n la semana que pasó este autor tuvo oportunidad de participar en varios encuentros y de dialogar con diferentes sectores sociales: estudiantes, profesores, investigadores, ciudadanos de a pie, jóvenes militantes. En todos ellos surgió una pregunta, casi un reclamo: ¿Y las ciudades? Por diversas razones la mayoría de las experiencias y proyectos ecopolíticos exitosos y que han mostrado una cierta permanencia se encuentran en las zonas y poblados rurales. Estos proyectos se han construido ahí donde los pueblos, resistiendo y remontando situaciones de crisis o amenazas a su existencia, se han organizado para transitar hacia modelos de contracorriente ligados a la producción y/o los servicios.
¿Qué acciones y tareas deben promoverse en las ciudades desde la óptica ecopolítica? ¿Dónde se ubican en esta perspectiva los asalariados urbanos (obreros, empleados, profesionistas, trabajadores)? ¿Por qué hay tan pocas experiencias de inspiración ecológica en las ciudades, donde habita ya la mayoría de la población? Nos parece que, de alguna forma y por diversas circunstancias, se ha caminado una primera etapa de carácter esencialmente rural, y que justamente la clave para involucrar a los núcleos urbanos se encuentra en su articulación con los agentes o actores del campo ya sumergidos en las resistencias y proyectos socioambientales. Se trata de realizar una conexión suprema de sectores rurales que trabajan ya en modelos alternativos de producción y servicios, con sectores de consumidores real o potencialmente preocupados por lo que respiran, comen, beben, desechan. Se trata de gestar cadenas alternativas de producción, cada vez más extensas y robustas, redes de producción, circulación, transformación y consumo, construidas bajo una lógica diferente a las del capital, la ganancia individual y la usura. Para ello se deben construir proyectos inspirados en la agroecología y la economía solidaria. Pero no sólo eso, hay también un conjunto de tareas propias que pertenecen a los habitantes de las urbes, tales como las formas socialmente controladas de generación de energías renovables y de agua, el reciclaje de desechos, el uso de materiales adecuados, y la generación de alimentos dentro de los hogares, conjuntos habitacionales, edificios y barrios, bajo ecotécnicas diversas. Veamos qué tanto se ha avanzado en estos rubros.
En los países industrializados la iniciativa más vigorosa y conocida es la llamada comunidades en transición ( transition towns), que se inició en dos poblados de Irlanda e Inglaterra en 2006 y que hacia 2013 registraba ya mil 107 proyectos en 43 países (ver). Con la mayoría de las experiencias en Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia, las comunidades en transición realizan proyectos de autogestión inspirados en la idea de que las acciones locales pueden cambiar al mundo. Sus principales líneas de trabajo son la producción de alimentos sanos, el uso de energías alternativas, el mejoramiento de calles y áreas comunes, la creación colectiva de panaderías, bares y centros de reunión, etcétera.
Frente a la crisis económica que ha afectado de manera severa a países como Grecia, Portugal y España, han surgido iniciativas autogestionarias de emergencia en ciudades y barrios de enorme interés. En España existen novedosas experiencias en barrios de Madrid (Lavapiés, Prosperidad) y Barcelona (Sants, Sant Antoni). Muchos de estos proyectos han surgido a consecuencia de las acciones de los okupas, el equivalente urbano del brasileño Movimiento de los Sin Tierra (MST). Uno de los más celebres ejemplos es la lucha por tomar y gestionar desde la ciudadanía la antigua fábrica textil de Can Batlló en Barcelona, la cual ha creado ya una biblioteca popular, un centro social, la producción de alimentos en los baldíos, mejoras en arquitectura, todo bajo la acción colectiva y la participación solidaria de profesionistas de todo tipo. En Granada, donde existe un vigoroso movimiento por alimentos sanos u orgánicos, los colectivos urbanos han creado centros de acopio, venta y distribución, y trabajan por articularse con los pequeños agricultores campesinos de la vega de Granada y la Alpujarra (en la Sierra Nevada), quienes aún utilizan sistemas tradicionales de riego de origen árabe hasta con mil años de antigüedad.
El caso más célebre es sin duda el ocurrido en las principales ciudades de Cuba. Ante la caída de la Unión Soviética que le cambiaba azúcar por petróleo, el país entró en una crisis de energía y por ende económica y alimentaria. Colapsado el sistema agroindustrial socialista con base en el petróleo, los cubanos se quedaron sin alimentos básicos. Sólo un movimiento autogestionario de los barrios de La habana y otras ciudades, inspirado en la agroecología logró generar alimentos en los baldíos y parques urbanos. Hacia 2009 existían ya 383 mil unidades urbanas, que en unas 50 mil hectáreas dan origen a una producción de más de 1.5 millones de toneladas de hortalizas (ver El poder de la comunidad).
Para los habitantes de las ciudades la ecología política entra por el estómago y los pulmones, es decir, por los alimentos, el agua y el aire que respiran. Ante el aumento de enfermedades cuyos orígenes están en los alimentos agroindustriales, rebosantes de venenos, conservadores químicos, traídos desde sitios lejanos, y en consecuencia con un alto costo energético de un transporte contaminador, y del aire lleno de sustancias y partículas tóxicas, la acción ecopolítica requiere de la participación de las familias de manzanas, conjuntos, edificios. La acción debe centrarse en su propio hogar y en la promoción de demandas colectivas sobre el entorno. Igualmente en las escuelas, fábricas y oficinas, se deben levantar demandas por alimentos sanos, prácticas no contaminantes, reciclaje de basura y desechos, emanación controlado de substancias y gases, transporte público gratuito y no contaminante, ciclopistas, etcétera. De gran importancia es la creación de mercados alternativos o de redes de productores y consumidores de alimentos sanos y otros productos. Tras una década, en México existen una veintena de tianguis orgánicos en 15 entidades del país (ver).* En suma, la dimensión urbana de la emancipación social y ambiental es el paso siguiente.