l libro Ocho mil kilómetros en campaña, escrito por Álvaro Obregón en el que describe, con detalles impresionantes, el verdadero conflicto revolucionario que se produce después del derrocamiento y exilio de Porfirio Díaz, en contra de Victoriano Huerta y principalmente entre Venustiano Carranza y Pancho Villa, supuestos aliados en la Revolución Mexicana y verdaderos rivales a partir de ella.
El libro lo tengo seguramente desde hace muchos años, pero no se me había ocurrido leerlo. Lo que pasa es que padezco de una enfermedad libresca que me ha llevado a tener una amplísima biblioteca, dividida en tres partes; departamento en Polanco, casa de descanso en el Club de Golf Vallescondido y despacho, que suele crecer de manera casi violenta sin que el consumo: lectura oportuna, sea frecuente.
La lectura es, sin la menor duda, un hermoso vicio. Todos los días leo dos periódicos; La Jornada y El País, y eventualmente un montón de revistas entre las que ocupa un lugar especial Proceso, en gran parte porque me gusta, pero sobre todo porque refleja el pensamiento de mi amigo Julio Scherer, a quien ya no veo nunca, pero siempre lo tengo presente.
Hace unos días, buscando en el librero de nuestro departamento di con el libro de Álvaro Obregón, al que no le había hecho ningún caso, de lo que me arrepiento ahora y lo estoy leyendo en todos mis momentos libres que ciertamente son escasos, con un interés que no me podía imaginar.
No lo he terminado aún, porque es extenso e intenso. A veces un poco pesado por que abusa de las descripciones de las batallas que son múltiples y en las que tanto Álvaro Obregón como Pancho Villa participan personalmente y a lo lejos Venustiano Carranza, alimentado de información por los partes que le envía Obregón quien actúa como jefe supremo de la División del Norte.
Llama la atención la estrategia que siguen los dos comandantes principales del conflicto; Villa y Obregón, que evidentemente participan personalmente en todas las batallas con el riesgo y sus consecuencias que pueden suponerse. No es casual que Obregón perdiese un brazo en las batallas por Celaya y que hubiere sido herido un par de veces además.
Esa participación directa en los frentes de batalla se produce con enorme frecuencia entre los subordinados de uno y otro grupo. El libro menciona con detalle las consecuencias de la intervención personal de generales, jefes y oficiales, formados la mayor parte en la misma lucha y no en academias militares.
Aparecen nombres un tanto inesperados como el de Aarón Sáenz, parte importante en las fuerzas de Obregón, pero no como personaje principal, aunque sí importante.
Son batallas en las que los trenes son los instrumentos del traslado de las tropas, por regla general superando los problemas de la destrucción sistemática que cada parte hace de las vías que puede utilizar el contrario, lo que obliga a que, además de las batallas, se produzcan hazañas en la reparación de los desperfectos provocados por el enemigo. A veces resulta increíble que sean coincidentes los actos de violencia con los actos civiles de reparación.
Por supuesto que no he terminado de leer el libro. Pero ya me permite formarme una opinión de las raíces del poder político en México, de la actitud vigilante pero no activa de nuestros irremediables vecinos del Norte a los que no se puede olvidar porque la frontera formó parte importante de las batallas.
No me había llamado la atención la personalidad de Obregón. Craso error. Creo que es un personaje inolvidable, además de un escritor muy interesante, sobre todo por las condiciones en que fue formando su libro, muchas veces transcribiendo los partes de guerra que remitía al primer jefe Venustiano Carranza.
Recomiendo su lectura. Fue publicado por el Fondo de Cultura y seguramente se podrá conseguir algún ejemplar.