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A 50 años del traslado del monolito al DF, testigos de la época recuerdan aquel gran viaje

A Coatlinchán sólo le quedó el orgullo de ser sitio original de Tláloc

El cronista del pueblo dijo que en mayo de 1963 se aprobó en asamblea donar la piedra a cambio de obras

No teníamos que hacer el trueque, dado que el gobierno debe dotar de lo primordial; sí fue un despojo, afirma Salvador Suárez

Desde que se llevaron la piedra ya no llueve igual, lamenta

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Tláloc en la plaza principal de San Miguel Coatlinchán, con la torre de la iglesia de San Miguel Arcángel al fondoFoto Guillermo G. Espinosa
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de abril de 2014, p. 7

Coatlinchán, Edomex., 20 de abril.

Las campanas de la iglesia de este pueblo repicaron intensamente hacia la media noche del domingo 23 de febrero de 1964.

Los coatlinchenses acudieron sorprendidos al llamado de urgencia. Un grupo había tomado ya la decisión de manifestar su enojo por la decisión del presidente Adolfo López Mateos de sacar a Tláloc de la barranca de Santa Clara.

Dotadas de marros, machetes y cuchillos, en la madrugada del lunes 24, unas 50 personas caminaron media hora desde el atrio del templo de san Miguel Arcángel hasta el lecho de un arroyo donde había estado el monolito por siglos, para sabotear lo que consideraron un despojo.

Los diarios de la ciudad de México no dieron cuenta del hecho el martes ni los días posteriores, pero los semanarios Impacto y Alarma! publicaron las primeras versiones de prensa en marzo.

En defensa de su dios Tláloc, se amotina el pueblo de Coatlinchán, tituló Impacto.

¡Dejen a Tláloc en Coatlinchán! En vez de traerlo, hacer allá un centro de atracción turística, cabeceó Alarma!

San Miguel Coatlinchán está en una loma ubicada al noreste del centro de la ciudad de México, en la frontera de la mancha urbana y las tierras bajas de la Sierra Nevada.

Hace 50 años, cuando el monolito fue llevado al Museo Nacional de Antropología, un camino de tierra de dos kilómetros comunicaba a los 2 mil habitantes de la loma con la carretera México-Texcoco, en el kilómetro 33+500.

Había que preparar las condiciones físicas del traslado, y para eso fue contratada la Constructora y Urbanizadora Francisco Alonso Cué, que designó residente de obra exterior en Coatlinchán al ingeniero Alfonso Tovar, entonces de 27 años.

Se sublevaron los del pueblo, le dijeron a Tovar cuando volvió de su descanso en la ciudad de México. Minutos antes había observado que la madera no estaba en el almacén.

En la barranca, había sido dañada la estructura que sostenía al numen, que desde los tiempos del antropólogo Leopoldo Batres (1852-1926) se ha llegado al consenso de que corresponde a Tláloc, dios de la lluvia.

También habían ponchado las 72 llantas de dos tractocamiones que estaban prácticamente listos para cargar el monolito de 167 mil 55 kilos (167.055 toneladas). Los cristales de las cabinas estaban hechos añicos. A los tanques de gasolina les introdujeron tierra.

Tovar reportó el hecho aquella misma mañana a la constructora y de inmediato recibió una orden desde la ciudad de México: silencio total.

El campanario de la iglesia de Coatlinchán es visible desde todos los puntos cardinales. Fue parte de un convento franciscano del siglo XVII que los viajeros tomaban como refugio; su torre blanca de unos 30 metros le identificaba a distancia.

Salvador Suárez es el cronista de la hoy villa de San Miguel Coatlinchán, de unos 20 mil habitantes.

Suárez era adolescente en 1964 y recuerda haber escuchado el sonido de las campanas la noche del domingo 23 de febrero.

Los que convocaron a la revuelta ya murieron, dice Suárez en tono de lamento y baraja los nombres de Bernardo Buendía, Antonio López, Andrés Hernández. Era gente de más de 60 años.

Quienes tuvieron contacto con las autoridades federales supieron desde 1963 que había la intención de llevarse el monolito. Ellos fueron Pascual Quesada y Noé Romero, y desde su punto de vista, esto era patrimonio nacional que podían ceder los coatlinchenses.

Antes de la revuelta, en una asamblea de mayo de 1963 se aprobó donar la piedra, aunque a cambio se hizo pública una lista de demandas: pavimentación del entronque con la carretera México-Texcoco, escuela primaria hasta sexto grado, centro de salud, pozos de agua y equipos de bombeo.

Semanas después se arrepintieron muchos, dice Pedro García, de 75 años. Pero ya no había forma de echarse para atrás. Se firmó un acta y había que cumplir, rememora quien en 1964 se ganaba la vida como obrero en la ciudad de México.

Coatlinchán perdería su atractivo, fuente de ingresos comerciales para muchos vecinos que aprovechaban la visita de turistas nacionales y extranjeros. Pero sobre todo, los coatlinchenses perderían un objeto único en México que había acompañado la vida de su comunidad desde 1885.

La gente andaba inquieta desde enero de 1964, apunta Suárez. Ahora sí se van a llevar la piedra, decía la gente.

Los coatlinchenses narran que el monolito fue descubierto por unos campesinos dedicados a la producción de carbón. Al cavar una era para incinerar troncos, toparon con el brazo derecho de la escultura. Poco a poco retiraron la tierra hasta llegar a la parte tallada y dejar libres los costados.

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El ingeniero Alfonso Tovar, responsable de los cálculos para determinar el peso del monolito dedicado a Tláloc
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Para cargar el monolito y llevarlo a unos 40 kilómetros de distancia, hasta el Bosque de Chapultepec, fue necesaria una operación de ingeniería de casi un año, que implicó la obtención de datos elementales, como densidad del material, volumen y pesoFoto Guillermo G. Espinosa

Los campesinos dijeron haber encontrado una piedra de tecomates y el pueblo adoptó el nombre.

Le llamaron así porque la piedra tiene unos orificios en forma de vasijas o tecomates, palabra de etimología náhuatl, derivada de comitl, vasija, y teco, piedra, dice Juan Pichardo, maestro de náhuatl en centros públicos estatales de Texcoco desde hace 20 años.

Del monolito también se ha dicho que es la representación de Chalchiuhtlicue, otra deidad hídrica, la diosa de las aguas embalsadas, que según el arqueólogo Alfredo Chavero (1841-1906) estaba representada en la piedra de la barranca de Santa Clara.

Para llegar hasta la piedra se abrió un camino en la cañada que diera paso a los dos tractocamiones y sus respectivas plataformas. La noche del 23 de febrero estaba envuelta en cuerdas de acero, lista para ser desmontada en su transporte especial.

Horas después de la revuelta, el ejército ocupó las calles de Coatlinchán.

Había soldados en cada esquina, afirma García, quien un tiempo fue tesorero del comisariado ejidal.

En las noticias de los diarios de la ciudad de México, el 25 de febrero, no hubo nada respecto de Coatlinchán. Se ocuparon del desplome de un avión de Eastern Airlines en Nueva Orleáns, y de una gira presidencial en Sonora.

Las secciones de noticias estatales publicaron una breve nota policiaca, acerca de un desquiciado que mató a una persona en una iglesia de Teotihuacán, a unos 30 kilómetros al norte de Coatlinchán, pero nada sobre lo sucedido aquí, en este pueblo del municipio de Texcoco, estado de México.

A consecuencia del sabotaje, la fecha de traslado se pospuso un mes. El jueves 16 de abril de 1964, a las seis de la mañana, comenzó la operación de traslado. A las 11 de la noche estábamos entrando a Paseo de la Reforma por avenida Juárez y la gente salía y salía espontáneamente a ver, evoca Tovar. El gran viaje de Tláloc terminó a la 1:30 del día 17, después de un torrencial y atípico aguacero, según reportó Excélsior en su primera plana.

Por la mañana, el pueblo entero de Coatlinchán salió a despedir al monolito.

“Varias mujeres que veían el convoy desde la calle 5 de Febrero estaban llorando y decían: ‘se llevan nuestra piedra’”, narra Suárez en la sala de su casa, donde tiene una foto del numen en su lecho original, de cara al cielo.

El viernes de 17 de abril, un día después del traslado, una delegación de coatlinchenses entregó oficialmente a Tláloc al pueblo de México, según los reportes de prensa del día 18.

Ante la piedra de 7.05 metros de altura y 4.48 metros de ancho, Salomón Romero Ramos brindó unas palabras y pidió perdón por las anomalías y las voces acaloradas del pasado.

Después de aquel suceso, a los coatlinchenses sólo les quedó esperar el cumplimiento de los compromisos del gobierno federal.

Los trabajos para la construcción de la escuela y el centro de salud –en realidad, un consultorio médico atendido por un pasante de medicina– comenzaron antes de que se llevaran a Tláloc, pero la carretera la hicieron después.

Coatlinchán tiene el orgullo de ser el sitio originario de Tláloc. En la plaza principal hay ahora una réplica, en medio de una fuente. Y la imagen aparece por todas partes, como símbolo local.

A la entrada del pueblo, casi al final del camino pavimentado que conduce al kilómetro 33+500 de la hoy avenida México-Texcoco, la administración municipal construye un monumento de bienvenida, cubierto de 12 pequeñas réplicas de Tláloc en la portada.

En opinión de algunos coatlinchenses, el retiro del monolito también dejó un sentimiento de pérdida.

Nada más nos adelantaron las obras, dice García, aludiendo al hecho de que con el tiempo, los pueblos vecinos de la región habrían de tener también nuevos servicios e infraestructura, sin tener que ceder algo de su patrimonio.

No teníamos por qué hacer un trueque, dado que el gobierno tiene la obligación de dotar a los pueblos de lo primordial, afirma Suárez, el cronista local. Yo sí lo siento como un despojo.

Es además creencia en la villa que Coatlinchán ha perdido su fuerza de atracción de lluvias.

Es muy notorio que cuando aparecen nubes por aquí, sólo las vemos pasar hacia la ciudad de México o a Ecatepec. Desde que se llevaron la piedra ya no llueve igual.