n un pronunciamiento inédito en el historial de episodios de pederastia clerical en el seno de la Iglesia católica, el papa Francisco pidió ayer perdón por el daño causado por los sacerdotes que han abusado sexualmente de niños en todo el mundo, y afirmó que la Iglesia es consciente de este daño, que es un daño personal, moral (...) Y no vamos a dar un paso atrás en lo que se refiere al tratamiento de estos problemas y a las sanciones que se deben poner
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La declaración constituye una condena contundente de la más alta autoridad de la jerarquía vaticana en contra del referido flagelo, y fue acompañada de un señalamiento inequívoco sobre el carácter estructural y sistemático del mismo: a contrapelo de los intentos de las propias autoridades vaticanas por minimizar el problema, Jorge Mario Bergoglio admitió ayer que los sacerdotes pederastas son bastantes, bastantes en número... (si bien) no en comparación con la totalidad
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Por añadidura, la contundencia del pronunciamiento permite ponderar, por contraste, el designio de encubrimiento e impunidad que caracterizó los apostolados de Karol Wojtyla y de Joseph Ratzinger en el contexto de los escándalos por pederastia, consecuencia de las vacilaciones y la arrogancia de la propia Iglesia. Debe recordarse que, ante la masa de denuncias y señalamientos sobre los abusos sexuales perpetrados por integrantes del clero católico en decenas de países, las jerarquías eclesiásticas y los antecesores de Francisco, lejos de asumir una actitud de esclarecimiento y cooperación, se empeñaron en negar, minimizar o silenciar sistemáticamente –mediante el pago de indemnizaciones millonarias– tales acusaciones.
Más allá del valor intrínseco del pronunciamiento, no puede soslayarse que éste se inscribe en el contexto de un papado cuyo primer tramo ha estado manifiestamente orientado a la renovación de la Iglesia católica y ha arrancado con una clara actitud de denuncia de algunos de los lastres y vicios más palpables de la curia romana. En ese sentido, si bien es posible que los señalamientos de ayer graviten favorablemente en el avance de la justicia para las víctimas de pederastia, así como de renovación y modernización que el catolicismo requiere con urgencia, parece inevitable que, en lo inmediato, contribuyan a intensificar la disputa por el poder entre el pontífice y la nomenclatura clerical que controla la Santa Sede, y por recrudecer las posiciones retardatarias, opacas y medievales de los segundos.
Cabe esperar que esa disputa se resuelva en favor de los ánimos reformadores y que, en el caso específico de la pederastia clerical, el pronunciamiento de Francisco sea el antecedente de una purga histórica y sin precedente de los agresores sexuales que medran en las filas de la Iglesia y de su presentación ante las instancias seculares correspondientes. Lo anterior es condición necesaria no sólo para concretar una mínima perspectiva de justicia para la víctimas, sino también para que el catolicismo pueda volver a acercarse a sus fieles y recupere la autoridad moral perdida.