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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XVI

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CONCLUYE TEMPORADA EN LA PLAZA MÉXICO. El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y los matadores Fermín Spínola, Arturo Macías y Fermín Rivera integran el cartel que cierra hoy la temporada grande en la Plaza MéxicoFoto Notimex
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ecíamos ayer…

Rumbo a Nueva York iba Carlos Arruza, en compañía de Antonio Rangel tripulando un hermoso Lincoln Continental, y poco faltó para dejarlos con las ganas y al llegar a Laredo tuvieron que cambiar su dinero mexicano por billetes de dos dólares, que, por ser muchos, los envolvieron en papel periódico.

Más adelante, se detuvieron en alguna población para comer y, extremando precauciones, bajaron con su abultado tesoro y cuando terminaron, abordaron el coche y, a pocos metros, se detuvieron para admirar a una hermosa mujer y Carlos le preguntó a su compañero de viaje por el paquete, a lo que éste, asombrado, le preguntó: ¿No lo traes tú?

Con sólo verle Rangel la cara, descendió del auto corriendo al restaurante y en esos momentos vio a un sujeto que salía llevando bajo el brazo el envoltorio.

Lo alcanzó, le dijo quién sabe qué cosas y recuperó la lana, todo, gracias a Dios y a una impactante mujer.

Viajaron de día y de noche turnándose al volante y llegando a Nueva York se encontraron con Fermín Rivera y El Ahijado del Matadero, y en el barco hasta una comedia escrita por Antonio Rangel montaron y que alcanzó gran éxito.

Al llegar a Lisboa se vieron con Gregorio García, que gozaba de gran cartel en Portugal y a preguntas de los periodistas Carlos respondió que no pensaba torear, sino descansar para luego cruzar a España a encontrarse con su madre y regresar a México para reanudar su carrera.

Los otros matadores mexicanos comenzaron a torear con más o menos fortuna, en tanto, Carlos se daba la gran vida en el Lincoln y así, sin querer queriendo, se fue haciendo de otra clase de cartel, por tanto ir y venir, tantas fiestas, tantos paseos por los mejores sitios, por lo que su nombre comenzó a sonar en serio y fue por ello que el empresario de Lisboa le preguntó si quería torear algunas corridas. Carlos le dijo que no, que no tenía pensado torear y que no estaba preparado para hacerlo. Se retiró el empresario y Carlos continuó con la dolce vita.

Desde que Arruza llegó a Portugal, se dio a tramitar la visa para entrar a España y cuando la obtuvo, de nuevo se le acercó el empresario diciéndole que reconsiderara su decisión, a lo que Arruza se negó, diciéndole que no tenía ni con qué, ni avíos ni ropa de torear, pero el lusitano insistía un día sí y otro también, hasta que, harto Carlos ya de todo aquello y para que lo dejara de importunar, le dijo:

–Mire, si de verdad quiere que toree lo haré pero bajo estas condiciones: cincuenta mil escudos por corrida, pero deben de ser dos, una con Domingo Ortega y la otra con Manolete.

El compatriota pensó que con esas pretensiones lo dejaría en paz y acertó, porque el empresario le dijo ¡está usted loco!

Carlos vivía en casa de Ginja, así que sus gastos eran diversiones y paseos, pero tanto fue el cántaro al agua, que los dineros se fueron mermando y todavía tenía en capilla el viaje a España y sus consiguientes gastos.

Así que, a vender tocan y se deshizo del formidable Lincoln, por el que le pagaron lo que quiso ya que en esos años eran muy escasos los coches de lujo en Europa.

Estaba a punto de irse a España cuando lo invitaron a una comida que le ofrecían a Gregorio García y ahí se encontró con el empresario lusitano que volvió a insistirle para que toreara en Campo Pequenho.

–Mire, ya sabe cuáles son mis condiciones, así que, por favor, no insista.

–Bueno, sea, yo no sé quién estará más loco, si usted o yo, aunque creo que yo, así que mañana lo espero para firmar el contrato.

Carlos no podía ni creerlo, nunca esperó un sí, pero a partir de ese momento comprendió que tenía que cambiar de vida, ya que para todo estaría muy bien pero no para ponerse enfrente de un toro.

Además, no tenía nada para torear, capotes y muletas tal vez se los prestarían Rivera o El Ahijado, pero ¿vestidos, medias, zapatillas, camisas, fajas, capote de paseo y lo demás?

Y a correr.

Habló con un sastre español, le dio más o menos las medidas de lo que necesitaba y, poco a poco, fue llegado lo pedido.

Y en la ganadería de don Claudio Moura toreó varias becerras y entrenó lo más psoible en espera de la hora señalada.

+ + +

(AAB)