Kevin, uno de los niños que padece el viacrucis de viajar sin padres
Vamos a estudiar a Estados Unidos, allá sí se puede; no regresaremos a El Salvador
Martes 1º de julio de 2014, p. 8
Arriaga, Chis., 30 de junio.
Sebastián es el mayor de tres niños que han dormido en unos cartones que colocaron sobre tierra recubierta de grava, y como techo el piso metálico de un vagón del tren cargado de cemento. Tiene 11 años de edad.
Él y dos de sus primos viajan con dos mujeres y un hombre al que llaman abuelo, y para llegar hasta este municipio chiapaneco caminaron desde Tapachula por las vías del tren y durmieron muy cerca de la red ferroviaria durante una semana.
Su viaje lo iniciaron en Honduras y llegaron hasta la frontera de Guatemala y México en autobús. Cruzaron el río Suchiate en una cama
(una balsa construida con tablas colocadas sobre cámaras de llantas infladas y amarradas con lazos).
Para cruzar a territorio mexicano pagaron 10 quetzales o el equivalente a 20 pesos mexicanos por cada uno, a los balseros guatemaltecos que están a la espera de clientes
para llevarlos de un lado a otro del río Suchiate sin tener que pasar por las oficinas migratorias ni que quede registro de su ingreso a México.
Los tres menores y sus acompañantes llegaron el pasado 21 de junio a Arriaga, buscando abordar el tren al que llaman La bestia, para que los condujera hasta Ixtepec, en el Oaxaca. Sin embargo, un descuido hizo que perdieran el viaje y el ferrocarril partiera sin ellos en su lomo o en las escalinatas de algún vagón.
Pero los que partieron antes que ellos tuvieron que regresar, porque a cuatro kilómetros de distancia la máquina y cuatro vagones cargados de cemento se descarrilaron. Durante la madrugada, integrantes de alguna pandilla habían quitado mil metros de vía.
Las autoridades locales y federales aseguran que en esta zona existen pandillas que cortan las líneas de acero con soplete y las venden por fierro viejo.
Las reparaciones en las vías han durado más de 96 horas, y el número de migrantes sin documentos que quieren llegar a Estados Unidos aumenta en Arriaga un promedio de 500 a mil cada 24 horas, según estimaciones de las autoridades.
Los tres menores y sus acompañantes son personas de muy escasos recursos; por eso no han pagado un cuarto de hotel o pedido a algún pollero –traficante de personas– que les aparte su lugar en La bestia.
La falta de dinero hizo que Sebastián, Kevin Eduardo y José Ismael –de 11, ocho y seis años, respectivamente– tuvieran que recolectar cartones para dormir junto con los adultos que los acompañan sobre el suelo de grava, bajo el piso de un vagón de tren cargado con cemento que está varado y hace las veces de techo.
En ese espacio, en el cual caben de pie dos personas de un metro y medio, han pernoctado durante cinco días, han acomodado las bolsas de plástico con la poca ropa que llevan; otras bolsas con latas de atún y botellas de agua que les ha entregado de manera gratuita personal de los Grupos Beta del Instituto Nacional de Migración (INM) o de los consulados de Guatemala y El Salvador, que están a pocos metros de donde parte La bestia.
Los tres abandonaron la escuela. Aseguran que llevaban promedio superior a nueve, pero ahora las calificaciones no importan. Vamos a estudiar a Estados Unidos, allá sí se puede. En El Salvador, no. No vamos a regresar
, afirmó Kevin Eduardo, mientras José Ismael se acurrucaba sobre las vías para tratar de dormir un poco.