Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de junio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mexicano de tercera
L

levo muchos años en México y, por supuesto, amo al país independientemente de mi viejo amor por España. Algún tiempo dudé en adquirir la nacionalidad mexicana, en parte porque no podía prescindir de mi verdadero origen y en parte también porque en este país se discrimina a los mexicanos que no lo son por nacimiento.

Hay múltiples ejemplos en la maldita y discriminadora Constitución. El artículo 82, fracción uno, exige ser mexicano por nacimiento al que opte por la Presidencia de la República.

El artículo 55, en su fracción primera, repite la misma fórmula respecto de quienes opten por ser diputados, y el artículo 58 indica que los senadores deberán cumplir los mismos requisitos que los diputados.

Por poner simplemente un ejemplo adicional, cabe invocar el artículo 267 de la Ley del Seguro Social, que exige que el director del Instituto Mexicano del Seguro Social deberá ser mexicano por nacimiento. Los ejemplos abundan en las leyes constitutivas de organismos descentralizados.

No puede caber la menor duda de que en el fondo de esa disposición asoma un complejo de inferioridad frente a los mexicanos que lo son porque les dio la gana y no por la circunstancia de que su madre los haya parido en el territorio nacional o en el extranjero, siendo hijos de padre o madre mexicanos por naturalización.

En virtud de ello a un mexicano naturalizado no le interesa pertenecer a un partido político porque no podría ser candidato a un puesto que exija la nacionalidad mexicana por nacimiento o en las circunstancias ­señaladas.

No cambian las cosas si al posible nacionalizado se le ocurre, como fue mi caso, inscribirse para hacer el Servicio Militar sin estar obligado a ello por no ser mexicano aún y prestar el servicio por un año, acuartelado, por supuesto, en virtud de haber sido agraciado con bola blanca en el sorteo correspondiente.

Debo decir que en mi caso sustituí la nacionalidad mexicana por nacimiento por la nacionalidad mexicana por inmersión. Vivir un año acompañado de oaxaqueños, distritofederalenses de la segunda delegación y regiomontanos fue una experiencia inolvidable y muy grata. Hice amigos entrañables: Pablo Rovalo, Carlos Laborde y Miguel Romero, entre otros, en el Batallón de Transmisiones.

Curiosamente, como me ha ocurrido con frecuencia en la vida, mis tres amigos eran rotundamente católicos. Pablo fue incluso obispo previo paso por un seminario al terminar el servicio militar. Y durante la carrera me pasó un poco lo mismo. Mis más cercanos compañeros René Capistrán Garza, Carlos Loperena y Diego Mariscal también eran profundamente católicos. Incluso, el padre de René, don René Capistrán Garza, estuvo involucrado en la Guerra Cristera y fue mi amigo más generoso, pero no se pueden olvidar sus contribuciones a la prensa conservadora.

Por supuesto que en el matrimonio me pasó lo mismo. Tuvo que ser un matrimonio por disparidad de cultos. Mi esposa se casó por la Iglesia y yo por lo civil, aunque parezca raro, previa autorización de la mitra que Nona, mi esposa, tuvo que solicitar con mi consentimiento.

Pero estoy convencido de que la Constitución debe ser reformada. No como ahora se pretende, con sacrificio de la expropiación petrolera y de nuestra independencia económica.