uizá la afirmación más sorprendente que haya emergido de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional de China (APN), celebrada estas primeras semanas de marzo en Pekín, sea la siguiente: La demanda interna continuó siendo [en 2013] el motor principal del crecimiento
. El aserto está contenido en el amplio informe entregado a la APN por la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo (CNRD) –órgano ejecutivo del Consejo de Estado para las políticas y acciones de reforma y apertura–. Se trata de uno de los tres reportes más importantes que la asamblea recibe. Los otros dos son los presentados por el jefe de gobierno, sobre la marcha general y las perspectivas inmediatas de la economía, y por el ministro de Finanzas, sobre las políticas presupuestaria y financiera (estos documentos pueden leerse en www.xinhuanet.com). Digo que la afirmación citada sorprende porque el llamado rebalanceamiento
de la economía y sus consecuencias, en especial su impacto sobre la tasa de crecimiento, ha sido el asunto referido a China más intensa y acaloradamente debatido en, por lo menos, los dos últimos años.
El concepto, por lo general expresado como rebalanceamiento estructural, alude a un objetivo de política económica de largo plazo, que supondría una importante inflexión en el curso de desarrollo de la segunda mayor economía del mundo. En los tres y medio decenios en que las políticas de reforma y apertura, instrumentadas con altibajos, han constituido la columna vertebral de la política económica de largo plazo, los impulsores o, si se prefiere, los motores del espectacular crecimiento económico de China, han sido las exportaciones, cuya composición ha evolucionado en forma gradual pero constante, y la inversión en activos productivos, cuyo origen y destino también se han alterado.
Antes de los años 90 del siglo pasado, las ventas al exterior estaban dominadas por manufacturas ligeras de tecnología estandarizada en cuya producción los bajos o muy bajos salarios proporcionaban una importante ventaja comparativa. La inversión, por su parte, mayoritariamente pública, solía concentrarse en la industria básica y militar, la producción de maquinaria y equipo y la infraestructura. Ahora las exportaciones incluyen bienes de creciente complejidad tecnológica y las inversiones, con participación creciente de las privadas, han construido una base productiva cada vez más diversificada, sofisticada –en 2013 la inversión en investigación, desarrollo e innovación rebasó el 2 por ciento del PIB–, cuya competitividad global no depende ya de los bajos salarios.
A pesar de estos ajustes, la sostenibilidad del modelo se ha puesto en cuestión en los últimos 10 años y, sobre todo, en el quinquenio de la gran recesión. Se busca, por tanto, sin renunciar a la orientación general de la reforma y apertura, constituir a la demanda interna de consumo en el motor central del crecimiento. Según informó la CNRD a la asamblea, esto ya ocurrió: en 2013 la demanda interna fue el motor principal del crecimiento. En los tres informes antes señalados se hallan los datos que permiten desmenuzar tan sorprendente afirmación: En 2013, la economía china creció 7.7 por ciento en términos reales –muy por encima del ritmo observado en las otras ocho muy grandes economías, con PIB superiores a los 2 billones de dólares–. El valor monetario del PIB se estima en 56.9 billones de yuanes, equivalentes, al tipo de cambio de mercado (6.12 yuanes por dólar), a 9.3 billones de dólares; es decir, cerca de seis décimas del PIB de Estados Unidos. Para apoyar su aserto, la comisión cita dos componentes del producto: las ventas al menudeo de bienes de consumo
, que alcanzaron a 23.8 billones de yuanes (3.9 billones de dólares) y crecieron 13.1 por ciento, y la inversión bruta fija
, que llegó a 44.1 billones de yuanes (7.2 billones de dólares), con alza de 19.3 por ciento. Es claro que el impacto de esta última sobre el crecimiento, tanto por su magnitud total como por su aumento relativo, debe haber sido de mayor importancia que el de la primera. Adviértase, por contraste, que el crecimiento del comercio exterior (exportaciones más importaciones) fue de sólo 7.6 por ciento, para alcanzar un valor de 4 billones de yuanes (654 mil millones de dólares).
Aunque está lejos de culminar, es claro que el proceso de rebalanceamiento estructural está en marcha desde hace años. Quizá su primera manifestación, a mediados del primer decenio del siglo, haya sido el giro del objetivo central de la política económica, moviéndolo del crecimiento acelerado al desarrollo sustentable, proclamado en la sesión de 2006 de la APN. En ese momento se señaló que, ante los niveles de consumo de energía y materias primas, muy difícilmente sostenibles, y el acelerado deterioro ambiental, se daría prioridad al desarrollo sustentable, con sacrificio del muy alto ritmo de crecimiento económico. Estudié esta importante mudanza en un libro – China: la tercera inflexión– publicado en 2007 por la UNAM.
La crisis iniciada en 2008 alteró estas prioridades y China procuró, con éxito, evitar la recesión –que afectó a casi todas las muy grandes economías– y sostener un crecimiento que en ningún momento se situó por debajo de 6 por ciento, incluso en los trimestres de recesión global más aguda. En 2013, el crecimiento de 7.7 por ciento deja constancia de la capacidad de adaptación y respuesta de la política económica de China. Este indicador de conjunto se desdobla en otros como los siguientes: el alza de los precios al consumidor se limitó a 2.6 por ciento, despejando los temores de sobrecalentamiento de que tanto se ha hablado; la creación de nuevos puestos de trabajo en zonas urbanas alcanzó 13.1 millones, suficientes para mantener contenida la desocupación urbana en 4.1 por ciento; la fuerza de trabajo se ha tornado escasa en ciertos niveles de calificación y en algunas localidades de rápido crecimiento; el ingreso disponible per cápita aumentó 9.3 por ciento en las áreas rurales y 7 por ciento en las urbanas.
El último trimestre de 2013 registró una expansión marginalmente inferior a la del tercero y 2014 se ha iniciado con algunos signos de debilitamiento e incertidumbre. De esta suerte, ha resurgido la preocupación por China, que dominaba hace 18 meses los análisis de coyuntura de la economía mundial. Pienso que esa preocupación volverá a mostrarse como infundada. En la sesión de la APN en Pekín estaría por adoptarse un objetivo de crecimiento para 2014 de 7.5 por ciento. Se ha hecho notar que es una meta prudente y alcanzable. En los años siguientes del decenio, con tasas de crecimiento entre 6.5 y 8 por ciento, China será uno de los motores de la modesta recuperación global que permitiría, por fin, doblar la esquina de la gran recesión.