Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Despedido
N

o podía ser de otra manera, por lo visto, pero acabo de sufrir dos formas de despido en mi adorada Universidad Nacional Autónoma de México. La primera, desde luego la más notable e importante, como maestro activo de la Facultad de Derecho, lo que no me quita el derecho a invocar que soy maestro emérito, aunque ya no dé clases. La segunda, bajo circunstancias diferentes, la separación del Instituto de Investigaciones Jurídicas, manifestada por el hecho de que fui privado de mi despacho en el instituto.

Debo aclarar que nunca fui empleado del instituto, pero durante muchos años he colaborado ahí e incluso, en un tiempo fui miembro de una comisión que acordaba con el director diversos asuntos, no tan específicos. Por supuesto que no tenía sueldo alguno.

Sin embargo, hace mil años, aproximadamente en 1954 o poco después, cuando ya era profesor de derecho civil en la facultad, Javier Elola, secretario del instituto, entonces de Derecho Comparado, nos encargaba a un grupo de jóvenes profesores hacer reseñas de libros y artículos de revistas que se publicaban en el Boletín de Derecho Comparado. Si no recuerdo mal, nos pagaban algo por cada hoja, pero lo fundamental era encontrarnos en las páginas del boletín. Dicho sea de paso, la lectura de los libros y artículos nos proporcionaba una información notable en la especialidad de cada uno; en mi caso, primero en materia civil, y años después, en materia laboral.

El grupo de reseñadores era importante. Entre otros lo integraban Margarita de la Villa, Enrique Helguera, que fue su marido; Rafael de Pina Milán y su hijo, Rafael de Pina Vara; además de Fausto C. Rodríguez, Juran J. Vican, Héctor Cuadra Moreno, Héctor Fix Zamudio, Monique Lions Signoret, Diego Mariscal, José Luis Zambrano, Vera María Vasiloba y muchos más. En mi concepto, esa parte del boletín era de muy especial provecho.

Pasados muchos años, sobre todo a partir de que Javier Elola dejó la secretaría del instituto, porque se fue a España, no hubo quien exigiera las reseñas y se acabó nuestra colaboración, lo que sentí muchísimo.

Ahora, simplemente, tuvieron necesidad de mi despacho y me pidieron elegantemente que lo desocupara. Primer despido.

El segundo, y más notable, se presentó cuando al ir a la facultad para conocer mi siguiente horario, simplemente me dijeron que ya no tenía clase porque había sido jubilado.

Tuve que leer la Ley Federal del Trabajo para ver si eso era causa de despido, y ciertamente no lo es.

Tradicionalmente se pide la opinión del interesado, lo que ahora no se hizo, y eventualmente se le ofrece celebrar un contrato civil de servicios profesionales. La verdad es que no me hizo gracia que no me hayan consultado. La versión profesional tampoco me llamó la atención. En el fondo resultaba atractivo no tener que preparar clases y hacer el largo viaje desde Polanco a Ciudad Universitaria martes y jueves para explicar derecho del trabajo de 9 a 11 horas. Me venció la flojera.

Pero ciertamente estoy convencido de que la jubilación es, simplemente, un derecho, y si no se ejerce no vale imponerla.

Pero no se me antoja demandar a la UNAM. Es mi casa y es mi historia, y prefiero quedarme con el honroso título de despedido… sin causa.