engo que confesar: durante largo tiempo me abstuve de una polémica con mis colegas de los países del Oeste, quienes en las páginas de periódicos mexicanos, incluso éste, expresaban la opinión de sus respectivos gobiernos sobre lo que está sucediendo en Ucrania. De veras no quería traer aquí a México el aire de las cálidas discusiones presentes ahora en la sala de conferencias del Consejo de Seguridad de la ONU que tienen como objetivo buscar respuestas adecuadas a los desafíos más agudos de la paz y la seguridad internacionales.
La forma en que avanzan los acontecimientos, así como la imparable campaña informativa y política contra Rusia cuando se le responsabiliza por la situación existente en Ucrania, y se le culpa de interferir en los asuntos de ese país, el más cercano para nosotros tanto en plan geográfico como histórico, me obligan a llamar la atención de los lectores a ciertos puntos.
Es absolutamente obvio que ahora lo más urgente son las medidas para impulsar un diálogo nacional con participación de todas las fuerzas políticas y regiones de Ucrania, y los esfuerzos para realizar una profunda reforma constitucional. En estas condiciones son inadmisibles acciones de fuerza como respuesta a las demandas justas de la población ucraniana sobre la garantía de sus derechos lingüísticos, culturales, sociales y democráticos.
Los acontecimientos en Ucrania no son el motivo, sino el resultado de las acciones de nuestros socios occidentales que, como lo ha subrayado el presidente de Rusia, Vladimir Putin, esta vez claramente atravesaron la línea de lo admisible. La raíz del problema reside en hasta dónde Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN están realmente dispuestos a construir sus relaciones con Rusia sobre los principios de igualdad, respeto mutuo y consideración de los intereses legítimos de ambas partes. La historia demuestra que los intentos de aislar a Rusia conllevan graves consecuencias para toda Europa y, al contrario, su activa participación en los asuntos del continente siempre se acompañan de largos periodos de paz y desarrollo.
A ver ¿qué cosa tan monstruosa ha hecho Rusia de modo que todo el mundo tenga que reprimirla? ¿Acaso estuvo entre los que por su propia iniciativa bombardearon Yugoslavia apoyando a una organización terrorista reconocida como tal a nivel internacional: el Ejército de Liberación de Kosovo? ¿O ha participado desde hace más de 12 años en la guerra en Afganistán donde se cuentan cientos de miles de muertos? ¿Quizá sin mandato alguno haya ocupado Irak, por lo que murieron un millón de personas? ¿Igual está matando a miles por medio de drones en Pakistán? ¿Puede ser que esté armando a Al Qaeda y otros grupos terroristas que luchan contra el gobierno legítimo en Siria? ¿Tal vez, violando la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, haya bombardeado Libia, convirtiéndola en un paraíso para bandidos? ¿Quizá disponga de decenas de cárceles clandestinas donde se tortura a la gente sin causas ni procesos judiciales? ¿Igual tiene estacionadas alrededor de 800 bases y objetos militares en 128 países del mundo? ¿Tal vez se esfuerza por derrocar gobiernos legítimos en los países que no quieren ser muy amigos suyos? ¿Igual coloca sus tropas y su infraestructura militar en otros hemisferios? ¿Quizás haya organizado la escucha ilegal de toda la humanidad, jefes de Estado y gobiernos incluidos? Al contrario, Rusia no ha hecho nada de eso. Su crimen monstruoso
consiste en que, sin una sola víctima, ha garantizado la manifestación de la voluntad de forma libre y democrática de la población de Crimea que había visto una amenaza en las nuevas autoridades
nacionalistas de Kiev, implantadas allá por nuestros amigos occidentales por medio de un golpe de Estado.
El Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, hace poco dijo que el mundo de hoy no es un colegio donde haya profesores que escojan castigo a su antojo. Las declaraciones belicosas contra Rusia no corresponden a las demandas de de-escalación de la situación. La de-escalación debería empezarse por una retórica. Ya es tiempo de dejar de avivar sin razón alguna las tensiones y volver al serio trabajo común.
En la Roma antigua había un principio: Audiatur et altera pars. ¡Que se escuche a la otra parte también!
* Embajador de la Federación de Rusia en México