res aproximaciones distintas sobre la medición y el significado de la evolución de la actividad económica reciente se dieron la semana pasada. Están marcadas por una cierta confrontación que parece ir más allá de meras diferencias en la interpretación de las cifras sobre el desempeño de la economía.
Se involucraron en la discusión el Inegi, encargado de las mediciones oficiales; la secretaría de Hacienda, responsable de la definición y la aplicación de las políticas públicas en materia económica, y el Banco de México, que administra la política monetaria y cuyo objetivo es el control de la inflación. Sus respectivas funciones están claramente delimitadas.
Desde abril de 2008 el Inegi cuenta con autonomía técnica y de gestión fuera de la estructura de la secretaría de Hacienda. El banco central es una entidad autónoma desde abril de 1994. Estos son aspectos relevantes de la estructura institucional y de las responsabilidades públicas.
El jaleo empezó al publicarse los resultados del Sistema de Indicadores Cíclicos con las cifras a febrero de 2014 (Inegi, boletín de prensa, número 202/14 del 7 de mayo). Este trabajo lo hace siguiendo una metodología compatible con criterios de la OCDE. Esto no quiere decir otra cosa más que es una práctica internacional, un acuerdo entre los responsables de generar información sobre la dinámica de la economía.
El informe no expresa juicios sobre la política económica. Se trata de indicadores sobre las fases del ciclo económico, en términos de las desviaciones del desempeño con respecto a su tendencia de largo plazo. Así, se distingue entre: expansión, desaceleración, recesión y recuperación. Las mediciones señalan que en febrero los indicadores estuvieron debajo de su tendencia y lo mismo se advierte en términos adelantados para marzo y se ofrece un desglose de los distintos componentes.
Lo que se desprende de esto es que aún no hay evidencias, siempre en función de esta metodología, de que la economía esté en una fase de expansión y que, por lo tanto, la recuperación es aún incierta.
Pero en Hacienda la reacción fue airada. Se afirmó que: sería incorrecto hablar de que una economía que está creciendo, y creciendo de manera más acelerada que el año pasado, estuviera en recesión
(Véase la nota en este diario de Víctor Cardoso del 9 de mayo).
Pues sí, pero la validación de una política económica tan incisiva como la que ha impuesto Hacienda va más allá de los indicadores y, también, de la argumentación para sustentarla. La pugna con el Inegi no abarca la cuestión clave acerca de las condiciones que se advierten en los mercados; en las transacciones; en la dimensión de la demanda agregada y, también, desagregada –sobre todo ésta–; en la percepción de quiénes deciden qué, cuándo y cuánto consumen o invierten; de sus expectativas de ahorro y de ganancias.
Nada se gana con disputar datos que están restringidos por el método con el que se producen y por la calidad de la información primaria. Al respecto no debería haber pugna más que en términos estrictamente técnicos, sobre todo si desde el punto de vista de los responsables, sus políticas van por buen camino.
Entra el Banco de México. En la minuta de la reunión de la junta de gobierno del 25 de abril, casi dos semanas antes del informe del Inegi, publicada el 9 de mayo, se dice que: Al inicio del primer trimestre de 2014 persistió la debilidad que la actividad económica en México había registrado desde finales de 2013. No obstante, dicha debilidad estuvo asociada, en buena medida, a factores de naturaleza temporal. Dichos factores parecerían estarse revirtiendo, al observarse una incipiente mejoría en algunos indicadores de actividad en los meses más recientes. No obstante, para el primer trimestre del año, en promedio, la economía habrá presentado un dinamismo relativamente bajo
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Cabe notar el lenguaje del banco central. Todos los factores son de índole transitoria, lo que no ofrece ninguna ventaja para el análisis. A pesar de que el comportamiento parece revertirse, éste es incipiente y lo que se afirma es que en el primer trimestre la economía muestra un dinamismo relativamente bajo. Esto es, por debajo de su tendencia de largo plazo y muy por debajo de su crecimiento potencial.
Las tres fuentes de este debate son relevantes en materia de información, análisis, fijación de posturas oficiales y de formación de las expectativas privadas y sociales. Me temo que la interacción que tuvieron con respecto al comportamiento de la economía no agregó un ápice al discernimiento de lo que está ocurriendo, ni alteró las expectativas aun bastante apocadas de quienes trabajan formalmente o no, o de aquellos que tienen pequeños negocios sin mejores condiciones de financiamiento o de expansión por una mayor demanda. Tampoco parecen incidir en la inversión de los negocios más grandes que están a la caza de las oportunidades de las reformas (telecomunicaciones, energética, de competencia) para dar un golpe en los mercados.
Podrá haber recuperación, de preferencia una que vaya más allá de los rebotes propios de un crecimiento tan magro como el de 2013. Eso no garantiza que se acomoden mejor las estructuras de la producción, el empleo, el financiamiento y el gasto público. Que tal expansión del producto se exprese en mayor bienestar es igualmente, hasta ahora, una mera conjetura.