Opinión
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Mestizaje arquitectónico
E

n la esquina de Pino Suárez y República de El Salvador se levanta uno de los palacios más bellos de la ciudad de México, que hoy alberga el llamado Museo de la Ciudad, aunque en realidad no desempeña esa función. En 1531 el predio le fue concedido a Juan Gutiérrez Altamirano, fundador de un mayorazgo que se convirtió en condado. Recibió en encomienda los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemeyalco, y por tal razón a su hijo se le otorgó el título de conde de Calimaya, mismo que usaron 14 de sus descendientes hasta llegar al siglo XX.

En el siglo XVIII la opulenta familia decidió reconstruir la casona y contrató al extraordinario arquitecto Francisco Guerrero Torres, quien diseñó una mansión palaciega, utilizando los materiales característicos del estilo barroco en la ciudad de México: el tezontle en los paramentos y la decoración de marcos, jambas y dinteles en elegante chiluca. La portada es de dos cuerpos y tiene la originalidad de que las columnas en lugar de basamentos clásicos tienen formas de garras, conocidas como cabriole, influencia del mobiliario barroco español estilo Carlos III. En el segundo cuerpo luce columnas pareadas con capiteles corintios y la escultura de niño que enmarca un escudo de mármol en relieve, con los símbolos heráldicos de la familia, cosa inusual pues la mayoría desaparecieron después de la Independencia, en que se prohibieron los títulos nobiliarios otorgados por el rey de España.

Sin duda el lujo de la fachada es una colosal cabeza de serpiente empotrada en la esquina, primorosamente labrada en piedra, la cual de acuerdo con el arqueólogo Eduardo Matos, pudo haber formado parte de alguna de las etapas constructivas del Templo Mayor: el encuentro de dos mundos en las piedras.

Un elemento decorativo muy peculiar del hermoso edificio son las gárgolas, que tienen forma de cañón y que fueron una distinción dada al conde por haber sido Adelantado de Filipinas. El portón de acceso fue encargado a Filipinas y manufacturado en Manila; llegó a la Nueva España en la Nao de China. Está realizado en madera de naran y es una obra maestra de la ebanistería barroca; se dice que estuvo laqueado en maque color bermellón y ribeteado en oro.

El interior conserva dos patios; el principal se encuentra rodeado por arquerías en tres lados, sostenidas por columnas del orden toscano. En el cuarto lado del patio está adosada al muro una bella fuente semicircular, con un respaldo en forma de concha y la graciosa escultura de una sirena con dos colas que sostiene una guitarra. Esta encantadora criatura recibe el nombre de tlanchana, una deidad mitad mujer y mitad serpiente acuática, que reinaba en el llano de Metepec-Lerma, tierras pertenecientes al condado de Calimaya. En la actualidad esta sirena sigue apareciendo frecuentemente en los árboles de la vida y otras piezas notables que elaboran los artesanos de Metepec.

En el lado norte del patio se desplanta una amplia escalera que en su arranque luce dos quimeras de piedra en forma de leones. Conserva la herrería original. Es de las escasas construcciones palaciegas de esa época que conserva el que fuera patio de servicio, que albergaba las caballerizas, almacenes, carruajes y las habitaciones de los caballerangos.

Aquí vivió en las primeras décadas del siglo XX el pintor campechano Joaquín Clausell, como esposo de doña Angela Cervantes, descendiente de los condes, aunque en ese tiempo el palacio había venido a menos y una parte se rentaba. Él fue de los exponentes más importantes del arte impresionista mexicano. Se ha mantenido su estudio, en cuyos muros realizaba bocetos, por lo que están cubiertos de decenas de pequeñas pinturas que conforman un collage pictórico único.

Al terminar la visita, sólo tiene que cruzar la Plaza de Jesús que está enfrente y entrar a la hermosa casona del siglo XVII que alberga el restaurante La Rinconada. Tiene sabrosa comida corrida y los jueves hay pacholas, esos ricos bisteces hechos en metate.