ues sí: estamos en problemas con lo más elemental de la convivencia humana en sociedad, con la economía, pero la cosa se agrava, porque los que mandan, tanto en la política formal como en la riqueza, se empeñan en negarlo. El punto de fuga es por partida doble: la sociedad prefiere no hacer caso de las señales ominosas resumidas en las cifras de desempleo, ocupación crítica, empleo informal, etcétera, tal vez porque de hacerlo se distraería de su tarea fundamental, que con los días se vuelve vital, que es la supervivencia; mientras que el Estado, el gran resumen de las relaciones de fuerza y poder en la sociedad, se desgrana en su gran debate: ¿la deliberación, antes o después del Mundial?
Así, lo primero que a uno se le ocurre es volver a citar a Guadalupe o al obispo Juan de Zumárraga: no hizo igual con ninguna otra nación. Advirtamos que aquí hablamos no sólo de desigualdad o injusticia, de distancias sociales y enconos de clase, raza, o región; sino de carencias acumuladas a tal grado que la mera existencia parece estar en peligro, sobre todo si dejamos a un lado la elemental identificación de subsistencia con alimentación, medida además por una canasta sujeta a toda sospecha. En efecto: la sobrevivencia se define a partir de umbrales mínimos que tienen que ver con los nutrientes, las proteínas y las calorías cuyo consumo nos permite vivir y movernos.
Pero ése es sólo el principio, le siguen, hasta enlazarse en relaciones por demás complejas, los gustos y las apetencias, las demandas emanadas de la vida en común y en sociedad, la legítima gana de ser cómo y más que los vecinos. Para luego ocuparse del transporte endemoniado y del tráfico, así como de otros asuntos cruciales relacionados con la comunicación que, en las ciudades, forman parte de la plataforma inevadible de la subsistencia de la mayoría.
Si a lo anterior agregamos el cada día más grave faltante en materia de salud, de acceso y oportunidad en la atención, la prevención y la curación, tendremos un primer paquete básico de obligaciones constitucionales que el Estado, tal y como está hoy organizado en su administración y sus finanzas, no puede garantizar. Las ridículas intervenciones de los jerarcas de la salud pública, tratando de convencer de que todo lo que se puede dar
es un paquete universal básico, agravan la situación. Con sus titubeos y alardes de audacia e ingenio, revelan que no tienen la menor idea de lo que significa el infierno urbano articulado por la relación fundamental entre salud y enfermedad, para no hablar del problema político que su propuesta implica para un presidente que llegó a la Presidencia prometiendo salud y seguridad social universales, lo que todavía quiere decir para todos.
No debería haber mayor discusión sobre el carácter contingente de la coyuntura económica actual, lo que debe marcar la agenda de la deliberación política nacional es la contundente evidencia de que la situación que vivimos forma parte de una cadena de muy lento crecimiento de la producción y del empleo que reproduce el mencionado problema económico fundamental que tiene que ver, sin más, con la sobrevivencia de grandes grupos, en el campo pero sobre todo en las ciudades donde se dirime el litigio democrático.
Entre goles y goleadas los partidos y sus legisladores, junto con los gobernadores de los estados y del Banco de México, bien podrían brindarnos una entrega sustancial sobre el verdadero estado de la nación. El Presidente y su gobierno podrían aprender que lo que hoy está sobre la mesa no es más apertura comercial o económica, sino la apertura del poder y de los poderosos al reclamo social. Éste será, según lo entiendan los que mandan o aspiran a hacerlo, democrático o no.