a reciente visita del presidente Barack Obama y el primer ministro Stephen Harper a Toluca ha puesto de manifiesto, una vez más, nuestra pertenencia a América del Norte. Habría que preguntarse si la región empieza en el río Suchiate o en el Bravo.
Algo similar sucedía en España en la década del setenta, cuando los mismos españoles afirmaban que Europa empezaba más allá de los Pirineos. No obstante, la Unión Europea los incorporó a un proyecto común, a una comunidad, no a un tratado comercial.
La integración entre Canadá y Estados Unidos es evidente, son aliados históricos y estratégicos y los une no sólo una larga frontera, sino profundos lazos sociales, culturales y de idioma. No sucede lo mismo con México, donde las diferencias con los socios comerciales del norte, van más allá de lo político y lo económico.
A veinte del años del Tratado de Libre Comercio (TLC) no se percibe un camino claro hacia la integración. En Europa los conflictos históricos, las diferencias económicas y las distancias culturales eran mayores que en América del Norte. La diferencia radica en que hay un compromiso común no sólo intereses comerciales. No hay interés por parte Estados Unidos de integrar a México y mucho menos del lado canadiense.
México es un vecino incómodo para Estados Unidos, pero finalmente es un vecino y tiene que aguantarse, no le queda de otra. Hay muchos asuntos comunes y pendientes qué resolver. Con Canadá la relación es diferente, la problemática de la cotidianidad fronteriza no entra en juego. De ahí la distancia y la indiferencia.
El gobierno de Enrique Peña Nieto se jugó una carta arriesgada al exigir públicamente a Canadá que suprimiera el requisito de la visa. La respuesta fue un no rotundo. Con el añadido de que el problema lo centran en la legalidad y la seguridad. Es decir, México y los mexicanos no somos confiables en estos dos ámbitos, que ciertamente son cruciales.
Al parecer, el asunto de la legalidad se refiere a la migración, de ahí el requisito de la visa. El conflicto de 2010 que derivó en la imposición de la visa, fue un problema específico relacionado con las solicitudes de asilo.
En efecto, Canadá tenía una política de asilo bastante generosa y de pronto empezaron a llegar mexicanos en cantidades inusitadas con peticiones de asilo. Se corrió la voz de que al solicitar asilo, Canadá no sólo te daba la visa sino que te apoyaba con alojamiento y sustento por dos años como mínimo.
Y un buen grupo de mexicanos se inventaron historias terribles, de secuestro, extorción y amenaza para justificar su petición de asilo. No sólo mexicanos, también aprovecharon esa ventana de oportunidad muchos gitanos europeos.
No podemos negar esa realidad, algunos aprovechados y varios abogados tracaleros que vendían sus servicios al mejor postor, aplicaron demandas de asilo a diestra y siniestra. La respuesta no se hizo esperar. Los mexicanos ya no podían viajar libremente a Canadá, requerían una visa.
Una parte del problema fue la ingenuidad o buena fe de las autoridades canadienses que no supieron manejar y develar muchas de estas peticiones de asilo fraudulentas. Entre los mexicanos que vivían o residían en Canadá en esos años era vox populi que muchas peticiones eran inventadas. Los peticionarios se reunían entre ellos para comparar sus historias, no fuera a ser que todos tuvieran el mismo cuento o bien que alguien se las copiara y los pusiera en evidencia.
Las consecuencias las padecemos ahora todos los mexicanos. Y el gobierno no ha encontrado la manera de negociar con los canadienses.
La demanda pública, por parte del gobierno, durante la visita del primer ministro Harper, no dio el resultado esperado. La verdad era un poco ingenuo esperar un cambio, si no se había negociado con anterioridad.
También fue muy evidente que la demanda era para Canadá y no se decía nada con respecto a Estados Unidos. Ni siquiera se tocó públicamente el drama de las deportaciones masivas de mexicanos desde el interior de Estados Unidos.
Paradójicamente se celebraban no sólo 20 años del TLC sino también los 40 años del PTAT, (Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales) que el año pasado envió a 18 mil 500 trabajadores a nueve provincias de Canadá. En un programa modesto, pero que con el tiempo ha demostrado ser eficiente, ordenado y conveniente para los granjeros y los trabajadores mexicanos.
En este contexto, es inadmisible que el ministro canadiense argumente problemas de legalidad
con respecto a los flujos migratorios. Los indocumentados mexicanos en Canadá son muy pocos y la mayoría de éstos sólo esperan la ocasión para cruzar a Estados Unidos. Es una migración en tránsito.
En cuanto a la seguridad no se sabe realmente a qué se refiere y cómo México o los mexicanos pueden ser una amenaza importante a la seguridad de los canadienses. Al parecer estamos cosechando los efectos colaterales de la guerra contra el narcotráfico lanzada por Felipe Calderón que colocó a la violencia en México en la primera plana de los noticieros mundiales.
Así como se estigmatizó hasta el extremo al pasaporte colombiano, ahora nos toca a los mexicanos pagar los platos rotos del fracaso de la política mexicana contra el crimen organizado, asesorada y financiada por Estados Unidos.
Si Calderón acuñó aquella frase de que Andrés Manuel López Obrador era un peligro para México, habrá que concederle el mérito de haber colocado a México como un peligro para el mundo.