Martes 22 de abril de 2014, p. 2
Casi cuatro horas después del inicio del incesante arribo de gente al Palacio de Bellas para despedir al gran hombre de las letras latinoamericanas, Gabriel García Márquez, se cerraron las puertas del recinto y se apagó la música de concierto que gustaba escuchar el escritor. Era ya el tiempo para el homenaje oficial, la etapa de los discursos, ese ejercicio definido por el propio Gabo como el más terrorífico de los compromisos humanos
, según remembró Rafael Tovar y de Teresa.
Su intervención fue el préambulo para el reconocimiento desde el poder al escritor colombiano. Recién llegados desde Colombia y Veracruz, Juan Manuel Santos, mandatario sudamericano, y Enrique Peña Nieto, de México, no escatimaron elogios para un hombre que mostró al mundo el ser latinoamericano
, según consideró Santos.
Compararon la grandeza de su obra con la de Miguel de Cervantes Saavedra, y equipararon a Macondo, el emblemático eje de la literatura de García Márquez, con el mundo que el español narró en El Quijote de la Mancha. Macondo, dijo Santos, es Cartagena, Bogotá, Santa Martha, París o la ciudad de México, lugares que marcaron la vida del escritor fallecido.
Sobrio, con corbata negra acorde al protocolo propio de los días de duelo, el mandatario mexicano fue evocando la estrecha relación que guardó Gabo con México –desde que llegamos a la ciudad con los últimos 20 dólares y sin nada en el porvenir
, diría el propio escritor– y las letras mexicanas. Una remembranza desde su primer encuentro con la literatura mexicana, a través de Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo, gracias a un regalo de otro colombiano ilustre residente en México, Álvaro Mutis.
Un regalo inigualable que García Márquez aprendió de memoria y no leyó nada más aquel año porque nada parecía estar a la altura de esa joya literaria
, acotó Peña Nieto, parafraseando a uno de los biógrafos. Fue el comienzo de una intensa relación con la literatura mexicana que lo llevaría a tener una estrecha relación profesional, amistosa con otro de los grandes escritores mexicanos, Carlos Fuentes.
Otra coincidencia en la vida del colombiano en su relación con México, enfatizó Peña Nieto, es la fecha de su muerte: 17 de abril, el mismo día en que nació sor Juana Inés de la Cruz, pero en 1595. Fue una intervención propia para los recuerdos del escritor y de las inagotables citas propias de la imaginación de García Márquez, quien la consideró una de las más poderosas herramientas humanas
y que lo llevó a representar al realismo mágico en su máxima expresión, donde la ficción y la realidad son inseparables
.
Y en esas citas, Peña Nieto recogió otra frase de Gabo propicia para la ocasión, incluida en los Doce cuentos peregrinos: Soñé que asistía a mi propio entierro. Caminando entre un grupo de amigos, vestidos de luto solemne. Todos parecían dichosos de estar juntos. Yo más que nada junto a aquella grata oportunidad que me daban los muertos...
Al pie de las escalinatas, la solitaria urna con las cenizas del escritor se encontraba rodeada de flores de color amarillo, tan asociado a la narrativa de García Márquez. En la primera fila, escuchaba atenta los discursos Mercedes Barcha, esposa del escritor, quien se mantuvo con él en lo próspero y en lo adverso
, se dijo en el homenaje, al que asistió junto con sus hijos y nietos.
Discreta como ha sido desde el fallecimiento del premio Nobel de Literatura 1982, la familia mantuvo esta actitud y ninguno de sus miembros habló en el homenaje; sólo lo atestiguaron, sobrios, sin estridencias en su dolor. Saludaron y abrazaron a quienes acudieron a participar del duelo.
Entre ellos estaban políticos mexicanos y colombianos, e integrantes del gabinete de México, como el secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio; el canciller José Antonio Meade o la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles. En el otro costado de la urna contemplabn la escena el periodista Jacobo Zabludovski, los escritores Silvia Lemus, Homero Aridjis, Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta.
No se escatimaron elogios ni frases grandilocuentes para quien hizo de las metáforas superlativas una característica central de su obra. Santos, quien a su llegada dio un fraternal abrazo a Mercedes Barcha, elogió que se haya optado por Bellas Artes para brindar el homenaje a García Márquez, con sus murales de Siquerios y Rivera, que son el marco más apropiado
para despedirlo.
“En Estocolmo –cuando recibió el Premio Nobel– impactó al mundo al hablar de la soledad de America Latina... Nunca es demasiado tarde para creer en la utopía, donde nadie pueda decicidir por otros y sea posible la felicidad”, apuntó el mandatario, quien definió a García Marquez como el más grande colombiano de todos los tiempos.
Nadie aludió a las motivaciones políticas que precipitaron la estancia de García Márquez en México: sus diferendos con el poder en Colombia. Presente en el recinto, además de la reducida comitiva del mandatario colombiano, estaba el ex presidente César Gaviria.
Santos habló de otro poder, ese gran poder del amor, que se plasmó en la construcción de las historias contadas por García Márquez, quien deja a la humanidad el legado de sus obra, pero antes que nada deja la esperanza, la tarea, la determinación de unirnos para la determinación de nuestros pueblos (...) Gloria eterna a quien más gloria nos dio
, rubricó el colombiano.
Los discursos no se prolongaron más allá de media hora. La solemnidad del homenaje se rompió con un aplauso que se escuchó estruendoso al término de la fase protocolaria, cuando la gente se arremolinó en torno a la urna con las cenizas de García Márquez. Las piezas de concierto volvieron a escucharse hasta que, ya sin la presencia de los mandatarios, la música popular colombiana rompió las formalidades para hacer patente otra faceta relevante de la identidad del escritor, menos solemne, más festiva.