l parlamento ruso dio luz verde ayer a la solicitud formulada por el presidente del país euroasiático, Vladimir Putin, para desplegar sus tropas militares en la península de Crimea, enclave que formalmente pertenece a Ucrania, pero que cuenta con una población mayoritariamente rusoparlante y en el que se encuentra asentada una de las principales bases militares de Moscú, Simferopol. El despliegue militar, que inició casi de manera simultánea a la autorización referida, fue calificado por la Unión Europea como una escalada injustificada de tensiones
por parte de Rusia. A su vez, Estados Unidos fue mucho más lejos en el tono discursivo al advertir al Kremlin sobre un aislamiento político y económico en caso de no revertir su operación militar en Crimea.
Si bien es cierto que la decisión adoptada por Moscú constituye un factor de tensión indeseable para la región y para el mundo, debe señalarse que la disputa territorial y geopolítica por Crimea no es un fenómeno reciente, y que antes bien ha sido recurrente a lo largo del pasado siglo: a partir de la revolución rusa de 1917, y tras haber formado parte de la Rusia zarista, la península se incorporó como una más de las repúblicas socialistas que integraron la Unión Soviética, y dicha condición prevaleció hasta 1954, cuando Crimea fue integrada a Ucrania por el dirigente soviético Nikita Jruschov. Reactivada a raíz de la independencia de Ucrania en 1991, la disputa por el control de Crimea entre Kiev y Moscú se ha acentuado desde principios de este año, como consecuencia de la violenta crisis política que derivó en el derrocamiento del presidente Viktor Yanukovich.
En efecto, desde que la oposición logró la salida del ex mandatario y la institución de un gobierno interino pro europeo en Ucrania, la mayoría rusa que habita en Crimea inició movilizaciones para desconocer al nuevo régimen de Kiev y exigir un mayor acercamiento con Moscú. Tal postura es, por lo demás, consecuente con las tradicionales aspiraciones hegemónicas del Kremlin en la región.
Visto más a fondo, la escalada de tensiones por Crimea se inscribe en la pugna geopolítica que sostienen Occidente y Rusia por situar a Ucrania en sus respectivas órbitas de influencia. Para Moscú, el territorio de Crimea y el de Ucrania en general tienen un elevado valor geoestratégico, no sólo por la perspectiva indeseable de un acercamiento a Washington, sino por ser territorios de paso obligado para las rutas de hidrocarburos a Europa, así como por razones de índole étnica, histórica, cultural y militar.
Por lo demás, no puede pasarse por alto que el anuncio de ayer formulado por Moscú y las reacciones de Washington y Bruselas prefiguran un ahondamiento de las divergencias entre Rusia y las potencias occidentales, y continúa una larga cadena de tensiones que han sido atizadas por estas últimas, en torno a temas como la pretensión de Washington de emplazar un escudo antimisiles en Europa del este, la secesión de Kosovo y el acercamiento de naciones como Georgia y la propia Ucrania a los gobiernos del Atlántico Norte.
Rusia, aun después de la caída del bloque soviético y del fin del llamado orden bipolar, sigue siendo la segunda potencia militar del mundo, y la perspectiva de un conflicto con Occidente, por indeseable que resulte para la de por sí precaria estabilidad mundial, no puede descartarse.