Dos cosas
esde siempre he envidiado un cartón de Magú; es de otros tiempos: un reloj avanzando cuadro por cuadro a la espera de que el cartonista se decida a abordar el tema del día desde la afortunada inspiración y nomás no. Bulmaro Castellanos optó por entre la humildad, la confesión, alguno pudo imaginar acaso que el descaro. Lo que sí es que de alguna manera convirtió su frustración en alivio y, de paso, nos dejó entrever las tribulaciones de la entrega periodística, que entre más acerca su límite de tiempo menos suele permitir la adecuada concentración. Hizo de la forzada entrega un acto de voluntad y –bien que el sustantivo resulte demasiado dominguero para que lo justipreciemos como se debe (tiene su no sé qué de espejismo)– de libertad interior. Publicó su azoro, azoro finalmente calmo, ante la presión.
Recuerdo menos El maquinazo, un artículo de Hermann Bellinghausen asimismo añejo en que hacía, desde luego que con gracia, algo similar. Yo he dado muchos maquinazos; qué periodista no, me gustaría consolarme. Pero difícilmente me atreví a manifestarlo. Y es el caso que ahora tenía dos o tres temas y ninguno de ellos, tan breve la columna como es, me convencía de dar para el espacio con que cumplir debo. Me los reservo, menos uno, que, minimalistamente expuesto, va:
Un mito muy generalizado quiere que la poesía, incluso, más generalmente hablando, la escritura de creación sea imposible de enseñar. De vez en cuando en internet leemos, por decir algo, textos contra los talleres. Y digo yo, me digo, que todo lo que puede aprenderse puede ser enseñado. Por ejemplo el lenguaje (nadie nace con él), de lo que si no me equivoco están hechas la poesía, las obras literarias. La muerte, se ha repetido mucho, nos ha dado muchas sorpresas este año. Se han ido ya sabemos quiénes. Y han abundado quienes, en el ámbito público –imagino que en el privado el número crecerá exponencialmente–, los consideran sus maestros: no sólo en lo que escribieron, aunque quizá sí sobre todo, sino en lo que dijeron, en lo que vivieron. Las obras maestras literarias, es de inteligir (avanzo quizá demasiado rápido en esto), son obras de maestros, de gente que muestra, que enseña, cómo se hacen cosas, buenas cosas, y útiles (pese a la otra mítica versión, la inutilidad de la literatura), con las palabras…
Corto súbitamente, pues ahora que ya había agarrado camino dejo, por hoy, que el camino se oscurezca –no sin antes mencionar que parece que hablé de dos cosas y no tanto: el caricaturista y el escritor arriba mencionados tienen su bien sabemos qué de aleccionadores.