egún el espléndido alcance de Jorge Eduardo Navarrete en La Jornada del jueves pasado, podría ocurrir que al dar la vuelta a la esquina el mundo entrara en el temido cul de sac del estancamiento secular. La ahora célebre lowflation de que nos habla Navarrete podría despeñarse en una espiral de endeudamiento, baja inversión, desempleo encanijado y, al final, un desempeño económico a ras del suelo. Un suelo, no sobra repetirlo, poblado de víctimas de la Gran Recesión cuyo fin se anuncia en Washington sin que el jolgorio pueda dar lugar a una nueva era de expectativas a la alza.
Todo es frágil, insiste la señora Lagarde mientras la Reserva Federal estadunidense opta por deshojar la margarita del alivio monetario extraordinario en cuanto a tiempos y montos. Todo parece colgado de alfileres a la vuelta de esta esquina de la historia global que con tanto ímpetu reiniciara su marcha triunfal, una vez normalizado el régimen económico internacional por la vía de la anormalidad permanente.
Según El Economista y sus reportes desde Washington sobre la cita primaveral de los mandamases financieros del planeta, el peso se incorpora a los activos de monedas fuertes, mientras el economista en jefe para América Latina pondera la fortaleza de los fundamentales
mexicanos tan caros por el góber de las calles de Condesa. Como aguafiestas, el presidente del Banco Mundial advierte que después de la esquina azteca de sus reformas y cacareados cimientos, viene lo bueno, porque le desigualdad es patente, rampante y disonante de cualquier verbo triunfalista.
Para decirlo sin más: no las tenemos todas con nosotros; las heroicas reformas rendirán frutos más adelante; hemos crecido y seguimos creciendo por debajo de nuestro potencial. el cual, al recoger los impactos del bajo desempeño explicado y acompañado por una inversión insuficiente, no tiene más destino que su propio encogimiento.
No crecemos lo que deberíamos; no sabemos si este aserto puede extenderse al no crecemos lo que podríamos, porque lo que se ha puesto en juego en estos años de estancamiento estabilizador inaugurado por el gobierno de Fox y su vicepresidente Gil, es precisamente el potencial efectivo, el que puede desplegarse al calor de estímulos externos o estatales sin llevar a la economía y al país todo al calvario de los dobles desequilibrios, fiscal y externo, que en el pasado alimentaron las devastadoras crisis financieras y de deuda, para acabar en el escenario hostil de subempleo e informalidad, dualismo o trialismo productivo, los dos o los muchos Méxicos que tiñen la historia presente del país del nunca jamás.
Los investigadores del Banco de México tienen mucho que decir sobre esta cuestión decisiva para el futuro mediato e inmediato del desarrollo mexicano. Hasta donde sabemos, sigue vigente la máxima de que sin inversión no hay crecimiento y sin éste no puede haber empleo y productividad en ascenso. Y en éste, como en pocos aspectos de la economía política moderna, el orden de los factores sí altera el resultado; por ello es indispensable que las fuerzas productivas y quienes buscan inducir, conducir o reconducirlas desde las cúpulas del mando político y la riqueza, hablen claro y busquen configurar algún tipo de convenio.
Según el secretario del Trabajo, México tendría que crecer en torno a 5 por ciento anual por un periodo más o menos largo, tan sólo para generar los empleos que requieren los que se incorporan año con año al mercado de trabajo. No ha ocurrido así por demasiados años y de ahí el carnaval grotesco de informalidad laboral, heterogeneidad productiva y reproducción ampliada de la desigualdad, la marginalidad y los bajos ingresos generalizados que, ahora urbanizados, conforman el poliedro de la soledad en que nos movemos.
La corona envenenada, sangrienta, de esta desventurada trayectoria es la violencia que articula el crimen organizado, pero reproduce una población atemorizada primero y luego enfebrecida que se autodefiende como puede pero no genera un nuevo orden, mientras sus jerarquías saborean las mieles del poder y se preguntan si no podrán, desde ahí, asomarse a las de la riqueza, como nuevos y disparatados carranclanes.
La divisa azteca, de nuevo el peso fuerte que tanto entusiasma al señor Viñals del FMI, topa con el triste desempeño general de las cosas públicas cuyos fundamentos económicos y de cohesión social aspiran hoy al calificativo alentador de mediocre, tan deturpado hace apenas una semana en Acapulco. Así vamos, mientras llega mayo y el Inegi nos consuela con algún linimento de brotes verdes en el horizonte. No desesperar: sí creceremos a 3.8 por ciento anual… pero en 2019. ¡¡¡Según el FMI!!!