Opinión
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Mar de Historias

Tarde otra vez

D

e chica soñaba con ser una pintora famosa. Lástima que la necesidad me haya destinado para otras ocupaciones: sirvienta, chalana, mesera, peinadora y desde hace cinco años aparadorista. Trabajo en Dandy&Lady, una tienda en donde se alquila ropa de gala que exhibimos en dos maniquíes. Son hombre y mujer. A él le puse Rodolfo (el nombre de mi mejor amigo en El Rosario) y a ella Mercedes, como se llamaba mi madre.

Este l0 de mayo, otra vez, no pude ir a visitarla al cementerio. Prometo que lo haré el año que entra. A ver si para entonces logro juntar lo que cuesta una lápida. Quiero que esté adornada con un ángel dormido entre rosas de Castilla. Eran la pasión de mi madre. Me platicaba que cuando era niña y vivía en Contreras, esas flores se desparramaban por encima de las bardas. Al recordarlo se le salían las lágrimas. Nunca le pregunté cuál era el motivo de su llanto. Jamás podré hacerlo. Será una más de las cosas que para siempre ignore acerca de mi madre.

II

A veces, cuando estoy trabajando con Mercedes en el aparador, me figuro que es a mi mamá a quien visto con traje de noche. Nunca se puso uno, pero estoy segura de que soñaba con hacerlo. Pobre madre mía: lo mejor de su vida ocurrió en sus sueños. Espero que comprenda por qué no pude ir a visitarla este l0 de mayo. Ella conoció las exigencias del trabajo y el temor a perderlo.

Por eso, por miedo a que la despidieran del taller de costura, nunca asistió a los festivales escolares para el l0 de mayo. En mi escuela se hacían en el jardín central sombreado de frescos. El programa siempre era el mismo: palabras de la directora, recitaciones y bailables. El último era el vals Alejandra. Lo ensayábamos según las instrucciones de la maestra Delia. Impaciente, con voz sofocada, nos repetía: Uno, dos, tres, cuatro: a los lados. Adelante, atrás, vuelta, pero sin tropezarse. Háganlo con gracia, pensando en que bailarán para la mujer que les dio la vida y no para cualquiera. ¿Se dan cuenta de lo que eso significa?

En cuanto terminaba la música, el alumno más destacado le ponía broche de oro al festival, leyendo una composición. Sólo una vez me tocó ese alto honor. Cuando se lo dije a mi madre prometió que, a como diera lugar, asistiría a mi lectura. Pasé horas y horas escribiendo mi trabajo. Cuando lo terminé lo metí en un fólder sobre el que dibujé flores y mariposas.

Cada vez que en Dandy&Lady me toca hacer un decorado con esos motivos me recuerdo, niña todavía, inclinada sobe la mesa de la cocina tratando de dibujar en una cartulina blanca rosas de Castilla tan lindas como las que a mi madre le devolvían su infancia.

III

La noche anterior a que me tocara presentar mi trabajo no pude dormir. Pensaba en la satisfacción de mi mamá cuando me oyera leer en su honor, en los aplausos, en las felicitaciones, pero sobre todo en el momento de entregarle su regalo: una cajita de cartón transformada en alhajero gracias a una mezcla de charmés azul-cielo y engrudo.

Aquel l0 de mayo mi madre me despertó muy temprano. Quería tejerme una trenza doble y ponerme un toque de colorete en las mejillas. Me sentí importante. Nos reímos. Al despedirnos me aseguró que llegaría a la escuela a las 10 en punto para ver todo el festival. No le puse atención. Me pasé todo el tiempo buscando a mi madre entre los invitados. Confiaba en que llegaría por lo menos a la hora de mi lectura. No apareció. Leí para su ausencia.

A mi madre no le habían dado permiso de salir en horas de trabajo, a menos que se arriesgara a ser despedida. Por la noche, cuando regresó a la casa, me lo explicó mil veces, me pidió comprensión y disculpas. Ya más calmada, en tono de broma, quiso ver su regalo. Se lo di, pero le negué el beso que me pidió. Yo entonces no entendía que, por encima de nuestra voluntad, la vida vuelve inalcanzables aun las cosas más sencillas.

Ahora lo entiendo y sin embargo me siento culpable de que el exceso de trabajo me haya impedido ir a visitarla este l0 de mayo. Prometo que lo haré el próximo Día de las Madres. Para entonces, si ahorro, ya habré juntado lo que me cuesta su lápida. Quería que tuviera un angelito y su nombre, Mercedes, entre rosas de Castilla. Pensándolo mejor, en vez de angelito mandaré grabar lo que siempre le digo: Te amaré siempre.

IV

Aunque mi cargo sea el de aparadorista, en Dandy&Lady tengo muchas otras ocupaciones. Plancho, hago zurcidos, llamo a la tintorería, limpio anaqueles. Son tareas fastidiosas que no me disgustan; en cambio, me choca que Néstor me ponga a revisar los trajes y los vestidos que devuelven nuestros clientes.

Para firmarles la hoja de recibido y regresarles el depósito que dejaron al momento de llevarse la ropa, debo comprobar que a los esmoquins no les falte nada, que las faldas y blusas conserven sus adornos, pero sobre todo que las prendas no estén manchadas de bilé, sudor, perfume y otros líquidos raros. Hay personas, hombres sobre todo, a quienes la fiesta o el baile les provocan reacciones muy extrañas.

Durante las semanas que me toca hacer el papelito de revisadora odiosa vivo esperando el día en que Néstor me retire del mostrador para que me dedique de lleno al decorado. Diseñar cualquiera de los cuatro que utilizamos en Dandy&Lady me encanta, pero me gusta en especial hacer el que corresponde a la primavera. Entonces me doy vuelo pintando cielos azules, nubes ligeras, árboles, mariposas, catarinas, flores. Mientras dibujo sueño que no vivo en El Bordo, rodeada de baches y basura, sino en una colonia llena de jardines en donde me despiertan el canto de los pájaros, las campanas de la iglesia y la risa de mi madre, feliz de saber que sobre las bardas de Contreras siguen desparramándose las rosas de Castilla.