Miguel Ángel tenía 15 años cuando empezó a fumar. Lo hacía de juego y luego se hizo costumbre, a todas horas. Era parte de mi personalidad. En momentos de presión laboral consumía hasta dos cajetillas al día, aunque su promedio era de 15 cigarrillos.

Ahora este señor tiene 60 años y hace tres que no fuma, obligado por la falta de aire. Me sofocaba hasta para vestirme y amarrar las agujetas de los zapatos. Además, se enfermaba de las vías respiratorias entre seis y ocho veces al año. Para aliviarse requería tratamientos agresivos y encerrarme de tres a cuatro días.

Sabía que tenía que dejar el cigarro. Lo supo ocho años antes de hacerlo, cuando empezó a faltarle el aire. Poco pero me faltaba, pero no pudo. Se proponía no volver a encender un cigarrillo, pero con cualquier pretexto, antes de 48 horas, ya estaba otra vez fumando.

Miguel Ángel llegó al INER con una capacidad pulmonar de 54 por ciento. Tiene enfermedad pulmonar obstructiva crónica, y desde que dejó el cigarro la enfermedad dejó de avanzar. De hecho, sus pulmones se han recuperado 10 por ciento. Su calidad de vida mejoró. Antes me detenía dos veces para llegar al cuarto piso. Ahora me detengo una vez, y a veces ninguna. Con eso me doy por bien servido.