n alemán ilustre, Schumacher, salió de coma y abandonó el hospital, mientras que sus compatriotas en Brasil mandaron a una clínica a la estrella portuguesa Cristiano Ronaldo y compañía, en muy mal estado.

El esperado show del mejor jugador del mundo no se dio. El talento de Ronaldo no pudo brillar individualmente ni fundirse con sus compañeros para un mejor funcionamiento colectivo. Ni las manos metieron ante el poderío alemán.

Únicamente el tiempo inclemente impidió un marcador más escandaloso. Los alemanes tuvieron que cuidarse, sobre todo en el segundo tiempo, porque a la FIFA solamente le preocupa que los horarios de los encuentros no incomoden a la televisión.

En el buzón de la FIFA no hay lugar para estas quejas, ni les importa quién las haga. Yo no quiero decir que está todo bien cuando está todo mal. Quiero que me dejen decir lo que siento. Mi verdad. Porque si me hacen jugar al mediodía con un sol que me parte la cabeza, tengo derecho a decirlo. En la cancha la cara la pongo yo, nadie paga por verlo a Havelange, se quejó el astro argentino Diego Maradona, en el Mundial México 86, al igual que su compañero Jorge Valdano. (Maradona, Rebelde con causa, Ediciones Corregidor)

Los jugadores tienen que respetar la ley de arriba. Nosotros somos los dirigentes y ellos, los jugadores, fue la respuesta del mandamás de ese entonces del futbol mundial: Joao Havelange, a quien después se le comprobó que recibió un soborno de un millón de dólares para que la empresa ISL mantuviera los derechos de televisión del Mundial, por lo que tuvo que renunciar como presidente honorario de la FIFA.

Y por el otro clima que también priva en Brasil, quemaron hasta la bandera de la FIFA. Nada para alarmar a sus dirigentes. Si algo llegó a inquietar a Joseph Blatter en su momento, es que antes, la moda era invertir en la Fórmula 1 o en un campo de golf cuando se tenía dinero, ahora es invertir en el futbol. Esto preocupa, hay que saber de dónde viene el dinero.

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