n un referendo realizado ayer con una participación cercana a 80 por ciento, la abrumadora mayoría de los habitantes de Crimea (entre 93 y 95 por ciento) votaron en contra de que ese territorio sea una república autónoma ucrania y en favor de su unión a la Federación Rusa. La sorpresa de la consulta no es el resultado, sino su contundencia, habida cuenta de que la postura anexionista se impuso por una proporción mucho mayor que la de los hablantes de ruso en esa península del mar Negro, que suman cerca de 60 por ciento de la población.
Con esas cifras, y desde el punto de vista del derecho de las naciones a la autodeterminación, es claro que el referendo debería desembocar en negociación directa entre Moscú y Simferópol sobre las modalidades de la eventual integración de Crimea en Rusia. Sin embargo, en la península hay muchos más factores en juego que el derecho mencionado. De hecho, la consulta tiene como telón de fondo la evidente disputa geopolítica entre la Unión Europea (UE) y Washington, por un lado, y Rusia, por el otro. En esta circunstancia, la consulta realizada ayer había sido declarada ilegal de antemano por las actuales autoridades de Kiev, por la UE y por el gobierno estadunidense.
No debe olvidarse, por otra parte, que la inminente declaración de anexión a Rusia es consecuencia de la inestabilidad institucional que ha caracterizado a Ucrania desde su surgimiento como república ex soviética, hace más de dos décadas. El más reciente capítulo de esa inestabilidad, la rebelión conocida como Euromaidán, que desestabilizó y derrocó al gobierno pro ruso encabezado por Viktor Yanukovich –exponente de la vieja burocracia comunista que se enriqueció al amparo de las privatizaciones y de los negocios energéticos–, buscó imponer en el gobierno a exponentes de la élite financiera partidaria de la integración de Ucrania a la UE, pero no sólo no logró estabilizar al país, sino que provocó en la población una nueva escalada de polarización entre europeístas y pro rusos, mayoritarios en el este y el sur del país y, desde luego, en Crimea.
Aunque algunos han señalado la posibilidad de que esta nueva confrontación entre Rusia y Washington y sus aliados desemboque en un conflicto bélico en gran escala, el curso más probable de acontecimientos es que ambas partes emprendan negociaciones, sin duda tensas y crispadas, en las que, más que defender el derecho de los crimeos a la autodeterminación o la integridad territorial de Ucrania, las grandes potencias se enfrascarán en un toma y daca geoestratégico. Cabe prever que en esas rondas Moscú echará en cara a Occidente su doble moral, por cuanto, con el argumento de la autodeterminación, respaldó y promovió la separación de facto de Kosovo de Serbia, en tanto ahora se niega a reconocer el derecho de los crimeos a ejercer esa misma potestad con respecto a Ucrania.
Pero incluso negociaciones de esa clase resultan preferibles a la guerra. Cabe demandar, por ello, que los poderes mundiales actúen con extremada prudencia y contención. Y aunque no haya mucho fundamento para las expectativas, cabe esperar, asimismo, que se respete el derecho de ucranios y de crimeos a decidir por sí mismos, y libres de interferencias de uno y otro bandos, el destino que desean para su país o sus países.