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Arte/ Comida/ Arte
L

as prácticas artísticas contemporáneas han cambiado de manera sustancial el curso del arte. La diversidad de comportamientos ha generado la incorporación de nuevas prácticas como la incursión de la cocina en el territorio del arte, estrategia que ha estado presente en el siglo XX desde las primeras vanguardias con los futuristas. Son ellos los que estetizan el vientre y el acto mismo de comer.

A partir de entonces, la actitud de incorporar la cocina a las artes deja impronta para que otros artistas adopten el acto de comer en la construcción de su obra.

El libro Arte/Comida/Arte…, de Alejandra Rodríguez Diez, da cuenta de tales conexiones mediante una perspectiva transversal que posibilita el despliegue de una visión abarcadora de elementos heterogéneos, como los que entran en juego entre el arte y la comida.

Para lograr esto, la autora utiliza el nuevo paradigma estético de Félix Guattari y el de Michel Maffesoli que le permiten encontrar los vínculos ente el arte y la comida, entendiendo el arte de comer como acto estético al exaltar la creatividad, la invención y la imaginación.

En la práctica artística, nos dice la autora, el acto cotidiano de comer pasa a ser privilegiado como acto estético en el cual la subjetividad es manifiesta; el acto cotidiano adquiere una condición diferente cuando es considerado como obra de arte, y es el artista el que está potencializando esa acción.

Esto lo vemos con los futuristas que llevaron a sus últimas consecuencias el ingreso de la cocina a las bellas artes y la creación con plato,s cuyos contenidos eran heterogéneos y se hacían acompañar por nombres inventados por ellos mismos. La presencia de banquetes futuristas en los cuales los comensales tenían que desarrollar una serie de reglas dictadas por el anfitrión, nos permite hablar ya de happening, sin querer decir que se dio en esos momentos el inicio del género.

A través de este interesante libro vemos casos como el de Dieter Roth que realiza su salchicha literaria, en la cual coexisten elementos heterogéneos como el libro y el embutido; en esa síntesis encontramos la liga de la cocina y el arte. También nos documenta sobre Denise A. Aubertin, quien literalmente hornea sus libros con materiales alimenticios como la pasta de hojaldre y los dulces caramelizados. En ambos casos los artistas ligan de una manera paradójica la literatura con el alimento, en un acto inédito.

También nos menciona el caso de Joseph Beuys, para quien el acto de comer produce un acto de pensamiento, como lo manifiesta en su pieza Food for Thought, que es el resultado de dos piezas anteriores; el listado de alimentos ingeridos en su acción de Documenta 5 y de las citas tomadas de una conversación telefónica que sostuvo mientras comía un plato de sopa.

César Martínez en el libro está presente como un artista que a mediados de la década de los 90 realiza sus llamadas Performancenas, vinculándose así a los comportamientos artísticos que recurren a la utilización de materiales comestibles para la construcción de su obra, en el caso de dicho artista se ofrece un cuerpo masculino de tamaño natural hecho de material comestible como el chocolate o gelatina. El artista en un acto ritual corta el cuerpo para ser comido por él y su público.

La cocina como el restaurante, son espacios de multiplicidad que el artista en su estrategia ha utilizado para desarrollar su obra, haciendo de éstos su territorio creacional, como es el caso de Daniel Spoerri con su restaurante en Düsseldorf, donde presentaba innovaciones culinarias a amigos y comensales, para provocar el deseo de experimentar algo diferente. A partir de estos platos, el artista creó sus Tableaux piéges, que son contemplados aquí como cartografías multicomposicionales, que trazan la multiplicidad de gestos, de acciones, en una palabra, de ritornelos, sucedidos durante la comida.

El potencial del material alimenticio impulsa al artista a generar la invención y la creatividad que estarán presentes en su obra. La acción de trabajar con los materiales alimenticios tanto cocinados como utilizados para la creación de la obra, portan fuerza al discurso para dar lugar a las sensaciones.

Así, al terminar la lectura de este novedoso libro, –nos dice Ignacio Prado en el prólogo–, uno quisiera viajar en el tiempo a los años 60 y compartir mesa con Joseph Beuys y Dieter Roth en el Restaurante Spoerri de Dusseldorf, para en la sobremesa y en el ejercicio barroco de estar juntos (Maffessoli) poder discutir muchas de las ideas y conceptos de esta sabrosa lectura.