on una población de 3 millones 800 mil habitantes y casi 2 millones y medio de votantes, el pueblo panameño fue convocado el domingo 4 de mayo a las urnas para elegir presidente, diputados, corregidores y concejales, además de representantes al parlamento centroamericano. La campaña electoral fue sucia hasta extremos obscenos y nada democrática. Publicidad agresiva e insultos hasta la descalificación personal, unidos a una sicología del miedo que guiaba la intencionalidad del voto hacia la sempiterna utilidad del mismo. En otras palabras, el voto útil. Por otro lado, el contexto social es bronco y conflictivo. Una huelga general de trabajadores de la construcción paralizó todas las obras de infraestructura, incluida la tercera exclusa del canal. Las demandas sindicales reflejan lo que ha sido el boom de la construcción y las ganancias estratosféricas obtenidas durante estos últimos años por las empresas, llegando a superar el 500 por ciento. Sin embargo, se han negado a redistribuir beneficios con los trabajadores mediante una revisión salarial al alza y mejorar las condiciones de seguridad en las obras, que cuentan con un alto nivel de siniestralidad. Igualmente, los maestros paralizaron las clases dada la negativa de la ministra de Educación a alterar la reforma educativa en sus apartados de evaluación del magisterio, los criterios de promoción interna y la congelación de las mejoras salariales pendientes. Sobre este escenario, el gobierno saliente de Martinelli ha ejercido el poder de forma despótica y cuasi dictatorial, con la inestimable colaboración y beneplácito de quien fuera su vicepresidente y ex ministro de Exteriores, Juan Carlos Varela, transformado en su máximo detractor. Considerado el invitado de piedra a las elecciones, gracias al apoyo económico-político de la derecha europea y la Iglesia católica, ha sido electo presidente Juan Carlos Varela. Es el prototipo de empresario exitoso metido en política, militante del Opus Dei, educado en colegios jesuitas y con estudios empresariales de posgrado en Estados Unidos. Sin duda, el candidato perfecto para suceder a Martinelli cambiando las formas. Así, se proyecta la imagen de un hombre cercano al pueblo, un salvador que conoce los problemas de la gente, se preocupa por sus conciudadanos, conoce sus sufrimientos y les dará alivio y solución. Su propuesta estrella: congelar la subida de los productos básicos que componen la canasta popular. Sin embargo, 72 horas antes de las elecciones, el representante del Partido Panameñista y del Partido Popular estaba descartado. Las empresas encuestadoras crearon un falso escenario, en el cual el candidato oficialista, José Domingo Arias, cuyo acompañante a vicepresidente era la mismísima esposa de Martinelli, y el representante del PRD, Juan Carlos Navarro, se disputarían el sillón presidencial con muy poca diferencia. Inclusive, dado el escaso margen atribuido a uno sobre otro, los nubarrones de fraude oscurecieron el panorama electoral. Para evitarlo se prohibió portar teléfonos móviles y fotografiar el voto. El ejemplo mexicano con Peña Nieto no está lejos en el tiempo.
Los resultados fueron otros. ¿Error de bulto de las encuestas? Más bien, cortina de humo. Se creó un falso debate. No puede haber otra explicación. Varela obtuvo 39.9 por ciento de votos, más de ocho puntos de ventaja sobre su inmediato perseguidor, el oficialista José Domingo Arias, con 31.38 y más de 10 puntos sobre Juan Carlos Navarro, con 28.15. En cifras, Juan Carlos Varela obtuvo 712 mil 77 sufragios frente a los 571 mil 697 de José Domingo Arias y 512 mil 841 de Juan Carlos Navarro. Pero los analistas situaban la diferencia en menos de 5 mil votos entre el segundo y el tercero.
La elección a la Asamblea Nacional, unicameral, deja sin embargo un panorama diferente que habla de lo complejo de estos comicios. De los 71 escaños en disputa, el Partido Panameñista y Popular, aún no concluye el escrutinio, le otorgan 12 escaños. Por su parte, al oficialista Cambio Democrático le asignan 30 escaños y al Partido Revolucionario Democrático 21 del total, superando los 11 que poseía en la actualidad. El resto, aún en disputa, no altera la composición final ni el tablero político. En cualquier caso, el nuevo presidente se encontrará con una asamblea hostil, al menos en principio. Un sector de la ciudadanía está pidiendo cambios constitucionales profundos e inclusive una posible constituyente no se puede descartar. Muchos señalan que el voto popular recibido por Varela tiene aquí su explicación. No resulta extraño que en estas circunstancias Varela modere su discurso agresivo, llame a la concordia y el diálogo y, por otro lado, Martinelli se frote las manos sabiendo que Varela, quiera o no, deberá pactar para llevar a cabo su programa. Mientras tanto, el PRD vivirá expectante los acontecimientos. La pérdida de la alcaldía de Ciudad de Panamá puede considerarse una derrota bochornosa para el oficialismo, el cual había centrado sus fuerzas en la relección de su candidata Roxana Méndez. Ahora en manos del Partido Panameñista y Partido Popular, su alcalde, José Isabel Blandón, constituye un bastión desde el cual controlar parte de la política nacional, considerando que más de un tercio de la población se concentra en dicha ciudad. En cualquier caso, a pesar de todo, no hay grandes diferencias y se proyecta continuidad. Varela es partidario de profundizar las reformas neoliberales y mantener una política exterior agresiva hacia Venezuela, aunque restableciendo las relaciones diplomáticas, rotas con Martinelli. Por otro lado, en medio de esta lucha tripartita, han surgido candidatos independientes y de izquierda, que si bien no han obtenido gran cantidad de votos suman menos de uno por ciento, hablan de cierta publicidad de corrientes críticas que lentamente se asientan en los movimientos sociales y políticos más reivindicativos y protagónicos. Bajo esta dinámica, nada hace prever que los próximos años depararán un futuro tranquilo donde Varela pueda gobernar a sus anchas. Su gobierno nace hipotecado por la derecha y por la necesidad de dar satisfacción a los votos prestados de un pueblo que tuvo que decidir entre corrupción y mediocridad. Ambas premisas no son excluyentes, sino complementarias.