La iglesia de San Lorenzo era un espacio muy bello, pero complicado: directora del INBA
Desde 2007 y hasta esta edición la representación nacional había sido peregrina
y periférica; ahora está una zona simbólica: la Sala de Armas del Arsenal
Tiene mucho mayor visibilidad y presencia; se abre una nueva perspectiva para el país
, afirma la comisaria Margarita Segarra
Domingo 8 de junio de 2014, p. 2
Venecia, 7 de junio.
La 14 Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia será recordada para México como una edición parteaguas. Hasta este momento su presencia había sido peregrina
–cambiaba de sede constantemente–, pero también periférica. Ahora, por primera vez desde 2007, cuando inició de manera ininterrumpida su participación en la bienal de Artes Visuales, se presenta no sólo con un pabellón estable de 250 metros cuadrados por los próximos 20 años, sino en el centro de la manifestación: el Arsenal.
En esta área, junto a los Jardines de la Bienal (que se saturaron en 1995), se desarrolla el encuentro mismo. Los países que por algún motivo no están en esta zona quedan fuera del circuito principal, se establecen en palazzi diseminados en Venecia y no cobran entrada. Tal era la situación de la representación mexicana.
Hace dos años, cuando México se adhirió por primera vez a la Bienal de Arquitectura, se decidió que se estableciera en un espacio y se firmó un convenio de comodato entre Teresa Vicencio, entonces directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), y la dirección de Patrimonio y Casa de Venecia, para que la iglesia de San Lorenzo fuera la sede del pabellón mexicano por nueve años, a partir de 2015.
Ese contrato fue revocado por la administración vigente. La actual directora del INBA, María Cristina García Cepeda, aclara los motivos en entrevista para La Jornada: “Me parece fundamental que México esté representado dentro del circuito de la Bienal. Creo que San Lorenzo era un espacio muy bello, pero con el inconveniente de que no estaba dentro del circuito, lo cual complicaba la asistencia. Creemos que este (el Arsenal) es un espacio espléndido para el montaje de exposiciones.
“En ocasión de la bienal anterior me reuní con Paolo Baratta, presidente del encuentro, y le expresé el deseo de que México pudiera estar dentro del circuito. Tuvimos la suerte de que estaba libre y platicamos con la comuna de Venecia. Lo entendieron muy bien, no tuvimos problema alguno, ni que pagar ninguna penalidad. Acordamos dejar el espacio sin consecuencias económicas ni políticas. Nosotros ya habíamos hecho algunos trabajos de limpieza, lo cual les benefició, porque pudieron abrirla (la iglesia de San Lorenzo) al público.
El costo por el pabellón fue de un millón de euros, que cubrimos en dos pagos, el primero en 2013 y el segundo en febrero pasado
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Sala de Armas
El pabellón de México se encuentra es una zona de gran valor simbólico: la Sala de Armas del Arsenal, enorme edificio independiente de 7 mil 150 metros cuadrados distribuidos en dos niveles. México, al igual que Argentina y Emiratos Árabes, están en la planta baja.
Era el depósito de armamento bélico más importante de la República Serenísima, la cual alimentaba la potencia por mar y tierra de Venecia. Por su valor, era usado como lugar de representación para recibir a los visitantes ilustres, con grandes banquetes.
Junto a las artillerías era el epicentro del enorme flujo de armamento, y mantiene esta centralidad, en el caso de la Bienal, al fungir como perno entre el área destinada al curador y el resto de los pabellones.
Según la comisaria Margarita Segarra, profesora de restauración arquitectónica en la Universidad Roma III, cuya función en el pabellón de México ha sido coordinar las relaciones entre el INBA y la Bienal de Venecia, explica en entrevista con La Jornada las dificultades que presentaba San Lorenzo: “Es un edificio muy interesante, pero con varios problemas, empezando porque está en una zona periférica de Venecia, lejana de los circuitos de visita. El contrato preveía la restauración del edificio, lo cual implicaba infinidad de dificultades de tipo burocrático y práctico, empezando porque hay excavaciones arqueológicas (abajo del piso de la iglesia) que comportan problemas, al igual que costos imprevistos que surgen siempre en cualquier trabajo de remozamiento. Era una tarea muy compleja, que constituía más un problema que una solución, un proyecto demasiado grande y ambicioso.
“El punto principal es que estamos dentro de la Bienal. En San Lorenzo había que inventar sistemas como publicidad, visitas guiadas, para atraer al público, además podía usarse sólo una cuarta parte de la iglesia. En el Arsenal no tenemos ese problema, porque además está recién restaurada, es un tamaño perfecto para las bienales de arte o de arquitectura. Tiene mucho mayor visibilidad y presencia. Con este espacio se abre una nueva perspectiva para México
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Por su parte, Rafael Lozano-Hemmer, el artista que representó por primera vez a México en la Bienal, afirma a La Jornada: “Considero que es positivo estar en el Arsenal por la afluencia del público, cerca de tantos otros pabellones, además por poder repetir el sitio de exposición para acumular experiencias y que los artistas y curadores tengan información detallada y adelantada sobre la infraestructura y características del espacio. A pesar de ser un pabellón oficial, ya que representa al país, es importante dar libertad ejecutiva a un grupo independiente, profesional, internacional de expertos para elegir un proyecto con calidad y riesgo. Y que ese grupo no esté fosilizado, sino que cambie algunos miembros en cada edición advirtiéndolo al curador y artista por lo menos con año y medio antes de celebrarse la exposición, para que tengan el tiempo suficiente para producir obra.
“La fase de experimentación y libertad que vivió México en las primeras ediciones, atrayendo un público selecto de críticos y conocedores, cambiará de manera radical. Pienso sobre todo en los proyectos de Teresa Margolles y Ariel Guzik, para los cuales el contexto del edificio fue determinante para el logro de la exposición. Se extrañará el afán por perderse en las calles de Venecia buscando el pabellón, descubriendo la infinidad de tesoros en el camino, un ritual que daba carácter a la visita, la hacía incluso mágica y le daba un aire de autonomía y autenticidad respecto del clima conservador dela encuentro.
“El arte, en términos numéricos, no responde a esta exigencia, yes comprensible, si se piensa en el cúmulo de recursos económicos y energía requeridas. Para muestra un botón: la exposición de Ariel Guzik fue vista por 40 mil visitantes y ese año la bienal fue visitada por medio millón de personas.
El reto será enorme para el artista o arquitecto que deberá pensar en un proyecto absolutamente original que le permita emerger en un contexto de homologación y consumo
, concluyó.