la medianoche, ya acostado para dormir, con el frío entre el cuerpo y la sábana, se oye el crispar de la madera ardiendo en la chimenea de la cabaña. No hay luz eléctrica. Por algunas horas un poco de la energía de las celdas solares se manifiesta en los pasillos. Sin pila el Iphone, sin señal. Cinco luciérnagas visitan el cuarto. Se acercan y en su lenguaje morse imagino que hicieron despertar la sensación de luciérnagas en el estomago. Prendían y apagaban. ¿Qué comí? Me pregunté. ¿Y si no eran escamoles esas larvas? ¿Si eran luciérnagas y ahora toman vida y vuelan en mi cuerpo? ¡Madre mía! ¡Padre santo! ¡Carajo! ¡Coño! Esto es una alucinación o una indigestión. No, nada de eso. Sólo es algo diferente. Sólo es un paseo que brilla y se apaga. Sólo son cinco luciérnagas que pasean antes de un sueño profundo. Así son las luciérnagas de Tlaxcala. Oscuridad total. Son las 00:05... supongo.